Platos por los que vale la pena vivir
Hay una escena del cine que me gusta particularmente. Es aquella en la que
el Woody Allen de Manhattan está tumbado en su sofá con una
grabadora, enumerando las cosas por las que para él vale la pena vivir: Groucho
Marx, por nombrar a alguien, Jimmy Connors, el segundo movimiento de la
sinfonía Júpiter, Louis Amstrong y su grabación “Potato head blues”, algunas
películas suecas, claro, “La educación sentimental” de Flaubert, Marlon Brando,
Frank Sinatra, esas increíbles manzanas y peras de Cezanne, Los mariscos de Sam
Wo´s,…
Parémonos aquí, ésta es una revista gastronómica. Y éste, el artículo de
cine de la revista. Así que hagamos una pequeña lista sobre platos
cinematográficos por los que vale la pena vivir:
Los mariscos de Sam Wo´s (cangrejos en el original), por formar parte de la
escena antes citada, o las langostas que tratan de cocer el propio Woody y Diane Keaton en Annie
Hall, ambos en su mejor momento.
La pizza con que reciben a Anita Ekberg a pie de avión en La dolce vita. Por su posterior
inmersión en la Fontana de Trevi también vale la pena vivir, pero aquella pizza
tenía una pintaza aunque la estrella se limitase a posar con ella ¿Se la comió
el sobrecargo? ¿Los paparazzis? Quién sabe.
El spaguetti con albóndigas y beso de
Reina y Golfo, o lo que es lo mismo: La dama y el vagabundo.
Los perritos calientes de Gray Papaya en
Nueva York, sobre todo cuando puedes saborearlos en lo alto de una montaña
junto a Salma Hayek, que los ha
encargado a domicilio.
El merengue de Érase una vez en América. Sí, aquel
merengue que el niño rebaña hasta que se lo acaba, mientras espera a que salga
la fresca del barrio a quien el dulce iba destinado para comprar sus favores.
La sofisticada cena que en Fresa y Chocolate
organiza el cubano “fresa” a su amigo “chocolate”, homenajeando la novela
Paradiso de Lezama. Un momento que se convirtió en bautizo de lo que acabaría
convirtiéndose en el restaurante más emblemático y original de La Habana: La
Guarida.
Las guindas al marrasquino de Nueve semanas y media,
servidas en cuchara a la hermosa rubia de ojos vendados que reinó en los años
ochenta (la miel y el hielo los dejamos para otro día).
La sidra asturiana escanciada por Ferrandis en Volver a empezar, pura alegría de
vivir.
El batido de 5 dólares de Mia Wallace en Pulp
Fiction. Llamado Martin & Lewis, como homenaje a Dean Martin y
Jerry Lewis, su éxito fue tal que el chef Dave Watts acabó desvelando la
receta: Una banana mediana, una pizca de extracto de vainilla, 300 gramos de
helado de nata, 200 gramos de yogur natural, 250 ml de leche entera, 2
cucharadas de miel, 5 cubitos de hielo, una pizca de sal, 4 cerezas confitadas
y nata montada. No sé si vale 5 dólares, pero contemplar a Uma saborearlo vale bastante más.
Los dulces que van a recorriendo Depardieu-Cyrano de Bergerac y el pastelero de París (muy fan),
mientras recitan y el pastelero se deja robar de forma inmisericorde, como José Luis López Vázquez aguantaba
estoico el atraco diario de sus sobrinos en La Gran Familia.
Las alitas de pollo de la cesta de picnic de Grace Kelly en Atrapa un ladrón. Aunque
tienes que lucir Cary Grant para
comerlas con la elegancia que la Costa Azul exige llegado el caso.
Cualquiera de los platos de cocina china tradicional
que prepara el viejo Chu a sus hijas en Comer, beber, amar.
El filete con patatas de John Wayne antes de que zancadilleen al camarero. En ese caso, ya
sabéis lo que toca decir: “Ese es mi bistec, Valance”.
(*Artículo publicado en KOBE MAGAZINE, Noviembre 2017)
¿Los actores comen casi siempre o casi nunca lo que se supone que están comiendo en pantalla?
ResponderEliminar¿Has visto "Mula" y "Dolor y gloria"?
todo se andará
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