Al hilo de mi reciente experiencia cinéfila con Leviathan, me ha saltado a la cara un argumento al encontrarme esta noticia: “Una multa de 4.800 euros para un ganadero por acarrear leña en su tractor”, que luego abunda en detalles como que “La Agencia Tributaria entiende que hubo un uso indebido de gasóleo agrícola y el afectado dice que la limpieza de fincas es un obligación impuesta”.
De aquí
podría salir una película como la rusa, que podríamos titular más castizamente (sugiero Leña
al mono), en la que viene a mostrarse lo que ya sabemos: que nos están
crujiendo sin compasión y que los resortes con los que cuenta el ciudadano para
defenderse sirven de poco frente al monstruo.
Lo estoy
viendo casi en Cinemascope: La comunicación por escrito en plenas Navidades, los
delirantes viajes a despachos y ventanillas de reclamación, las explicaciones desapasionadas del
amigo abogado, la impotencia familiar, las alegaciones, los aplazamientos, las
negativas. Todo ello en invierno, claro, mientras la leña transportada se va
agotando y la paciencia del ganadero se resquebraja.
Esta sería
una película triste (podríamos ponerle algunas gotas de sarcasmo, de las que
te hacen reír por no llorar) con un final anunciado que me ha aportado mi amigo
Frank: pagada la multa, y zanjado el
asunto a satisfacción de las autoridades competentes, el personaje con cargo público
que adquiera más protagonismo en el transcurso de la narración manda a su
coche oficial a hacer algunos recados particulares. Sin remordimientos, en todo
su derecho, aunque al ganadero le hayan hecho leña.
Lástima que
Azcona y Berlanga ya no estén entre nosotros. Lo clavarían.