No sé si los lectores de este
blog recordarán aquellas fotos de familia que se marcaba la Metro Goldwyn Mayer en su época dorada,
para demostrar que tenía contratadas “más estrellas que en el cielo”. Todavía
anda alguna foto grupal de esas navegando por el pixelado mundo moderno.
Pues hay un momento en Endgame
que viene a explicitar lo mismo: Que Marvel
se ha convertido en el alma del negocio estadounidense del entertainment, contratando a todos los intérpretes importantes que
quieren estar en primera línea de la popularidad y el negocio, y a los
emergentes que lo mismo. En fin, una “foto de familia” que no deja de ser pura
demostración de músculo, lo que en este género es más coherente que en ningún
otro.
Endgame termina una etapa
de Marvel que puede ser irrepetible.
En ella ha habido de todo, aciertos espectaculares, patinazos, bobadas y hasta
nominaciones al Oscar (si es que éstas siguen cotizando al alza, que ya se irá
viendo).
En poco más de una década, Marvel ha conseguido trasladar a
pantalla grande un puñado de iconos que malvivían apolillándose en cómics
setenteros convertidos ya en piezas para coleccionista.
El cómic made in USA no había
muerto, claro, pero empezaban a acorralarlo otros soportes de diversión heroica
liderados por el videojuego, cuando los efectos especiales del nuevo milenio
vinieron al rescate como hacen los superhéroes clásicos: sorpresivamente, por
la mínima y arrasando.
Marvel decidió ir con todo, desempolvando a Ironman, a Thor, a Pantera negra, al Doctor Extraño, a los
Guardianes de la Galaxia… incluso al sosainas híper-patriótico llamado para
colmo Capitán América. Y menciono
solo algunos de los personajes más oxidados, para poner en valor la apuesta,
porque Spiderman o Hulk siempre jugaron en otra liga: ya
en décadas precedentes, sus sucesivas adaptaciones para distintas pantallas,
hasta las menos afortunadas, certifican que estaban listos para dar el salto en
cuanto la tecnología se lo permitiera.
Endgame es la segunda
parte de una película total, que lo contiene todo y a todos. Está
admirablemente concebida para no dejar cabo suelto de cuanto había que cerrar y
abrir posibilidades a lo que debe seguir abierto. Permite al devorador de todos
los títulos anteriores reconocer los guiños y despejar cualquier fan-duda, sin
despreciar a los espectadores que han pasado por la súper-taquilla solo de
forma esporádica. Si te has perdido varias películas de éste o aquel
súper-héroe, no importa gran cosa. Aunque es muy probable que te pique la curiosidad
retroactiva y el negocio se extienda hacia el pasado y hacia el futuro. Vamos,
que los guionistas se han ganado el sueldo.
Semejante rompecabezas debe
haberles facilitado los desahogos humorísticos de los que se salpican los
diálogos, hasta bromeando sobre algún personaje del que nadie recuerda su
nombre exacto. Como un buen pastel de cumpleaños, la película tiene capas de
dulces diferentes para suscitar la emoción o la sonrisa según convenga, pero
también velas encima para que la cosa refulja y la épica presida la función.
Vaya, a según qué edades a eso se le llama felicidad y si arrugas la nariz
cuando oyes siquiera mencionar esta clase de película, ahórrate el precio de la
entrada.
Aquí se viene a divertirse y
admirar valentías inauditas. Así llevan los anglosajones construyendo iconos
pop desde hace mucho tiempo. La fórmula, que manejan como nadie y con el
presupuesto que haga falta, es prácticamente infalible.
El pastor David, mientras tanto,
no tiene qué poner en la onda. No es que nadie le alcance una buena piedra, es
que ni nos molestamos en buscarla.
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