Un argumento sencillo, no
demasiado original, afinado por un guión muy inteligente, cuidadoso, una puesta
en escena estupenda y un reparto fantástico. Así se hace una buena película.
Annette Benning, una de las pocas
actrices de su edad que sigue encontrando papeles de altura, da un verdadero
recital de fragilidad y entereza, divismo y humanidad, según toca. En esta
ocasión, por vez primera, el espectador no rabia al ver a otra actriz encarnar
a una estrella del pasado, para el caso Gloria Grahame. Es mérito de Annette, por
supuesto, aunque quizá le ayuda hacer de una estrella que, aún siendo real,
limitó su fulgor a poco más de una década lejana.
Grahame participó en varias obras
maestras de los 40 y los 50 (Qué bello es vivir, En un lugar solitario, Cautivos
del mal, Los sobornados, Deseos humanos), pero nunca alcanzó la categoría de
mito de camiseta.
El chaval, ya no tan chaval,
Jamie Bell, se pliega al oficio de la dama con absoluta devoción, lanzándose a
tumba abierta con acierto. Su desparpajo, suspicacias, confusión y pena arrasan
al espectador. Julie Walters o Vanesa Redgrave, las madres de los amantes,
juegan hace mucho tiempo en otra liga, esa en la que les basta estar para dominar
la escena.
Las estrellas de cine no mueren
en Liverpool dura 106 minutos incluyendo los créditos, pero podría durar
igualmente hora y media a toda potencia. Su romanticismo late genuino y gracias
al “bardo” (obviamente el de Stratford) consigue un momento bellísimo sobre las
tablas de un teatro vacío. No es la única escena para quitarse el sombrero,
aunque sí la culminación de esta historia sencilla, sentida, probablemente
tramposa, pero auténtica en pantalla. En el cine, es lo único que importa.
Sí que es bonita.
ResponderEliminar¿Vas a ver a los dinos?
Pues si..si
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