martes, 17 de marzo de 2020

Vivir dos veces


Una historia de “carretera para el descubrimiento”, de uno mismo y de los que te rodean, es siempre agradecida, aunque difícilmente original a estas alturas.

En ésta tenemos un buen antídoto contra los lugares comunes: el actor protagonista y su personaje, el más cuidado del guión, junto a la nieta que –siendo de bofetón al inicio- consigue hacerse querer de su abuelo y por extensión de los espectadores con el paso de las secuencias.

Otra baza a favor: la historia se maneja con la discapacidad y el alzheimer de forma hábil, en la mayor parte del metraje de manera no sensiblera.

El personaje del “esposo coach”, teniendo su gracia, es el único decididamente paródico, y eso le resta eficacia en las partes más serias. De hecho, los momentos clave que podría haber tenido con su pareja (los dos últimos a solas, no el del cigarrillo que es estupendo), se quedan en mínimos por eso mismo: parece que hay temor o falta de ideas de guión para hacer con él lo que sí se consigue con la niña.

De todos modos, la película cuenta con una historia interesante y bonita, buen ritmo, intérpretes idóneos y al menos tres finales. Son sucesivos, pero sólo el último es previsible y rebozado en exceso de azúcar. Afortunadamente, ya no importa, porque has llegado a querer a los personajes y perdonas la pirueta. Esa es la prueba del nueve para saber que la película, a pesar de sus carencias, funciona.

Bueno, la prueba del nueve…o del treinta.



(En Netflix, para esto días de encierro)

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