Se acaba de estrenar la sexta entrega de los carracos, los cachas y las chavalas, titulada con mucha originalidad The Fast and the Furious 6. O lo que es lo mismo, a Combustión se le ha acabado la cuerda en salas. La versión Carpalsoro de guapos, chica, coches y velocidad estrenó el mismo fin de semana que Iron Man 3 y eso no le hizo mucho bien en términos de taquilla, aunque ha aguantado lo suyo pese a todo.
Pero imaginaos que hubiese estrenado a la vez que The Fast.
Hay cosas en las que no merece la pena competir. Basta con ver los trailers una vez. Dan que pensar.
Ingrid Rubio es una excelente actriz, de las que siempre defiende sus papeles convincentemente, que ha tenido pocas oportunidades para hacer una protagonista en una película destacada. A pesar de ello, se mantiene fresca, joven y activa en un cine donde postularse como cabeza de cartel no debe ser nada fácil.
Aunque en ésta película comparta ese cartel con Carmen Machi, al verla no hay la más mínima duda de que Ingrid es La Estrella -en todos los sentidos-, del primer largometraje de Alberto Aranda. Una historia que mezcla el barrio, el amor desigual, el racismo, el maltrato, la ambición profesional, los buenos sentimientos y la necesidad de auto-afirmarse.
Demasiadas especias en un primer guiso, que luce un impecable nivel técnico para una narrativa algo atolondrada y con más tópicos de los deseables, aparte de algunas torpezas de guión incomprensibles por lo fácil que habría sido no cometerlas.
Lo del ritmo
y la empatía con el espectador supongo que es algo más difícil de planificar.
Como le pasa al flamenco con el duende, o se tiene o no se tiene. En cualquier caso, la Estrella se ve con razonable agrado y la mayoría de los intérpretes hacen bien sus papeles, mejor cuanto más agradecidos.
Ingrid, por descontado, está perfecta.
La película Las verdes praderas es la primera colaboración entre Alfredo Landa y José Luis Garci.
Se estrenó en 1979 y, salvo porque ella no está en lo que se conoce como "mercado de trabajo", su vigencia es escalofriante.
Dos años después, Garci y Landa se descolgaron con El Crack. El investigador German Areta sigue imbatible entre los duros del cine español, más de treinta años después. Me hubiera gustado ver qué pasaba si le hubiese robado el mechero "Malamadre".
Ésta Historia de un beso es de 2002 y cuenta una historia de 1949. Alfredo Landa vuelve a coger el texto y lo convierte en oro, ante el pasmo de la actriz y la adoración del director tras la cámara. Para enmarcar.
Mi amigo David Garrido, director de programación del Festival de Cine Inédito de Mérida, me descubre esta genialidad del frikismo cinéfilo más activo y cachondo. Os pongo primero el trailer de la superproducción y luego una recreación desternillante made in Tailandia.
Bart Layton se
saca de la manga con El impostor un documental
absolutamente atípico, perturbador e inclasificable, donde una especie de Zelig juvenil se transforma en el hijo
perdido de una familia norteamericana que necesita creer a toda costa en los
milagros, aunque lleguen con años de retraso.
La galería de
personajes que abrazan al desconocido o sospechan de su verdadera identidad
configura un mosaico que oscila entre lo conmovedor y lo surrealista, y uno no
sabe a ciencia cierta si lo que le están contando es real o simulado, en un
juego meta-narrativo por el que la película se convierte en la metáfora perfecta
de su protagonista, ese impostor tremendamente cinematográfico, tremendamente
real.
Terrible y
originalísima, salpicada de humor sombrío y maravillosamente montada, El
impostor es lo que el documental puede ser a veces: la mejor
intriga de la cartelera.
Tres días después del fallecimiento de Alfredo Landa, nos dejó Constantino Romero. La voz que doblaba al español a Clint Eastwood, a Darth Vader, a Terminator, a Mufasa, a Connery, a Nexus 6. Insuperable voz, que ojalá no se pierda como las lágrimas en la lluvia.
En 1933, cuando el sonoro estaba aún cuajando en Europa, el checo Gustav Machaty rodó una película que ha alcanzado fama universal por un despelote campestre y un orgasmo simulado con un alfilerazo. La película se tituló Éxtasis (para qué andarse con rodeos) y estaba protagonizada por una jovencísima Hedy Maria Kiesler antes de convertirse en la hollywoodiense estrella Hedy Lamarr.
Hedy fue la primera mujer en
la historia del cine que apareció desnuda en una película comercial. Y luego, aparte de casarse con un nazi, huir de él, seducir en la Meca californiana a quien le fue apeteciendo y protagonizar una treintena de películas en las que su belleza destacaba sobre todo lo demás, Hedy demostró su talento para la ingeniería ideando un sistema de comunicaciones secreto que a fuerza de adaptarse ha llegado hasta la WIFI.
