jueves, 11 de octubre de 2012

Salvajes



Oliver Stone se ha puesto moderno. Siempre quiso serlo y no pocas veces lo ha conseguido. Lo paradójico es que cuando lo logra suele ser desde el convencionalismo formal o narrativo. Pero sus inquietudes le juegan malas pasadas, también con cierta frecuencia, y esta vez ha decidido rodar como lo haría un joven de los de gorra de beisbol. Pero como se llevan puestas ahora, torciditas, no como se la ponía Spielberg.  Y para eso, para ser de nuevo un cineasta joven, ha tirado de un material de Don Winslow, novelista con nervio que ha crecido en popularidad desde su narco-novela río El poder de perro. Aunque aquí, Oliver le adapta Salvajes, una de las últimas, más conectada a  Muerte y vida de Bobby Z, su primera novela de éxito y también adaptada en su día a la pantalla con resultados bastante pobres.

Como en la de Bobby, en Salvajes hay marihuana mítica, surferos molones, ex-combatiente, rancho aislado en el desierto y chavala sideral. La película lo aprovecha todo, porque a efectos de impacto se traduce en elementos visualmente refrescantes, que Oliver rueda con el oficio más que probado y un montón de concesiones al grafismo sobreimpreso, las texturas de imagen a la moda, la música escogida y las aceleraciones de moviola.

En realidad, el buen toque de Stone no está ahí. Lo pone la parte mexicana de la historia, encarnada en esa especie de “reina del sur” que interpreta Salma Hayek sin despeinarse la peluca, y su mejor sicario, un Benicio del Toro que se mueve por cualquier escenario con la confianza letal de un cocodrilo. Hasta el agente federal que le toca en suerte a Travolta (y que se come a los actores jóvenes con facilidad), se queda en bragas cada vez que comparte escena con Del Toro.

Pero todo esto apenas importa, porque en estas historias de narco, amores juveniles y complicaciones sangrientas, para que queden creíbles, lo que importa es la chica. Y la rubia Blake Lively, que pone hermosura (mucha) y voz en off  (demasiada), no tiene un personaje de garra como era el de Jennifer López en Giro al infierno, ni sus novietes son aquel Sean Penn tan en forma. Así que la cosa queda un poco como Crepúsculo, pero con tráfico de drogas y territorios,algo de brutalidad, y un presupuesto tan holgado que obliga por contrato a dos finales. Mientras ella sigue con la voz en off, contándonos una mentira menos moderna de lo que a Oliver le hubiera gustado.

(La versión original de este artículo apareció en experiensense.com, como parte de mis crónicas sobre el Festival de Cine de San Sebastián 2012).

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