lunes, 9 de enero de 2017

¡Canta!



La ventaja de la animación antropomórfica es que no necesita inventar nada, sólo trasladar los clichés humanos con cierto gracejo, el que ponen los dibus a poco bien que se hagan y se muevan.

El inconveniente es eso mismo: seguir los clichés trasladándolos a cuerpos de elefanta tímida, puercoespín rockera o cerdita ama-de-casa-agobiada, sin aportar novedades narrativas (un concurso de talentos tampoco es una novedad).


¡Canta! le pasa lo que acabamos de comentar, pero apenas importa, porque cuenta con otra baza ganadora: la música popular anglosajona de medio siglo XX (el XXI aún no ha inventado nada, si no me creen pongan la radio).

El resultado es vistoso, optimista y razonablemente divertido, ideal para una chiquillería sin memoria que al menos descubrirá una música anglosajona mucho mejor que la de ahora mismo (la canción hispana también vive su peor momento). 


En cuanto a las sub-tramas, familiares, de superación, egolatría o apuros financieros, son las de siempre, aunque facilitan un metraje razonable para confeccionar un largo comercial.  

En medio de tanto referente más o menos trillado, me quedo con la secretaria gagá del teatro y el momento en que la talentosa cerdita redescubre el ritmo de sus caderas en un supermercado a punto de cerrar.

Bamboleo, bambolea...


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