Una botella de espumoso y el amor de tu vida.
No hace falta nada más para empezar el año.
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CINE ESPAÑOL VERSUS CINE DE HOLLYWOOD
Una botella de espumoso y el amor de tu vida.
No hace falta nada más para empezar el año.
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A veces sucede. Un director que no suele pasar del mero aprobado se marca una película inspirada y sólida como ésta. Si Costner fuera tan buen actor como Lane es actriz, Uno de nosotros hubiera quedado muy cerca del mítico 8,5.
Apenas cinco minutos de guión bien repartidos precisaría la narrativa para consolidar por completo las relaciones entre personajes claves o episódicos, aunque el grueso de la información está ahí, la elipsis y el flashback inteligentemente manejados cubren mucho terreno con el mínimo metraje y, en definitiva, todo lo que se ve en pantalla resulta comprensible y coherente sin perderse en más detalles.
La puesta en escena, el crescendo, el final sin concesiones... un buen western con automóviles, sheriff jubilado, madre coraje, nuera en apuros y familia política de hijos de perra.
Ideal para estas fechas "tan señaladas".
No es que Cameron no haga buenos guiones, es que sería incapaz de reconocer uno si se lo pasan. Solo ve de las películas su potencial visual y el reto técnico que suponen. Cuanto mayor es el reto, más le interesa la secuencia. Y es irrelevante cualquier fleco narrativo, incoherencia, simplifiación o conejo de la chistera (porque el conejo va a tener el tamaño de una ballena avatariana).
Sabe dónde está el listón últimamente y le basta para superarlo este caudal inagotable de imágenes inauditas. Por eso puede estar tranquilo. Cameron es un B. DeMille del siglo XXI, aunque a Cecil le escribían cosas mejores. Le quitas a Lynch la música de este hombre y es como si le quitases el jazz a Allen, Storaro a Saura, Williams a Spielberg, Figueroa a la Edad de Oro mexicana, Azcona a Berlanga.
Seguiremos escuchando a Angelo y eso salvará a Lynch.
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Los renglones torcidos de Dios parte de una novela de la que apenas deja la raspa, para construir un ejercicio tramposo pero hábil que tiene sus mejores bazas en Bárbara Lennie, Eduard Fernández y el juego sibilino de los tiempos narrativos.
Lennie lo hace todo bien, aunque no se llevará el Goya. Solo le falta un cruze de piernas delante de los psiquiatras más blandengues.
A Paulo no le interesan los renglones torcidos, sino los retorcidos. En ese campo, como siempre, aprueba con nota.