viernes, 23 de agosto de 2024

El conde de Montecristo

 

El conde de Montecristo es la novela favorita de los torcedores de tabaco de Cuba, que se la escuchaban día tras día al lector en galera, como quien sigue una telenovela adictiva (antes radionovela, antes novela por entregas). Tanta aceptación tuvo la obra, que dio nombre a una nueva marca para la que entonces se torcían los habanos destinados a convertirse en los más vendidos del mundo: los Montecristo.

Algún día en Cuba se escribirá y rodará esa historia, entre tabaqueros, lectores, novelería francesa y venganzas tropicales. Mientras ese momento llega, la industria gala ha retomado los clásicos del gran Dumas para llevarlos a pantalla, sacando músculo de producción y acertando con el ritmo narrativo. Tanto es así que los responsables de la enésima versión cinematográfica del conde son los mismos Matthieu Laporte y Alexandre de La Patellière que han dirigido Los tres mosqueteros: Milady.

Desde luego, parece imposible en el cine caro que se inventen nada nuevo. Para muestras la cartelera del verano: Alien: Romulus -séptima secuela del xenomorfo-, Gru 4, Del Revés 2, Deadpool y Lobezno -o Deadpool 3 with Friends- y, por supuesto, El conde de Montecristo.

En nuestra representación, más barata, Padre no hay más que uno 4 y Cuerpo escombro. Para qué hablar. El cine español va dando tumbos de comedieta en comedieta, con todo el espacio disponible y vacío para una épica propia y unas adaptaciones literarias inexplicablemente desterradas de los planes de producción.

Los franceses parecen contar con otras premisas. La primera y más importante, una convicción de hierro en que su público más próximo, el de la República, es aún fiel a lo que engrandece la historia patria, su arte y artistas, palacios y buques, soldados y aventureros… Esa inolvidable literatura decimonónica de folletín, repleta de héroes y villanos, presidios y riquezas, amor y venganza.

El conde de Montecristo es una historia tan buena que nadie ha sido capaz de estropearla (¡y mira que hay adaptaciones en las que se han hecho méritos!). Todas y cada una de las versiones para el cine han introducido modificaciones al desarrollo original de Dumas, por distinguirse, por aportar… En esta versión también. Aunque esas novedades son innecesarias, como suelen, tampoco le estorban a la película. Los actores, con Pierre Niney a la cabeza, están bien escogidos, la historia avanza muy bien contada, los escenarios lucen espectaculares... En resumen, una gran producción europea, la única que ha tenido el coraje de caer en verano sobre la cartelera española. Ni la nuestra, ni la italiana (¡ay, la italiana!), ni la inglesa están ni se las espera.

Sólo he echado en falta algo más de mimo en el papel clave del abate Faria que, en mi opinión, siempre fue el gran personaje de la obra. Y, por el contrario, me ha sobrado ese tic que parece irrenunciable en la Francia de hoy: la persona gay aunque aparezca como personaje tangencial. No hace falta incluir una representación por mínima y sutil que sea del “colectivo” en absolutamente TODO, majos.

Me parecería más rompedora esa versión en la que el Conde se lee, mientras un montón de torcedores cubanos manufacturan los puros que terminarán llamándose Montecristo. Ahí lo dejo, mes amis



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