Después del super-engrasado, espectacular, global y todopoderoso Hollywood, las industrias cinematográficas que parecen más sólidas y musculadas son las de China (¿qué fue de Japón? su cine ha dejado de llegarnos), la India y Francia.
No parece existir en toda Europa un cine como el francés en lo que se refiere a capacidad de desplegar recursos, para las grandes producciones históricas y para los dramas actuales, por lo general urbanos, febriles y volcados en esa guerra perpetua de barrios, excolonias o países fallidos, irreconciliables y fanatizados.
De estos últimos va esta película con un título que valdría para una de erotismo modernillo. Aunque aquí fija el tiempo que tardó en desmantelarse el Kabul de las embajadas en 2021. Los talibanes volvían a mandar en Afganistán y, ante ese contexto de pánico general, en el que los afganos que habían trabajado para el cuerpo diplomático (y otros muchos) querían salir del país para salvarse de las represalias (o simplemente de la realidad que regresaba como erupción volcánica), la embajada francesa se llenó de civiles y resistió hasta el último instante el traslado de personal y refugiados al aeropuerto.
Una misión de "extracción" de personas hacía la libertad europea de la que Francia puede sacar pecho y lleva al cine con entusiasmo y presupuesto. Aquí no se analizan las culpas geopolíticas de nadie, solo importa que la ciudad va reconvirtiéndose en el infierno que fue y hay que irse cagando leches, con cuantos puedas cargar en los aviones.
El mismo director de las últimas sobre D´Artagnan dirige esta película con sentido del espectáculo, de la angustia, de los espacios y del ritmo. Salvo alguna salida del protagonista (excelente Roschdy Zem) y el último convoy de autobuses, todo sucede en el interior de la instalación francesa, pero no deja de interesar ni un instante.
No sé lo que ha costado la producción, aunque lucen en ella cada céntimo y cada cautivo. Aménabar puede tomar nota.
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