martes, 3 de octubre de 2017

Nosotros en la noche


Dos premisas estupendas:
La primera, reunir a Jane Fonda y Robert Redford casi 40 años después de El jinete eléctrico y 50 ya desde Descalzos por el parque.
La segunda, un arranque de auténtico impacto con la proposición de ella, en medio de la noche de un vecindario plácido donde la gente se muere de vieja.

A partir de ahí, fluye una película agradable que no se mete en ningún charco. Ese es el reproche más evidente al guión, todo es tranquilo, pausado, confortable, incluidos los hijos con trauma y el nieto enganchado al móvil hasta que descubre el tren eléctrico, las mascotas y las fogatas. 

Redford y Fonda, dos leyendas vivas con azarosa pero incontestable carrera, llenan la pantalla en esta película de realización plana y bonita fotografía. Por eso, desperdiciar las posibilidades de ese otoño jodido-pero-contento, en manos de estos dos intérpretes, se hace más visible y deprimente. Nos hemos quedado sin saber de qué se puede hablar durante la noche a cierta edad, más allá de lo tópico, cuando estás frente a alguien a quien no tienes nada que esconder.

El humor hubiese elevado la película. El humor de barrio con los colegas de café, el humor a costa del sexo a ciertas edades, el humor ante los recuerdos dulces o amargos, el humor entre padre postizo e hijo encabronado,… 

Mientras veía esta película, me venían a la memoria aquellos chispeantes diálogos de El próximo año a la misma hora, en la que Ellen Burstyn y Alan Alda envejecen de cita en cita, y lo que se cuentan de ellos mismos y sus parejas ausentes.  O aquel momentazo en Memorias de África en el que el marido de Meryl Streep, al coincidir con el amante Redford en el porche de la granja de ella, le decía picajoso: “Podías haber pedido permiso”. Redford contestaba entonces con naturalidad desarmante: “Lo hice. Y ella me lo dio”.

A eso es a lo que me refiero. 

Con todo, la película es como ya he dicho, agradable. En especial para mi madre, contemporánea de Redford.

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