CINE Y DULCES: SALTARSE LA DIETA
El otro día vi una película de
Tarantino, la última que me quedaba de este talentoso frívolo de la crueldad, y
me topé con una de esas estupendas frases suyas, entre palabrota y crimen:
“Coño, nena, eres tan dulce que haces que el azúcar sepa a sal”. Y se hizo el
clic: Coño, nena, vamos a escribir de azúcar. El dulce del Cine, que se utiliza
como símbolo de la tentación, la gula, el egoísmo exacerbado, la
despreocupación suicida y, afortunadamente, como canalizador ocasional de
asuntos representativos y representables del amor carnal.
La película Julie & Julia (canto
a la cocina francesa y no al dulce), dejaba una máxima muy reivindicable: "La
gente que ama comer, siempre es la mejor gente". Eso –en el Cine– no
aplica con los dulces. La repostería es así, una codiciada colección de
delicias listas para ser asaltadas a la menor ocasión y con remordimiento.
Había un pastelero en Cyrano, un bonito relevo
generacional en Tiempos de azúcar y una libérrima confitera en Chocolat,
pero con frecuencia el objeto se superpone al profesional que lo realiza y suele
cobrar significados tremendamente inquietantes.
La misma importancia cobra el strudel
(y su crujiente hojaldre) que pide Christopher Waltz-Hans Landa en Malditos
Bastardos y obliga a compartir con él a Mélanie Laurent-Shosanna; o los
Twinkies que busca Woody Harrelson obsesivamente en Zombieland. Son objetos ligados a la
perdición. No me acuerdo de cómo se llamaba Woody en tierra de zombies, pero sí
de la golosina que prefería. En resumen: para variar, interesa más el pescado
que la caña.
Pero aquí queremos hornear con
meticulosidad, persiguiendo la perfecta combinación entre personaje y dulce de
su predilección: Os emplato por tanto a Gustav, el niño tragón de Charlie
y la fábrica de chocolate, que engulle sin límite y desagradablemente,
lo que le costará la descalificación rápida del millonario inventor Wonka,
aunque, como cliente, el muchachito no tenga precio
A la Lee Remick- Kirsten, adicta
al chocolate y a través del cual se convierte en alcohólica en Días
de vino y rosas (pues lo importante es la adicción, no tanto a qué).
Las tostadas francesas que
preparan de conjunto Kramer padre y Kramer hijo en Kramer contra Kramer, un
momento que certifica la conexión doméstica entre ambos, muy distinta a la del
padre divorciado que lleva al vástago a comer hamburguesas los fines de semana
alternos.
El donut que resume la gula
ilimitada de Homer en Los Simpson, la película. El postre rosado
con forma de enormes senos femeninos, ante el que el Philippe Noiret de La
gran comilona (historia de un suicidio gastronómico colectivo), entrega
finalmente la cuchara. Como prolongación de esta idea de morir comiendo (en vez
de matando), podemos incorporar al Mycroft Holmes-engullidor de puddings, en
uno de esos largometrajes para televisión que se marca últimamente la BBC.
Y a título carnal,
Elizabeth-Basinger sacando en Nueve semanas y media la lengua para
recibir la miel directa del bote, una miel que lo va a poner todo dulcemente
sucio y apetecible. Esta secuencia culinario/erótica no retrata al personaje,
pero es (junto con el streaptease juguetón), la única que permanece mínimamente
a salvo de aquella película-madre-de-todos-los-spot-cool-de-los-80. Y os
prometí hace un par de artículos que hablaríamos de ella. Sin embargo, aún con
sexo de por medio, el dulce funciona mucho y bien como visual metáfora en
negativo y suele tener mal desenlace.
He reservado el ejemplo
paradigmático para el final: Se nos está acabando el azúcar y hacen falta
cantidades ingentes para cocinar a Maria Antonieta, a la cual la fiesta
le pasará factura, pero cuyo carrusel de crema, que en la versión de Sofía
Coppola precede al desastre, es digno de verse y anticipa a todo color la
revolución pendiente.
Sabes que la cosa va a terminar en
el tajo (esa es mi cabeza, Valance),
pero los planos cenitales de platos repletos de golosinas son todo un deleite
para los sentidos. Es Cine, así que no te importe, ese deleite culpable lo
experimentas en la oscuridad.
(*Artículo publicado en KOBE MAGAZINE, Abril 2018)
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