Al final, quedó encasillado en el galán anticuado y el cariñoso "chatina" que les largaba a las actrices jovenzuelas en escena o plató.
Pero este señor empezó en el cine en los 50, haciendo unos villanos estupendos (el gángster de A sangre fría, el gigoló Víctor de Un vaso de whisky, el torero Romerita) y, en reglas generales, papeles variados en los que siempre estaba solvente.
Durante varias décadas pasa por todas las etapas de nuestro cine, el picanteo, el melodrama, las estrellas cómicas de moda, como la Morgan en La tonta del bote, participa en el famoso Estudio 1, completa repartos internacionales en México o Argentina,... Y se consolida en la escena teatral, en la que su especialidad es la de "elegante de comedia sofisticada".
En los 80, dos papeles le pusieron de nuevo donde merecía: El villano de El Crack 2, que con una sola escena frente a Alfredo Landa y el smoking puesto para una cena navideña, pone los pelos de punta. Pero, sobre todo, el pijo buscavidas sin suerte que encarna en Truhanes, junto a Paco Rabal, nadie sabe cuál de los dos lo hace mejor.
No me importa mucho lo que vino después, las series de televisión exprimiendo su vis cómica para públicos algo mayores o sus colaboraciones en cintas más o menos sonadas (aquellas incursiones de la Pantoja en el cine...).
No tenía nada que demostrar. Habría podido hacer cosas mejores, pero seguía siendo el elegante. Y eso le bastó hasta el final.
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