domingo, 14 de septiembre de 2014

Boyhood



Es muy posible que, en la percepción de sus espectadores, Boyhood nunca pueda sacudirse de encima la singularidad de la realización a lo largo de 12 años, mientras el paso del tiempo sobre los actores involucrados era completamente real y se aplicaba al relato. Nadie hasta la fecha había rodado una historia para el cine de semejante modo y lo cierto es que este aspecto tan singular, y no menor, acentúa la potencia de las sensaciones y momentos que la película narra.

Hay algo aún más singular, en cualquier caso: que este tipo de proyecto sea posible en la industria norteamericana actual, aunque en realidad no lo es, Linklater -director y guionista- se ha financiado el capricho de su bolsillo. 

La cotidianeidad de lo que narra Boyhood, sin un solo subrayado, sin apenas drama, sin intriga, romance, fantasía ni epopeya, remite a otra clase de cine, de otras latitudes y prácticamente en desuso. Pero, sobre todo, la película es la antítesis de lo que Hollywood prioriza en la última década para aplastar a la competencia. Bien por Richard Linklater, y por sus aliados Ethan Hawke y  Patricia Arquette en esta historia de padres e hijos centrada en Mason, el pequeño de la familia.


Boyhood es la historia de un niño haciéndose mayor, rodeado por sus seres queridos, por los cambios de domicilio, colegio, padrastro,... mientras hace las cosas propias de la edad y su padre de fin-de-semana-cada-quince-días trata de ejercer en lo posible, dándole consejos con bastante tino. Mediante un manejo fluido de la elipsis, buenos actores en movimiento y escenas que casi siempre escapan al cliché aunque se reconozcan con facilidad. 


Momentos como aquel en el que el niño le pregunta a su padre por la magia; las inteligentes miradas de Mason a su madre cada vez que detecta que va a equivocarse de hombre una vez más; el instante en el que Mason padre les expone a sus hijos el tipo de relación que no está dispuesto a entablar con ellos; la conversación sobre anticonceptivos en la cafetería, interrumpida por un ligue del adulto; el gag sobre el último marido de ella, que se reserva para el último plano en que le vemos; momentos encadenados que pasan volando, mientras piensas que habrá algo más.

Pero eso es todo y el efecto resulta perturbador. Basta con escuchar a Patricia Arquette cuando presiente que va a quedarse sola, que el tiempo de tener a los hijos bajo su ala se ha agotado y no volverá, para entender lo importante y lo anodina al mismo tiempo que puede ser la vida de cualquiera.



4 comentarios:

  1. OBRA MAESTRA. Sin paliativos. Y lo siento por aquel que no sea capaz de verlo. Porque lo es. Su grandeza reside en lo pequeño, casi lo anodino. Es una experiencia brutal. Para enamorarse del poder del cine y su capacidad para atrapar el tiempo. Una vez más

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    1. Pues un servidor lo logro entrar....todo es tan simple y cotidiano, los dialogos son banales en su mayoria... que no, que no.

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  2. Tras leer esto, tanto el post como el comentario de otro cinéfilo como David Garrido, tengo que ir a verla, no puedo dejarla pasar de la pantalla grande.

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