domingo, 18 de diciembre de 2016

Rogue One. Que la franquicia te acompañe

No se si os acordáis de la serie de dibujos japo Mazinger Zeta, ahora que se lleva tanto el revival, pero todos los episodios iniciaban su progresión dramática más o menos igual: Mientras Mazinger andaba recogiendo flores gigantes para Afrodita A y Koji (su piloto) aprovechaba para ir a mear, llegaba un robot malvado pisando fuerte hasta el laboratorio de los Kabuto. El profesor ponía a funcionar la barrera protectora, el robot le atizaba a ésta cuatro piñazos y la barrera se hacía añicos. En esas estaban cuando Koji se metía en la cabeza de Mazinger y todos se enredaban en la zapatiesta. Puños fuera, fuego de pecho y tal.


En una de Starwars pasa lo mismo: las armaduras blancas de los guerreros imperiales no sirven ni pa tomar por culo. En realidad, solo sirven para eso, porque no paran un rayo de arma corta ni un guantazo a mano plana. Aunque decoran desde hace 40 años la galaxia y sus recovecos. Simbolizan la omnipresencia del Imperio y la esperanza de la Rebelión en su vitoria última.

A partir de esa fidelidad a la esencia de la saga, Rogue One está muy bien hecha. La narrativa, los efectos, las idas y venidas, las localizaciones habitadas y desérticas, el encaje de la aventura en su momento del culebrón,... hasta la siniestra recuperación de algún gobernador de gatillo fácil queda aparente (si yo fuese actor en Hollywood, estaría muerto de miedo).


Los personajes están bien traídos y siguen respondiendo, como en la trilogía original, a un híbrido de géneros al servicio del heroísmo, un poco mugriento pero genuino, de los voluntarios a los que la Fuerza acompaña al matadero o a la gloria. Para el caso nos valen el kun-fú y el yapayoga, la deserción y el sabotaje bélicos, la genética ñoña y la zoología creativa. Siempre y cuando salga el tipo del sable para recordar de qué va esto. Y todo ello, bien combinado, da otras dos horas disfrutables en una galaxia muy muy lejana.


A Rogue One le asisten una idea novedosa por clásica y coherente (la misión suicida), muy bien desarrollada, y un mal ya conocido que apenas necesita más detalles que seguir usando la misma arma de siempre, pero esta vez con fundamento. El único "pero" es el limitado carisma de los protagonistas, rodeados por gentes vivas y muertas a las que les basta con estar para darle empaque al decorado. A Felicity Jones le falta un punto de expresividad y Diego Luna se está pareciendo peligrosamente a Sabina

Los de la armadura blanca, por descontado, caen como chinches. 


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