Garci se ha convertido en el Dreyer del noir.
Quizá a la fuerza. Sin apenas presupuesto, con un puñado de bellas tomas de la Gran Vía, no sé si de su propio archivo (me parecería hasta románticamente lógico), sin Valcárcel, pero con Gluck, sólo puede contar además con su olfato para los repartos y su pluma maravillosa, que le permite encadenar frases perfectas en cuadros casi estáticos, fotografiados con mimo en ese blanco y negro que, además de hermoso, enmascara el tiempo.
A pesar de una carrera descomunal, Garci está fuera de juego. Pero esa es su fortaleza. Qué más da que la intriga sea tan leve, que la violencia en pantalla desaparezca salvo en el prólogo y dos momentos instrumentales, que la Gran Vía haya cambiado tanto a pie de calle. Lo que importa es lo que se dice y cómo. En eso, Garci sigue siendo el puto amo.
Alguna vez, creo que en la radio (dónde si no), comparé a Garci y a Almodóvar. Ambos sudan Madrid, son grandes en la dirección de actores y escriben muy bien, aparte de cinefilia, lecturas, viajes…cosas que dan fuste a las ideas.
Ambos acabaron ensimismándose por falta de bar de abajo y lo resolvieron de distinto modo. Almodóvar quiso ser Douglas Sirk en pop (parece que se está dando cuenta de que no se puede) y Garci se volcó en los clásicos, acertando casi siempre, aunque el público desertara, película a película.
Así hasta llegar a Dreyer. No se puede pedir más. Olé sus huevos.
Una película insólita en el panorama internacional.
ResponderEliminarQuizás Garci,como dices, se haya vuelto vanguardista por necesidad. O por hartazgo.
Es un año potente de cine español.