Concha Velasco fue la
mejor actriz de España. Su longevidad profesional ha jugado en su contra, sin
duda, para según qué sectores. Esos en los que la “pureza de sangre” se exige
con la misma malintencionada cabezonería que se atribuye por defecto a la
carcundia oficial. Pero los inquisidores modernos, como los antiguos, tienen
muy flaca memoria y escuálidas lecturas que lo compensen.
Bailarina, cantante y actriz, Concha
debutó en el cine con 15 años, como actriz de reparto en lo que se filmaba por
entonces. Hizo cine con Sainz de Heredia, Antonio Román, José María
Elorrieta, Pedro Lazaga, trabajó de vicetiple en la compañía de Celia
Gámez, bailó en un espectáculo de Manolo Caracol, falseó su edad,
fue despedida, se tiñó el pelo, tuvo un hijo antes de casarse… Tenía un padre
militar y una madre maestra que había hecho radionovela. Así que quiso ser
artista y lo fue, despegando por fin con Las chicas de la cruz roja,
en la que la estrella era Tony Leblanc, amigo eterno de Concha, como lo
fue Manolo Escobar, con el que haría cuatro películas “de barrio”.
En el 75 lideró la huelga de
actores de teatro junto a Juan Diego. El teatro fue su vida, creo que
sólo Nuria Espert y Julia Caba Alba estuvieron a su altura en
magisterio y leyenda. La vi una vez, en La rosa tatuada.
Sencillamente demoledora, todo el patio de butacas acompasando el aliento al
suyo. Antonio Gala, otro amigo interminable, le dio grandes papeles y se
benefició de su talento escénico.
Pero el cine manda siempre por su
capacidad de llegar a más público y en él reinó durante dos décadas largas,
casi tres. Tormento, Pim pam pum fuego, Las largas vacaciones del 36, La
colmena, Esquilache, Yo me bajo en la próxima y usted, Más allá del jardín…
Concha Velasco era un camaleón, que se
batía en comedias de Alfredo Landa o José Sacristán antes de Garci,
de José Luis López Vázquez y Tony Leblanc, o en las dramáticas del
Pedro Olea más inspirado. Fue una de esas raras interpretes que podías
poner en películas no hechas por ella y te cuadraba (que sé yo, el papel de Julieta
Serrano en Mi querida señorita, el de Carmen Maura en Ay,
Carmela, el de Marisa Paredes en Tacones lejanos,
el de Terele Pávez en La Comunidad). Bastaba con que su
edad fuese adaptable al papel para que todo rol femenino se le ajustase como un
guante. Camus y Berlanga lo sabían bien.
Por si todo esto fuera poco, en
televisión se coló desde el mítico Estudio 1 y protagonizó Teresa
de Jesús a los 50. Algunas de las series que han arrasado en los últimos
quince años de televisión en abierto (Gran Hotel, Velvet) y hasta
alguna del streaming (Las chicas del cable) contó con el lujo de
su presencia inconfundible.
Capaz de cubrir de encanto lo más
trillado, sobresalir en lo convencional, tirarse de cabeza a los retos de
cualquier formato, presentar, bailar, cantar, actuar. Era una fuerza de su
oficio de las que deja un legado.
Su método era la verdad.
Fantástico obituario, una de las más grandes sin duda alguna
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