martes, 22 de septiembre de 2020

El joven Papa

Paolo Sorrentino y su ego pueden estar satisfechos: la serie vaticana está arrasando en calificaciones y descansa en la mesilla de noche (¿reclinatorio, plataforma...?), de todos los seriéfagos exquisitos equivalentes a cinéfilo descalificado como gafapastil. 

Lo cierto es que sólo he visto la primera temporada, pero me sumo al clan, aunque no soy muy seriéfago y trato de ponerme poco las gafas. Pero a veces siento ese impulso y hociqueo como el que más. Será está vez por identificar lo dicho hasta ahora con lo que trata la propia serie: la pureza intransigente o la cercanía comercial, la tentación o la duda, uno mismo o su ego.

Sorrentino parece el único italiano capaz de todo. Ya no están Fellini o Bertolucci, por nombrar dos modos de ser ególatra talentoso a la italiana manera. Cinecittá agoniza, pero a Paolo y su equipo de prodigiosa carpintería clerical le abre aún las puertas. 

Reparto, vestuario, localizaciones, efectos especiales, luz y musicalidad (además de música), decorados apabullantes como el de la Sixtina,... Todo se desliza en la pantalla igual que si fuese cine. Así se estrenaron los dos primeros capítulos, deslumbrantes, convertidos en película para el Festival de Venecia. Y otros capítulos podrían rozar el mismo Olimpo (estoy pensando, sin ir más lejos, en el que concluye con una madre haciendo malabares con naranjas). 

La serie está llena de diálogos brillantísimos: el Papa con el secretario de Estado vaticano, con el fiel Gutiérrez, con el baluarte-monja conocido como hermana Mary, con el confesor en la azotea, con el primer ministro italiano, con la jefa de marketing papal... Cada duelo de voluntades depara momentos que parecen de Coppola.

Los caprichos sorrentinianos, que los hay (el fútbol, lo onírico, lo intencionadamente escabroso), funcionan esta vez a favor y no en contra. La pasión, el amor y la orfandad quedan diáfanas en una telaraña de humanidades, más plausibles cuanto más claroscuros gozan y sufren.

Voy a por la segunda temporada, que también se colmó de elogios. Y a ti Sorrentino, en fin, lo que más viene al caso: que Dios te bendiga.    

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