Es muy de agradecer una película así, pequeñita, actoral, con pulso y tempo... esas cosas que en la industria anglosajona se estilan cada vez menos, salvo indies calculadores (deseosos de que los fiche Marvel), o imitadores de Ken Loach con menos talento y mucho woke.
Así que se disfruta la exquisita composición de Mark Rylance (ese experto robaplanos), la de los jóvenes emergentes, la del viejo gángster... y el habilísimo movimiento por un escenario único, de tres espacios y un escaparate. Bien, bien, inusualmente bien.
La pega es que la brillantez del guión lleva a unos momentos finales en los que la inseguridad o las imposiciones de mercado obligan a hacer el maldito encadenado de giros sorprendentes, ese más difícil todavía por completo innecesario, pues lo difícil (una película de estas dimensiones y calidad) ya estaba hecho.
Con seis o siete minutos menos, la cosa les hubiese quedado redonda. Pero supongo que a todos no nos cae bien el mismo traje.
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