Ser “autor” es algo que en España
parece a menudo sospechoso de petulancia o prepotencia. Cuando todos sabemos
que la mayoría de autores no tienen dónde caerse muertos. Supongo que,
parafraseando a Fernán Gómez, no se conoce gente en España con vocación de
autor, sino de autor de éxito.
Almodóvar y Bollaín son dos
autores de éxito, cada cual a su manera. El manchego lleva unos años a la
deriva, por asuntos varios (cinematográficos y de los otros), pero su caja
internacional no tiene comparación en la mayor parte de la industria del cine
(española, si la hay, y mundial). La pelirroja Bollaín no llega a tanto, pero
es la directora más solvente de por aquí y sus películas, con más o menos
acierto y repercusión, siempre interesan.
Veamos cómo les ha ido a cada uno
con la última, en mi opinión:
Julieta
Llevo mucho tiempo tratando de
decidir si lo que he presenciado es una obra depurada y sentimental o un
precioso frasco vacío. Almodóvar vive ensimismado porque no puede ya vivir de
otro modo, eso salta a la vista. Sus personajes sufrientes, más literarios que
los que cocinaba a pie de calle, son reales gracias a un casting que nadie más
se puede permitir, y su gusto por el color, la decoración, el arte y la lectura
es de agradecer, pero alambica el envoltorio y nos distancia cada vez más de su
autenticidad. Todo esto parece inevitable, pero Almodóvar debiera tener talento
sobrado para evitarlo. Cada personaje, por sí sólo, me parece cinematográficamente
afortunado, pero no terminan de
encajarme en sus conexiones, motivos y secretos. Julieta es como es,
enigmática, doliente, un poco innecesaria. Pero el talento sigue ahí, bajo
capas y capas de autocomplacencia y peloteo (que rima con Deseo). Es el precio
del éxito.
Y un misterio a título personal: ¿si esta película hubiese precedido
a Los abrazos rotos, La
piel que habito y Los amantes pasajeros, me hubiera
parecido mejor? Frente a ellas, lo es de largo. Frente a las precedentes, creo
que no desentona pero tampoco brilla.
El Olivo
La pelirroja sabe lo que es
acertar hasta el desborde (Te doy mis ojos) y patinar por pudor
(Mataharis),
tener olfato (Flores de otro mundo) y pasarse de frenada (También
la lluvia). Aunque con todas aparenta partir de una premisa que
Almodóvar parece haber olvidado: Mejor que intentar una y otra vez la obra
maestra, procura hacer una buena película.
El Olivo lo es: sencilla, bien
contada, con su punto reivindicativo marca de la casa (lo menos importante del
relato), y un pulso de hierro para las tiranteces del vínculo familiar. Hay
paisaje a vista de pájaro, países lejanos, escenarios adecuados,… En fin: medios
razonables, pero no se notan, funcionan al servicio de ese trío metido en el
camión y ese abuelo silencioso, viudo de árboles milenarios y sagrados. (La joven
protagonista es una flor de otro mundo).
Spielberg también debe tener mucho pelota alrededor, porque nadie le dice que la llamita de Lincoln es una cagada
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