HAMBRE
EN PANTALLA
El único superviviente de la patrulla
de caballería que se adelanta a reconocer el terreno suele volver con una
flecha en la espalda, pide un sorbo de agua antes de nombrar la tribu que le ha
hecho el roto y enseguida entrega el equipo. Es un caso paradigmático. Pero,
por lo general, el que vuelve de un arriesgado período de privaciones lo que
pide es comer aunque sea un mendrugo de pan, una patata retiesa o un boniato
crudo y mal lavado.
El hambre plasmado en el cine vive de
estas ansiedades.
La filmografía alrededor de la guerra
(excepción, como ya queda dicho, de las guerras indias), ha sido un filón para
la hambruna. Los suministros lanzados desde el aire (a veces se quedan en
papeletas de propaganda triunfalista o cruces de hierro), el rancho de
trinchera (sopa aguada), los banquetes simulados durante los permisos (siempre
queda una buena añada en la bodega si la propina o la recomendación son
idóneas), las apreturas en retaguardia para avituallarse (esas lentejas de Las bicicletas son para el verano), ...
No hay mejor escenario que la
guerra para comer lo inapropiado y con las manos, salvo en Alaska la suela de
zapato de los quiméricos buscadores de oro, con Charlot a la cabeza.
La comicidad de aquel no es
replicable. El hambre es por naturaleza dramático, como la sed. Y si se
combinan, no digamos: es difícil superar una escena como la de la familia judía
deportada hacia los campos en El pianista
de Polanski, compartiendo un simple –y único- caramelo a falta de agua y
cualquier alimento. Impresiona también la impotencia del protagonista algo
después, tratando de abrir la única lata de conservas que queda entre las
ruinas de Varsovia.
Si avanzamos hacia los apocalípticos
escenarios del futuro de tiendas de alimentación saqueadas, almacenes vigilados
como tesoros y regreso torpe y difícil a la caza mayor susceptible de asarse
pinchada sobre la lumbre, comprenderemos que la supervivencia pivota en todo
momento sobre la posibilidad de saciar el apetito. Tom Hanks ya nos ha mostrado
lo difícil que puede ser partir un coco. Por poquito no renuncia y le llama
Wilson.
Luego está la tentación, claro, que
corre pegada al hambre. Un banquete señuelo espera al explorador de maldiciones,
solitario o acompañado de un segundo demasiado glotón que coge algo apetitoso
de la mesa y se lo lleva a la boca con la misma inconsciencia que Hänsel. Para el caso, nos vale una
niña de posguerra perdida en El laberinto
del fauno.
El hambre es mala compañera de
correrías, sea cual sea el guión. Que se lo digan a los fugados de todo penal
estadounidense, que además de birlarse unas camisas a cuadros oportunamente
tendidas al sol buscan un pan de molde, una mazorca o un jamón cocido que
llevarse bajo el brazo o devorar en plena huida. Hay un cierto matiz malvado
cuando se tiene que llenar el buche en Estados Unidos, seas convicto o chaval
fuera de casa: el hambre nunca va a mayores. Encontrarás, para hurtar
fácilmente, una puerta de mosquitera abierta a la cocina, o te recibirá una
familia con un plato de más a la hora de la cena. Estamos en la “tierra de
promisión”, friends. Ni siquiera Ford en Las
uvas de la ira, la obra definitiva sobre la Gran Depresión, retrataría en
ella el Hambre.
Eso queda para el cine europeo, el
neorrealista y los otros. De todos ellos, con escenas realmente logradas de
penuria o redención alimentaria de la misma, me quedo con el momento en el que,
durante El viaje a ninguna parte,
Laura del Sol le confiesa a José Sacristán que tiene hambre. Él cree que se
refiere a un malestar circunstancial, hasta que Laura le aclara que “padece”
hambre.
No es lo mismo. Es la enfermedad del
hambre que ninguno de los que vemos hoy y aquí cine de sala hemos conocido
jamás y que las películas del primer mundo te hacían olvidar un par de horas en
tiempos bastante peores que éste.
Ahora, como entonces, ninguna
secuencia le gana en autenticidad a la que se monta alrededor de una comida
civilizada como ejemplo de dignidad que se recupera. Aunque después no puedas
pagar la consumición opípara, o la noche amenazante vuelva a rodear el refugio
donde un ser querido preparó un delicioso guiso y lo sirvió en los últimos
platos de porcelana.
Esta guapo garret hedlund , buen blog de artistas ! .. .. .
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