Uno se cree que ha empezado bien la temporada de streaming
(la de las salas ya será para después de “la cuesta”), cuando acierta
razonablemente con las que va cazando de plataforma en plataforma a principios
de septiembre. Pero, en realidad, hay mucho de errático, es lo que tiene el
empeño de despreciar el algoritmo. Y así toca saltar de unos superhéroes a unos
chiquillos jugando al combate pre-marvel, de la película de monstruo chatarrero
a la de cocina y qualité. El resultado es una segunda quincena septembrina mejunje,
de la que desgloso pinceladas a continuación. Si todas compusieran un cuadro,
el algoritmo vomitaría su mareo (pues que se joda).
Guardianes de la Galaxia 3
Mejor que la segunda, peor que la primera. La misión es lo
de menos, los personajes siguen brillando en sus afectos, puyas y mamoneos. Las
batallas y peleas, como suele pasar en estas pelis anabolizadas, se pasan de
minutos sin necesidad. No creo que gane nadie porque una escena atravesando un
pasillo lleno de enemigos nos muestre a cámara lenta cada hostia de cada héroe
a cada malvado. Son demasiadas. El video juego ya está vendido con estrenar en
medio millón de cines del planeta, dadle un respiro a la cinéfilo-comiquera
afición, caramba.
La guerra de los botones
Antes de los comics y los super héroes, los chicos de los
pueblos se liaban a palos en los bosques, les arrancaban los botones a los
enemigos, hacían cabañas de ramas, cobraban en casa por sus trastadas o iban a
internados áridos. Era otra infancia, retratada aquí con el dinero que gasta
Guardianes en un minuto del mapache. Talento frente a pastizal, precioso
triunfo de la pequeña película francesa de 1963, dirigida por Yves Robert.
Megalodón
Un sábado por la mañana de desayuno largo en pijama y ganas
de coña brava. Pero no la que aporta la película, que es un truñazo tamaño
megalodón, sino por los diálogos que puedes ir improvisando tú (si no les oyes
lo suyo, no te pierdes nada). Nosotros, cuando agonizaba el científico chino en
brazos de su hija hecha y derecha y mujer-de-acción, como se despedían en su
lengua sin subtítulos, improvisamos un mensaje trascendente de padre a hija: “he
sacado merluza del congelador, hacedla que se va a estropear”. Y es que entre
la merluza fresca y el megalodon correosito no hay color.
Delicioso
Y ya metidos en gastronomía creativa llegamos a la francesa
de época, nobles empelucados y cocineros orondos y talentosos. Una fotografía
bellísima, una historia amena, tramposa pero bonita y un final de campiña. Otra
vez la certeza de que hay un cine que se impone por aplastamiento de poderes o
monstruos, mientras aún colea ese otro de belleza sencilla y delicada, campestre, serenamente humana.
Como me descuide, el algoritmo me pilla el truqui.
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