Éxtasis, como dice un amigo experto, es una de esas películas de las que todos los cinéfilos han oído hablar pero que muy pocos han visto. En ella, el virtuosismo visual y narrativo del mudo se despliega en pantalla recorriendo todas las fórmulas plásticas que calaron en las primeras décadas del cine para contar una historia sencilla, en la que una mujer joven necesita disfrutar el amor físico y lo consigue por propia iniciativa, algo realmente rompedor para 1933. Y Hedy se fuma un pitillo al acabar. Creo que fue también para el cine el primer "cigarrito de después".
El sonido, apenas necesario en los diálogos, se despliega en una partitura de Giuseppe Becce envolvente y adecuada. Y la luz, las localizaciones, la puesta en escena, el montaje y los intérpretes consiguen con fines estrictamente narrativos momentos poderosos de los que hoy se cuelan en las películas como fogonazos autorales de corte festivalero.
La vi este viernes, en pantalla grande y gratis. La sala estaba a rebosar, pero no había nadie menor de cuarenta años ocupando butaca. Suele pasar con las cosas de la cultura, esa que siempre vemos amenazada y que lo está, sobre todo, por la falta de interés que mucha gente exhibe ante ella. Hasta cuando sale una estrella en pelotas.
El último cine español está
intentando a través de propuestas de género que el espectador joven se reconcilie
con él. Durante décadas, con una identidad mucho más reconocible que la actual,
se dirigió casi en exclusiva hacia un público mayor de treinta años (con excepciones puntuales
como el “cine quinqui” o los Cracks de Garci en los Ochenta). Y luego ha gozado
de tirones taquilleros y reconocimiento gracias a incorporaciones novedosas,
como la garra visual de Alex de la Iglesia, el gamberrismo de Santiago Segura, la originalidad de Medem, la
sensibilidad indie de la primera Coixet, la "jamonópera" de Bigas Luna, el oído para la calle de León de
Aranoa o el primer Mañas, la autoría estratosférica de Almodóvar.
En paralelo, Amenábar inauguró con Tesis una nueva vía de acceso al público: despojar a las historias de identidad geográfica o cultural para realizar productos "globalizados" donde la solvencia de la trama se bastase por sí misma. Donde la universalidad no fuese consecuencia del localismo, sino que estuviese de partida al omitir referentes de origen más allá del idioma. Sus dos primeras películas, ambas fascinantes y de gran éxito, demostraron la eficacia de su fórmula, a la que le fue introduciendo variaciones y referentes según evolucionaron sus inquietudes. Seguramente porque para él no era una fórmula, comercialmente entendida. Eso es más cosa de productores.
En cualquier caso, había dejado una puerta abierta por la que entraron Mateo Gil con su Nadie conoce a nadie, Monzón y La caja Kovak, Balagueró con REC, Bayona y El Orfanato. El cine de género encontraba nuevos espacios y, en manos de cineastas con voz propia, se adaptaba al terreno del policíaco en títulos como La caja 507 de Urbizu, Celda 211 de Monzón en su mejor propuestahasta la fecha o el último Grupo 7de Alberto Rodríguez, por hacer corta la lista.
Al mismo tiempo, algunos productores españoles miraron hacia Argentina que, aportando más talento que plata, consiguió bombazos como Un lugar en el mundo, Martín Hache, El hijo de la novia o El secreto de sus ojos. Películas sin género, universales, con éxito y premios. Coproducidas, pero inconfundiblemente argentinas.
Y entre tanto, coqueteos aislados aparte (a dos por década), como el de Río abajo de Borau yRemando al vientode Gonzalo Suárez en los ochenta o Perdita Durango de De la Iglesia y Two Much de Trueba en la década siguiente, algunos más se animaban a rodar con el idioma de Los Otros (de nuevo Amenábar). En inglés serían, ya en este siglo, LosCrímenes de Oxford (de nuevo Alex), los terrores de la Fantastic factory (Balagueró y especialistas foráneos como Brian Yuzna), Ágora de Amenábar, Blackthorn de Mateo Gil... hasta llegar a Cortés y su Buried, Bayona con su Lo imposible oMuschietti y su Mamá.
La versión más depurada de este planteamiento -película con financiación española, pero en inglés- la pone Vicky, Cristina, Barcelona, donde se financia a Woody Allen y éste consigue armar una historia en la que el idioma de los personajes autóctonos adquiere categoría de gag (y la identidad catalana también).
La tendencia se bifurca enseguida y, junto al creciente número de películas directamente rodadas en inglés, se vienen produciendo otras que, aunque habladas en español, responden explícitamente a moldes anglosajones de consumo. Los últimos días y Combustión son los ejemplos más recientes -hay muchos más en camino- de esta especie de rendición que se me antoja suicida. ¿Para qué pagar la entrada por una copia barata teniendo por el mismo precio el lujoso original?
Así las cosas, reforzadas por la especial predilección de las cadenas televisivas hacia la producción de este tipo de apuestas, lo que se filma manteniendo cierta identidad (aún a riesgo de reducir su público una vez más al eminentemente adulto), se queda en cifras simbólicas por su falta de promoción, sus estrenos limitados y, no pocas veces, su poco interesante relato. Acaba, en fin, figurando en los papeles como el cine subvencionado no rentable y, por tanto, sobrante.
