lunes, 3 de octubre de 2022

Modelo 77

Alberto Rodríguez, después de El hombre de las mil caras, que le salió menos redonda que ese póker triunfal formado por Siete vírgenes, After, Grupo 7 y, sobre todo, La isla mínima, se pasó a la tele a dirigir una serie contundente y cuajada, aunque no memorable, como ha sido La peste.

La pantalla grande es, sin embargo, el espacio natural del director y ha vuelto a ella para poner en pie una de esas historias que le gustan, de tiempos convulsos, protagonistas marginales y vida al límite. No le ha podido salir mejor. Con un casting perfecto, unos recursos de puesta en escena que parecen de otro país y una historia poderosa, Rodríguez ha acertado de pleno.

Miguel Herrán también ha hecho diana. Corría el riesgo el chaval de quedarse en la popularidad de carpeta con éxitos tan llamativos y efímeros como La casa de papel, Élite o el enésimo producto aseado pero vacuo de Calparsoro (qué desperdicio de talento el de Calparsoro, ya que estamos). 

Esta nueva película con Herrán como protagonista pone las cosas en su sitio: es un excelente actor, que además derrocha carisma. No está al alcance de cualquiera aguantarle el plano con tanta firmeza a un "robaplanos" como Javier Gutiérrez.

La historia, carcelaria hasta las cachas, fluctúa hábilmente entre la aventura, la sociología y la denuncia, sin cargar las tintas sobre nada en lo que no estemos todos de acuerdo, otro mérito inmenso en los tiempos que corren. El mundo penitenciario es, por su propia esencia, un mundo aparte. Y eso anima la vertiente que el ser humano tiene de alimaña, con o sin uniforme. 

También está la voluntad de cambiar un estado de cosas, claro. Entonces como ahora. Y tenemos muchas asociaciones por debajo de los que deciden, pero entonces como ahora sirven de poco. 


Antes de los mensajes finales en rojo sobre negro que abundan en esa desagradable certeza, la aventura se enseñorea del film para un último tramo más convencional, aunque coherente con todo lo que le precede. La película apenas se resiente de esta "concesión", porque Rodríguez sabe que tiene un cierre de los que te hace quedarte a los créditos.


2 comentarios:

  1. Rodríguez aprovecha el cine carcelario para su película. Aprovecha los elementos del género para contar su historia. Como siempre, consigue un buen ritmo y que la película sea tremendamente entretenida, pero a la vez interesante. Y ese interés viene de ofrecer otra forma de contar la Transición con sus luces y sus sombras y centrarse en cómo se vivió en las cárceles con el movimiento auspiciado por la coordinadora de presos COPEL.
    Beso
    Hildy

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    1. Yo creo que la coordinadora de presos es relevante como parte del entramado de lucha, reivindicación, tejido asociativo propio de los tiempos de cambio de aquel momento, hasta en las cárceles, donde la arbitrariedad siempre se nota más. Pero podría llamarse COPEL o de cualquier otro modo, es un elemento narrativo más, como los motines, los libros memorizados (bonito guiño), la chica perseverante, los chungos con y sin código, los abandonos, etc.
      Es una peli carcelaria, pegada a la realidad española de los 70, pero muy de género. Y se agradece.

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