jueves, 17 de octubre de 2013

Las brujas de Zugarramurdi



Alex de la Iglesia tiene una pócima de incuestionable eficacia, pero que no siempre utiliza en la misma dosis: los ingredientes más fáciles de detectar son una especie de inimitable sarcasmo indoloro, la acción burra, el ritmo implacable y Terele Pávez.

Luego necesita una buena historia para que brille ese código de humor cercano a Azcona, pero 2.0, con el que conquista una libertad escénica capaz de combinar de forma única lo cotidiano y lo siniestro (esos vhs de la tele del bar, qué miedo dan).

En Las brujas de Zugarramurdi todo esto está presente y a pleno rendimiento. El arranque de la película (no voy a inventarme una opinión "de autor" a estas alturas), es apabullante en ideas, frenético en montaje, genial en construcción de personajes, coherente en su desarrollo. 

Hugo SilvaMario CasasTallefé (ese talismán) y Jaime Ordóñez componen con aplomo una troupe a la que quieres de inmediato, con lo importante que es eso en cine. Silva lleva la voz cantante con un empaque nunca visto y Casas ofrece una capacidad cómica a prueba de carpetas adolescentes. El niño Gabriel Delgado está entre lo divertido, lo repipi y la función de mascota, todo lo que un niño puede ser en este tipo de excursiones desaforadas. Las brujas esperan. 

Han dicho los que me precedieron que cuando ellas entran en juego se estropea un poco la fiesta. Yo creo que no. El miedo y la dependencia hacia las mujeres se acentúa perversamente en los personajes y el guión, con el goloso contrapunto de los policías y la madre terrible. Frases tan maliciosas como las de ese "Renfield" encarnado por Enrique Villén ("hágame caso, dígales a todo que sí") tiran divertidas cargas de profundidad sobre la guerra de sexos como veneno envuelto en confeti.

La lujuria entre competitiva y boba de los dos galanes, la dignidad burguesa del elegido, la documentada visión del taxista adicto al revisteo esotérico, los arrebatos de novia despótica de la Bang, las conversaciones por la red de túneles... Brillante, brillante.

Después, Carmen Maura da un discurso demoledor que nadie salvo ella puede declamar vestida así en el altar de una cueva, y que las espectadoras jalearían gustosas sin necesidad de beber sangre durante la cena con las amigas.

Y entonces Alex, que hasta aquí está que se sale, va y se sale. O se pasa de copas, como todos lo hacemos si la noche se prolonga más de lo aconsejable, y el asunto se "agiganta" en sentido literal, casi sin necesidad. Hay traca al final de los fuegos, pero ya es más una sucesión de estampidos que no colorean el cielo, solo aturden un poco para terminar en clímax y a todo gas. No importa demasiado a efectos de diversión, que ha sido mucha. Solo impide que la película alcance el punto exacto de pócima que tenían El día de la Bestia y La comunidad

Pero es lo que pasa con la brujería, maestro, hay que pagar peaje.

3 comentarios:

  1. Ayer, con el superprecio de la fiesta del cine, había colapso en las taquillas de Madrid.
    A lo mejor va a ser cosa del precio lo de que la gente no vaya, señor Montoro

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  2. Doy fe del colapso. Me comí "Prisioneros" en sesión de tarde en sala llena. Lo curioso es que el lunes pasado por un euro más la sala (dicen) estaba vacía.

    La cola de los cines princesa se salía de la plaza de los cubos. La de los Golem llegaba a "Ocho y medio". La duda es cuándto sacan en limpio por película estos cines. Mucho margen de beneficio no hay.

    Y sobre "Las brujas", De la Iglesia se pasa de copas siempre, el tema es si le da por una noche graciosa y/o si tiene colegas que se lo digan. Porque el montaje se va sobrio. Y el guión se escribe como mucho de resaca.

    La veré.

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  3. Las brujas es otra peli chula con un bajonazo al final a costa de inflarla.
    Aquí hubiera incorporado yo a Salma y no en La chispa de la vida. Puestos a hacer la versión ibérica de Abierto hasta el amanecer, invitar a la Hayek a la cena hubiera tenido su puntaco.

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