Con todo, un factor incomprensible como ningún otro atenaza todas estas fórmulas más o menos desafortunadas de sobrevivir como industria: Sus cabezas más visibles (los intérpretes) y los medios responsables de promocionarla o difundirla resultan ser colectivos que se entregan cada día a la adoración y el cuidado de su competidor más directo.
Si en los momentos en los que Coronado promocionaba el papel por el que ganó el Goya, El País le reunía con la Verdú para que juntos recrearan en una sesión de fotos a personajes de Blade Runner, Bond, Cleopatra, Bonnie and Clayde, Batman, etc., el Cinemanía de este
mes da otra muestra muy elocuente de este problema en su reportaje “Cartelera
de estilo”, que consiste en recrear carteles de famosas películas con -de
nuevo- actores y actrices españolas que se prestan encantados al homenaje. Éstas son las
películas homenajeadas: El gran Gastby de Clayton, Perdición de Wilder,
Rebeldes sin causa de Ray, Bullit de Yates, Annie Hall de Woody Allen, Buscando
a Susan desesperadamente de Seidelman.
Títulos míticos
españoles, o tan siquiera europeos recreados para la ocasión: Cero.
A lo mejor soy un
aguafiestas o un tocapelotas, pero a mí esta cinefilia excluyente me transmite
un mensaje bastante directo: Éste es el cine que de verdad nos gustaría hacer,
el que nos gusta ver, del que nos gusta hablar: El de ellos. Y esta impresión no
lleva implícito que, por contra, debamos mirarnos el ombligo ni glorificar la
España “eterna”. Pero entre ponerse autárquicos o casticistas y este papanatismo
recurrente, debería existir algo alternativo que demostrase cierto criterio de
marca.
Porque después el público, ya se sabe, mitifica lo
que está sobre los pedestales.
Alex González tiene otro protagonista en cartelera, el skin reconvertido en boxeador que responde al nombre de Alacrán y que, por supuesto, se enamora.
Se trata de la nueva película de Santiago Zannou, el director de la
premiada El truco del manco, que esta vez se zambulle en el mundo del
boxeo y de las pandillas neonazis para fijarse en un desclasado que aprende a
canalizar su rabia y sus ganas de sacudir al mundo a través de la disciplina
del ring, el respeto por el adversario y el amor de una chica mulata.
Sí, ya sé: se trata de otra
historia que no resulta demasiado nueva. Tenemos en ella al viejo maestro echado a
perder pero capaz de enseñar lo importante, al díscolo discípulo que le coge
aprecio, a la bella mujer que disuelve en amor todo su odio, a la odiosa manada
que mastica la traición de uno de sus líderes, al interesado jefe de filas
político, al hermano de sangre carcomido por los celos,…
Ese es el talón de Aquiles de la
película. Lo que nos cuenta nos lo han contado ya en bastantes ocasiones en
títulos de allende los mares. Y la versión de Zannou ni se mete en
complejidades políticas o sicológicas, ni busca sorprender en ninguna de sus
facetas, solo soltar unas cuantas verdades contundentes a la barbilla del
espectador. Lástima que la vocación de ser directo le haga pecar de esquematismo y sobreentendidos en demasiadas cosas, porque tiene un excelente reparto liderado por los hermanos Bardem, una puesta en escena precisa y adecuada, un sentido del ritmo que explota en el gimnasio y se ralentiza en la
calle con acierto y clima.
Para ir terminando, esta es una
película que llega un poco tarde, lo suficientemente comercial (aunque la
taquilla no le responda tal y como están las cosas), lo suficientemente humana
y amena, no demasiado enjundiosa, pero honesta.
Fernando Marañón nació en Madrid en 1968 y se dedica profesionalmente a la comunicación como director creativo de agencia. Es además dibujante, articulista y crítico en revistas de cine, literatura, misterio y tendencias. También es autor de ficción.
En 2004 publica la obra CIRCO DE FIERAS en la colección Nistagmus y, en 2006, saca con Nowtilus el ensayo ilustrado TIENE DELITO. En 2010 reedita en Aache Ediciones la versión ampliada y definitiva de CIRCO DE FIERAS. En 2017 publicó la novela GILDA EN LOS ANDES, con la Editorial Berenice. De su producción pictórica, el cuadro más significativo es su tríptico literario "Ladrones de tinta". Ha expuesto obra gráfica en distintas ciudades españolas y en Moscú. Como guionista, ganó (con Quique Guerrero) el 1er premio nacional de móvil-cómic, y trabajó en los cortometrajes de Gaby Lütz titulados "Europeos" y "Rufus" (Minority Films). Ha participado durante ocho años en programas de Cadena SER como comentarista de Cine, en 7 días de Telemadrid, en el programa Dealucine de Canal Extremadura Radio y en Aquí en la Onda Madrid, de Onda Cero.
Ahora trabaja en la saga literaria BERNAL DEL NUEVO MUNDO. Vamos, que se lo pasa bien.