Ha acabado refugiándose en el
teatro, como lo hizo Lauren Bacall.
Y como ella, luce una voz punto y aparte.
Para el cine se batió con Sacristán y Rabal en la inclasificable y maravillosa Epílogo. Con Landa y Juan Diego en una del recientemente desaparecido Basilio Martín Patino (otro
inclasificable genial). Con Imanol Arias
y Victoria Abril, ambos en su mejor
momento. En una de las adaptaciones aseadas (nunca del todo conseguidas) de la
obra de Marsé. Con Javier Bardem y Carmelo Gómez en El detective y la muerte. Con Buchau y Bosé en una rareza comercialona en la que ella brillaba abrumadora.
En el repartazo de La Colmena, en la que se lleva de calle al personal en una sola
escena demoledora. Le ha puesto voz a Ava
Gardner en La noche que no acaba (quién si no). Cosechó merecidamente un
puñado de premios, incluyendo el Goya, por su maravilloso personaje en Secretos
del corazón, aquella bebedora optimista inolvidable. En fin, cerca de
un centenar de películas de todo pelaje la vieron crecer en hermosura y
técnica. Y todo sometido a un descubrimiento de los que ya no quedan, cuando ya
llevaba casi veinte años en el ajo: Su Clara Aldán para la serie televisiva Los
gozos y las sombras.
Hubo un tiempo que era jurado en
el premio de narrativa La sonrisa vertical, junto a Luis
García Berlanga, Juan Marsé, Ricardo Muñoz Suay, Juan García Hortelano,
Almudena Grandes y Beatriz de Moura. Tuve la suerte de quedar entre los ocho finalistas de una edición del premio por aquel entonces y de tomarme con ella un cubalibre
en Barcelona. La descubrí menuda, salmantina,
inteligente y llena de mirada y de sonrisa.
Tengo que ir al teatro ya, fulgurante Charo.
Tengo que ir al teatro ya, fulgurante Charo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario