Una buena película (sobre todo para los que vivimos como propia aquella Olimpiada). Además, de género deportivo, tan poco usual en nuestra cinematografía si hablamos de alta competición y no de pachangas de barrio.
Otro caso curioso de baja autoestima, el desprecio a esta categoría de cine aplicado a los nuestros, teniendo en cuenta los grandes deportistas, individuales y de equipo con los que cuenta España desde hace décadas. Incluso las figuras solitarias de los pioneros, en aquellas épocas y deportes que nadie practicaba, darían para interesantes películas: Seve, Santana, Nieto... Ya puestos, hasta la selección de baloncesto que llegó a la final de Los Ángeles en el 84 merece película.
Aquí se apuesta por un deporte que tuvo su eclosión cuando despuntó este equipo increíblemente completo, liderado por dos deportistas opuestos: el metódico y el creativo. El disciplinado y el díscolo. Muy bien los intérpretes en ambos casos.
La película, por descontado, no inventa nada nuevo en el género, pero lo cuenta bien. Da, por resumir, una grata ración de obviedades y emoción. Sin despreciar el humor de los contrastes, la rivalidad entre ciudades y varios secundarios inspirados (el entrenador, su ayudante, el director del equipo, el perodista). 42 segundos es otra de esas películas que hacen pensar en un cine propio posible y muy diferente del que demasiadas veces tenemos.
Hábilmente rodada, anda corta de medios en algunos momentos muy puntuales, pero consigue enmascararlo en casi todos. La emoción juega en casa.
Esta bien que las hagan buenas de temas de indudable tirón, de los que otros llevan tanto tiempo haciendo pelis. Pero habiendo tardado tanto en sumarse al género, lo suyo no sería hacerlas buenas, sino mejores.
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