Eddie Murphy es un cómico estupendo que hizo buenas películas en los años 80. Luego tiró de carisma y encadenó películas reguleras o directamente malas, que fiaban su resultado a la vis cómica de él, olvidándose de que un guión es el punto de partida, hasta para un monólogo (no digamos ya un largometraje).
A pesar de los vaivenes artísticos, el talento de Murphy para la composición nunca se ha discutido. No sólo es gracioso, sabe actuar. Y lo demuestra cada vez que se cuela en un proyecto con algo de calado, como lo hizo para Dreamgirls en 2005.
Ahora, camino de la sesentena, ha vuelto a aprovechar una buena ocasión y lo ha hecho en una película de Netflix, de las que no parecen de Netflix. Encarna en ella al fronterizo y originalísimo humorista Rudy Ray Moore, una leyenda del self made man afroamericano.
Conocido como el padrino del rap, Rudy Ray Moore triunfó tarde, después de intentarlo todo. Hasta se metió en el cine de bajo presupuesto (el suyo), con su primer rol de éxito: el chulo Dolemite. La película cuenta este proceso de ascensión, ni más ni menos, incluyendo clubs de mala muerte, grabaciones caseras y rodajes cochambrosos. Con respeto por el espectador y por la historia, de forma bienhumorada, a veces patética, a veces cómica, triste, canalla o casposa. Pero todo debidamente engrasado y resuelto.
No es una obra maestra, como de un tiempo a esta parte se califica a cualquier estreno de la semana, pero Dolemite is my name es una buena película. En la que Murphy, de paso, está que se sale.
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