Hubo un tiempo en el que uno de los mejores actores del mundo, antes de que todos se enterasen de que lo era, se especializó en el cine alimenticio del desarrollismo español de los sesenta y setenta.
Hablamos del enorme Alfredo Landa y de un fenómeno de taquilla llamado landismo, que parece incomprensible y casposo porque nos creemos que en aquellas décadas sólo los españoles padecíamos caspa cinematográfica. Y no-hijo-no, que diría Ozores. Había caspa en Estados Unidos y en Europa, sólo que se quedaba casi toda en casa. Pero me permito recordaros a Louis de Funes, a un tal Herbie, aquel coche con criterio propio, o los gotzillas japoneses de juguete... En fin, que cada cual tiene sus demonios. Pero aquí somos muy de disculpar las tonteras ajenas, incluso verlas con ternura o como cosas kitsch, pop o retro, disfrutables sin remordimiento.
Lo ibérico no. El landismo quedará para los restos como un fenómeno sociológico vergonzante, que ponía de relieve al españolito corto de talla, velludo y reprimido que se pavoneaba ante las primeras turistas suecas, o lo intentaba, o lo fingía, o se enamoraba de la mujer del amigo, o se inventaba esposa, escondía un paleto muy de pueblo, iba a ligar al Oeste... En fin, la lista de peliculas básicas, baratas, rentabílisimas hasta la decena en un sólo año, le resolvieron la vida a Landa y casi acaban con cualquier posibilidad de aprovechar su talento. Tuvo que llegar Garci con El crack para que don Alfredo se hiciese hueco, hasta ganar pocos años después en Cannes, al alimón con Rabal, por Los santos inocentes.
Bruce Willis ha hecho el camino inverso. Destacó pronto en una serie sofisticada, mezcla de intriga detectivesca y tensión sexual no resuelta, Luz de Luna, y pasó al cine de la mano de Blake Edwards y otros como Zemeckis, De Palma o Altman. Incluso aportó un humor desusado en el cine de acción desde sus Junglas de cristal. Demostró también que era capaz de mucho más (no fue de los mejores, como Landa, pero llegó a ser brillante), en neo noirs de Tarantino, comedias de Benton, miedos de Shyamalan, cifis de Gilliam. Le aguantó la suerte en los 2000, gracias a Levison, Rodriguez, Anderson, Soderbergh, Fuqua, Reiner... Era tan cool que podía tocar la armónica, poner copas y hacer apariciones especiales en cosas de autor, de mamporros o sin salir en los créditos.
Hasta que su estrella empezó a declinar. Y así llegamos al willismo, un extraño fenómeno en el que Bruce lleva instalado casi una década. El último año, pandemia sí pandemia no, ha estrenado diez mierdos. Sale siempre en el cartel, pero sus personajes son episódicos, carecen de la mínima entidad o la pelicula lo gasta todo en pagarle... en fin, un desastre. En el colmo de la desfachatez, ha vendido su cara para una publicidad rusa, por el método deepfake, en la que sus facciones se montan sobre un modelo desconocido, inmerso en una rídicula escena peliculera con cuenta atrás de bomba.
Para mayor escarnio, en todo este material de derribo no salen suecas, ni chistes cañís. En USA, cuando un actor entra en barrena, hace policiales baratos, serie Z chatarrera y así. Al lado de los tumbos que está dando la carrera de Willis, lo de Nicolas Cage es casi digno.
Pero Hollywood resulta un enigma tan grande como chusca fue nuestra industria. Puede que el gringo salga del bache y acabe recogiendo una Palma de Oro. ¿No ganó Ben Affleck la copa Volpi ?
Aún hay tiempo, aunque no le llegues a Landa al tobillo, man.
Y Banderas ganó la Palma de Oro, ojito cuidao, después de otra buena retahíla de mierdos de acción con ínfimo relieve, salvo en su cuenta bancaria, supongo.
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