El escritor canadiense Mordecai Richler y su mejor personaje, Barney, han dado a la cartelera de marzo una curiosa historia judía que transita por una Italia bohemia, un plató de culebrones baratos, un lujoso salón de bodas, una barra de bar, una casa en el lago y una casa de putas. Lugares estupendos para el lucimiento de Paul Giamatti, escoltado en su mejor registro por la hermosa Rosamund Pike y el veterano Dustin Hoffman.
La película ha salido irregular, airada, cómica, amarga, y tierna. Imperfecta y estupenda.
No tiene el mejor guión ni el mejor director posibles, aunque ambos sacan partido de situaciones variadas que conforman un todo bastante homogeneo, con sus baches y un puñado de escenas inspiradas, donde Rosamund y su voz de terciopelo, Hoffman en plan viejo zorro y, sobre todo, Giamatti, demuestran la calidad que pueden generar por si solos unos actores interesantes. Interesantes no en el sentido seductor, sino en el de mayor profundidad, el de "interesar" al espectador por si mismos, haciendo cualquier cosa.
Por el camino, tres bodas de las que sólo una importa y una muerte anunciada que termina en lápida con piedras como flores.
En definitiva, Paul Giamatti cabalga de nuevo.
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