lunes, 10 de febrero de 2014

Gala de los Goya: Antonia San Juan pierde el récord.



Me cago en el padre de los hermanos Lumiere, qué gala. 

La omnipresente Igartiburu (que en TVE es a los eventos lo que Van Damme al cine de prime time) fue la encargada de contarnos la alfombra roja, "corazones", en una noche climatológicamente horripilante, con manifestantes de la fábrica Coca Cola como metáfora del desguace nacional. 

El presentador Manel Fuentes pinchó, sin tono ni discurso, tan perdido como el ministro del ramo que tuvo problemas de agenda un domingo por la tarde en el que no aconteció otra cosa.

El presidente González Macho leyendo su discurso académico como si le estuviese esperando un helicóptero mal aparcado.

Unos sketchs de gracia ínfima, sin más sorpresa que Miguel Ríos y Chicote (bien ambos), donde el momento chanante brilló por absoluta falta de competencia.

Unos entregadores de premios que actuaron como azafatas (con un guión como éste quizá fuese mejor así). Javier Bardem, el único que habló antes de premiar, sacando la versión de sí mismo que esperan ansiosamente sus enemigos, pero casi por compromiso, atropelladamente faltón, desafortunado y triste como la misma gala.

Un número musical que si hubiera firmado Ana Botella despedazaríamos durante años. Se ha convertido en el momento bochorno de los Premios Goya y va siendo hora de eliminarlo del pack.

Unas intervenciones de presentadores anteriores que, aun grabadas con antelación, tenían la misma poca gracia que lo demás.

Unos discursos de agradecimiento aburridores. Solo Terele Pavez dio emoción y David Trueba lucidez. Lo demás fue fórmula, dispersión y mandar besos hasta al cachorro recién nacido de la perra del vecino de escalera.

La realización, para hacérsela mirar: a quién se enfoca en cada momento, desde qué distancia,  con qué objeto,... Qué papel jugaba la ventana flotante de backstage en medio de los agradecimientos sobre el escenario. Sería un no acabar. 

El uso de imágenes cinematográficas, salvo en el Goya de honor para Jaime de Armiñán, volvió a ser residual. No sé a quién corresponde entender en la retransmisión de este evento que la gala tiene como fin principal promocionar el cine. Por quedarnos con un ejemplo obvio: No se puede hacer el In Memoriam sin decantar lo emotivo de lo protocolario. Es loable incluir periodistas, jefes de peluquería y decoradores, pero Alfredo Landa, Jess Franco, Bigas Luna, Pepe SanchoSara Montiel, Maria Asquerino, Amparo Soler Leal o Elvira Quintillá no deben recibir el mismo trato que los desconocidos del público. 

Para no seguir: la peor Gala que recuerdo en lo que va de siglo.

Los premios bien. Podían haber sido otros y hubieran sido igualmente aceptables. 

Termino con un chiste a la altura de los de anoche: Vivir la gala de los Goya es más fácil con los ojos cerrados.

6 comentarios:

  1. Muy de acuerdo. No se puede recordar de igual manera (democrática, digamos) a un peluquero y a Alfredo Landa o Pepe Sancho (otro grande).
    La actuación musical fue nefasta, inenarrable.
    Como dices, de lo poco lúcido que tuvo la gala fueron las palabras de David Trueba.
    Esto digo yo, en tres breves entregas:
    http://www.elcineenquevivimos.es/?pag=comments

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  2. Lo peor en mi opinion fue lo de los Goyas a las pelicupas no hechas... no salia de mi asombro ante la cutrez y la falta de gracia, me parecio vergonzoso.
    El resto como decis va a misa, un desastre absoluto de principio a fin.
    En cambio los premios bien , me temia lo peor con Adele y cayo Amor, que gustandome mucho me parece muy inferior a La gran Belleza...

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    1. En esa categoría, también era mi favorita La gran belleza.
      No sé cómo va esto exactamente en bases, pero hace tiempo que considero Amor más que amortizada para premios académicos o festivaleros de cualquier parte del mundo.

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  3. el cuñado de Tadeo11 de febrero de 2014, 23:50

    Los premios me parecen bien.
    La gala no tiene arreglo.

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  4. y lo bien maquillado que estaba Manel
    qué poco apreciáis los detalles

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  5. Te escuché en Dealucine, Marañón.
    Alguien debería decirles lo que vende y lo que no,
    aunque no quieran oírlo.

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