miércoles, 27 de abril de 2011

La balada de Cable Hogue


Anoche soñé que volvía a Manderley…

…Y me detuve a medio camino, digamos 1970, en un desierto sin agua, hasta que llegó Jason Robards y la encontró de milagro. Gracias a ese hallazgo, el harapiento Cable Hogue y su amigo predicador con alzacuello giratorio se convertirían en los nuevos personajes duros y desconcertados de Peckinpah, después de aquellos otros mucho más violentos, del mismo Oeste sucio y decadente, que retrataba como nadie el fronterizo de California.

Duelo en la Alta sierra (1962), Mayor Dundee (1965) y Grupo salvaje (1969) precedieron a esta pequeña película llena de encanto, melancolía, humor y mugre. Apenas cuenta una venganza aplazada, la puesta en marcha de un negocio cutre antecesor de las gasolineras y el romance inacabado pero confortable de un pelanas y una puta del Oeste. Pero no hace falta mucho más para una gran película con estructura de balada, textura polvorienta y sub-texto romántico. Porque Jason Robards y Stella Stevens no son Redford y la Streep recitando a Coleridge en medio de un safari, pero Peckinpah demostró que se puede sacar petróleo de un lavado de grupa tanto como de un enjuague de cabello. Y que la cámara lenta, estilizadora de la muerte, puede sustituirse por la rápida, estilizadora de la vida.

La balada de Cable Hogue (1970) es la única película de Peckinpah en la que las cosas del mundo parecen estar en su sitio y las serpientes de cascabel se utilizan para guisar. Por primera y última vez, el mestizo aparcó su ira para filmar lo más parecido a un Capra trasladado al western, donde un hombre insignificante no podrá saber qué sería del mundo, de su desierto, si él no hubiese nacido para encontrar agua, pero tendrá el privilegio de asistir en vida a su propio funeral y compartir, rodeado de deudos, un bonito discurso fúnebre.

Habría sido un excelente broche para la carrera de Peckinpah, el testamento fílmico idóneo, su Gran Torino. Pero aún vendrían, uno tras otro, algunos de sus títulos mayores: Perros de paja (1971), Junior Bonner (1972), La huida (1972), y Pat Garrett & Billy the Kid (1973). De la furia a la nostalgia, de la road movie con recortada al poema estilo Dylan. No está mal para aquel apache de Hollywood pasado de coca y tequila, que llevaba un trapo en la cabeza y armaba películas capaces de resistir todos los tijeretazos que un gran estudio quiera darle al mejor celuloide.

Peckinpah sabía, como Cable, que en el peor de los desiertos puede encontrarse un manantial de agua fresca o de cine imperecedero. Como en las cenizas de Manderley.


(Publicado en la revista Culturamas, abril 2011)




6 comentarios:

  1. Tus regresos a Manderley siempre son una joya, gracias por compartirlos. Ya me he apuntado las recomendaciones que proponéis en Culturamas. ¡Qué guapos estáis! Y ¡Qué desparpajo derrocháis! Me ha encantado veros y oíros. Allí he visto a conocidos y al amigo Juan. Besos.

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  2. Tu blog está excelente, me encantaría enlazarte en mis sitios webs. Por mi parte te pediría un enlace hacia mis web y asi beneficiar ambos con mas visitas.

    me respondes a munekitacat19@hotmail.com
    besoss
    Catherine

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  3. Al igual que los viajes por Manderley de Marañón tus letras son apreciadas en su regreso a este foro. Siempre es un placer leerte y apreciar tus generosos comentarios.

    En cuanto a La balada de Cable Hogue yo lamento ser más prosaico, uno de los recuerdos que tengo grabados de esa peli es el de una mesa con platos y tazas clavados, literalemente, en esa suerte de oasis que crea Jason Robards en medio de la nada. Para la llegada de los siguientes clientes sirve un cubazo de agua y listo. En lo emotivo me desazonó la muerte absurda y el amor, extraño para mi gusto. Es una obra amable pero que te mueve cosas por dentro.

    Seguro que Luna tiene alguna escena preferida que nos aporta riqueza a este debatillo.

    Ya sabéis que lo próximo es un wester made in Spain: Blackthron, Mateo Gil, Noriega, ya veremos.....

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  4. Gracias Juan, siempre eres muy amable. No tengo una escena preferida, lo siento, me pasa mucho esto de no saber elegir. Me quedo con los cielos despejados, los personajes inusuales, lentos, románticos, estancados en un tiempo y que son terriblemente arrollados por un rápido progreso. Me gusta el predicador y el epitafio, “era un hombre que encontró agua dónde no había…”, en fin, una balada, “una canción de ritmo lento, popular, que se refiere melancólicamente a sucesos sencillos acontecidos”

    El otro día pillé por sorpresa en la televisión la sonrisa de Burt Lancaster en Los Profesionales, no lo pude evitar y se la devolví, no pude quedarme, pero me ha dejado un deseo de volver a verla y disfrutar de ella. Otro curioso western, este, quizá, filosófico.

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  5. Ese final de Los porfesionales con la respuesta de Lee Marvin cuando le dicen "Es usted un hijodeperra".
    "Es verdad señor, pero en mi caso es un accidente de nacimiento. Y en camio usted se ha hecho a sí mismo".

    Gran western que terminará volviendo a Manderley

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  6. Como siempre magníficas las apreciaciones de Luna, aunque no haya una escena favorita a lo Garci, y las del fotógrafo de Lápiz.

    Los Profesionales me fascina, siento volver a lo prosaico, será que me estoy desengañando del mundo. A mi dejó helado la belleza de Claudia Cardinale, que con ese vestido-trapo-segunda piel seduce que da gusto, casi al mismo Burt Lancaster. Es, casi, su única prenda durante todo el metraje. Y como la cosa va de mujeres también me quedo con Marie Gomez, Chiquita, una actriz secundaria y menor, pero que aquí esta soberbia. Nos regala con su actuación un pasado glorioso de revolución y muerte compartido por los protagonistas. Su escote, más que promesa de sensualidad, que también, es un canto a la melancolía de los tiempos que no volverán. Y que decir de Palance, convertido en rebelde mexicano, con su talla y su tinte de pelo, todo por la gloria de la ficción cinematográfica. Seguiría porque me acabo de encender, pero lo dejo porque creo que aburriría.

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