España sigue fiel a La comedia. El policial ha ido ganando enteros, a fuerza de personalización inteligente y premiada; con cierta frecuencia nuestro cine despunta con un poco de terror afinado y tirando a gamberro; hay varias autorías, vigentes o emergentes, con más reconocimiento crítico que taquilla; Almodóvar sigue en la cima -aunque perdiendo espectadores por su ensimismamiento desafortunado y la polarización desatada en el ambiente-; proliferan los emuladores baratos de géneros hollywoodienses muy amortizados; los intérpretes y directores más comerciales se pasan a la competencia... En fin, nada nuevo bajo el sol.
Seguimos como siempre, aunque la personalidad-país sea menos clara, porque con todo y crisis queremos creer que formamos parte del primer mundo globalizado y ya no se llevan la boina, las dehesas puñeteras, contar lentejas en la mesa camilla ni regodearse en el desencanto (por lo visto, de eso se ocupa ya la memoria histórica de ayuntamiento).
Así las cosas, la comedia parece el último baluarte de identidad reconocible que nos queda, el vehículo para tomarle el pulso a la España real, la del comentario carroñero en la barra del bar de los lunes, la de la patochada familiar, la manifa inútil, la violencia verbal palabrotera, el gag a costa de nuestro fondo desdichado y repleto de complejos.
En los últimos años, han triunfado sin paliativos las dos entregas de los Ocho apellidos, más allá de lo esperable, pero también cosas como Ahora o nunca, Perdiendo el norte, Villaviciosa de al lado o ésta de hoy: Es por tu bien.
Fenómeno Ocho aparte, entre las demás mencionadas la que acaba de estrenarse parece la mejor, aunque a poca distancia. Los actores están excelentes todos (en especial Coronado y Álamo), y sacan el máximo de un guión tirando a plano, donde sólo algunos momentos cómicos lo son de forma original y rotunda.
Falta, en definitiva, mala leche, que siempre ha sido la marca de la casa. Querer a los personajes no significa buscarles a toda costa la manera de que caigan en blando. Que se lo digan a Azcona y Berlanga, a Ferreri, a García Sánchez o a José María Forqué. Aquellos tenían menos luz y color en sus propuestas estéticas, pero narrativamente eran demoledores. Y mucho más graciosos.
No te olvides de Cuerpo de élite, esa elitista maravilla.
ResponderEliminarNo vayas a ver estas birrias.
ResponderEliminarEs por tu bien.
Y no hablas de KIKI!
ResponderEliminares que no quería meterla en el mismo saco
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