martes, 7 de mayo de 2019

Ese es mi bistec, Valance. Artículo 10



Platos por los que vale la pena vivir

Hay una escena del cine que me gusta particularmente. Es aquella en la que el Woody Allen de Manhattan está tumbado en su sofá con una grabadora, enumerando las cosas por las que para él vale la pena vivir: Groucho Marx, por nombrar a alguien, Jimmy Connors, el segundo movimiento de la sinfonía Júpiter, Louis Amstrong y su grabación “Potato head blues”, algunas películas suecas, claro, “La educación sentimental” de Flaubert, Marlon Brando, Frank Sinatra, esas increíbles manzanas y peras de Cezanne, Los mariscos de Sam Wo´s,…

Parémonos aquí, ésta es una revista gastronómica. Y éste, el artículo de cine de la revista. Así que hagamos una pequeña lista sobre platos cinematográficos por los que vale la pena vivir:

Los mariscos de Sam Wo´s (cangrejos en el original), por formar parte de la escena antes citada, o las langostas que tratan de cocer el propio Woody y Diane Keaton en Annie Hall, ambos en su mejor momento.

La pizza con que reciben a Anita Ekberg a pie de avión en La dolce vita. Por su posterior inmersión en la Fontana de Trevi también vale la pena vivir, pero aquella pizza tenía una pintaza aunque la estrella se limitase a posar con ella ¿Se la comió el sobrecargo? ¿Los paparazzis? Quién sabe.

El spaguetti con albóndigas y beso de Reina y Golfo, o lo que es lo mismo: La dama y el vagabundo.

Los perritos calientes de Gray Papaya en Nueva York, sobre todo cuando puedes saborearlos en lo alto de una montaña junto a Salma Hayek, que los ha encargado a domicilio.

El merengue de Érase una vez en América. Sí, aquel merengue que el niño rebaña hasta que se lo acaba, mientras espera a que salga la fresca del barrio a quien el dulce iba destinado para comprar sus favores.

La sofisticada cena que en Fresa y Chocolate organiza el cubano “fresa” a su amigo “chocolate”, homenajeando la novela Paradiso de Lezama. Un momento que se convirtió en bautizo de lo que acabaría convirtiéndose en el restaurante más emblemático y original de La Habana: La Guarida.

Las guindas al marrasquino de Nueve semanas y media, servidas en cuchara a la hermosa rubia de ojos vendados que reinó en los años ochenta (la miel y el hielo los dejamos para otro día).

La sidra asturiana escanciada por Ferrandis en Volver a empezar, pura alegría de vivir.

El batido de 5 dólares de Mia Wallace en Pulp Fiction. Llamado Martin & Lewis, como homenaje a Dean Martin y Jerry Lewis, su éxito fue tal que el chef Dave Watts acabó desvelando la receta: Una banana mediana, una pizca de extracto de vainilla, 300 gramos de helado de nata, 200 gramos de yogur natural, 250 ml de leche entera, 2 cucharadas de miel, 5 cubitos de hielo, una pizca de sal, 4 cerezas confitadas y nata montada. No sé si vale 5 dólares, pero contemplar a Uma saborearlo vale bastante más.

Los dulces que van a recorriendo Depardieu-Cyrano de Bergerac y el pastelero de París (muy fan), mientras recitan y el pastelero se deja robar de forma inmisericorde, como José Luis López Vázquez aguantaba estoico el atraco diario de sus sobrinos en La Gran Familia.

Las alitas de pollo de la cesta de picnic de Grace Kelly en Atrapa un ladrón. Aunque tienes que lucir Cary Grant para comerlas con la elegancia que la Costa Azul exige llegado el caso.

Cualquiera de los platos de cocina china tradicional que prepara el viejo Chu a sus hijas en Comer, beber, amar.

El filete con patatas de John Wayne antes de que zancadilleen al camarero. En ese caso, ya sabéis lo que toca decir: “Ese es mi bistec, Valance”.















(*Artículo publicado en KOBE MAGAZINE,  Noviembre 2017)

2 comentarios:

  1. ¿Los actores comen casi siempre o casi nunca lo que se supone que están comiendo en pantalla?

    ¿Has visto "Mula" y "Dolor y gloria"?

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