domingo, 3 de julio de 2011

Blackthorn



Butch Cassidy aún vivía en la remota Bolivia, retirado bajo la identidad de Blackthorn y razonablemente a gusto en aquel paisaje, con su cabaña aseada, sus caballos de raza y su amante india. Pero siempre hay una última oportunidad para volver al territorio de la acción y la leyenda.

Desde esa premisa tan sencilla como ambiciosa y con un actor perfecto para el papel, Mateo Gil se ha descolgado con un western de alta calidad que se convierte en el penúltimo extraño logro de la errática cinematografía española, que, cada vez más, obtiene sus aciertos de aquellas fórmulas con las que nadie la identifica: el cine carcelario de intriga, el cine de acción en inglés y en Irak, la coproducción con Argentina, la financiación del Allen europeo.

En tiempos hollywoodienses de 3d, superhéroes, sagas, comedietas y terror adolescente de gran presupuesto, combatir con comedietas locales, dramas de extrarradio, estrellas televisivas, despelote y guerracivilismo es perder tiempo y dinero, el poco que hay. Sólo Torrente -también como saga, como 3d y como súperhéroe en su reverso chapucero- puede revindicar territorio cañí y plantarles cara en taquilla. Así que toca reinventarse a fondo o convertirse en verso libre. Mateo Gil lo ha hecho con su bandido y como un bandido, entrando a saco en un mito de la historia y el cine americanos para componer sin sonrojo y con bastante astucia algo digno de verse.

Aunque no hace falta ser un lince para saber que los grandes espacios son para la gran pantalla, que las montañas selváticas, las minas abandonadas, los desiertos de sal y los buenos tiroteos son herramientas de primera para hacer cine, si se cuenta con el presupuesto suficiente. Es curioso, porque Gil ha dicho que por falta de recursos renunció a muchas cosas en Blackthorn. Si es así, tiene más mérito todavía. Se ha quedado con lo esencial: Sam Sephard, viejo pero fuerte, sabio e ingenuo, áspero y romántico. Y un guión bastante hábil con el que saca partido a su presencia y la completa con un atracador joven, de otra escuela, una cuenta pendiente con su viejo enemigo y unos bolivianos silenciosos, perseverantes y terribles.

Gil demuestra una capacidad de síntesis notable -imprescindible en el western-, un buen manejo del flasback -de pasmosa precisión en el casting- y, sobre todo, el don de la atmósfera. Porque si algo tiene que tener una aventura crepuscular, es atmósfera. Aquí la ahí, en el humilde rancho, en la taberna barata y en el espacio abierto, a caballo y también a pie, cuando el caballo ha muerto y sólo sirve de parapeto y punto de apoyo para el rifle en medio de un desierto blanco abrasador. Como en los viejos tiempos. Como siempre.

Ya lo decía Borges: "El hombre olvida que es un muerto que conversa con muertos". Butch no.



2 comentarios:

  1. Guau!!! Dan unas ganas de verla tremendas. Tanto desierto y tanta sal me traen a la memoria al gran William Holden pasándolas canutas en otro desierto, en otro Western: Fort Bravo.

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  2. Hace unos cuantos años que no me seduce la idea de ir al cine para ver una del Oeste. Tenía la sensación de haberlo visto todo en este género, o casi todo, hasta que he leído tu crónica de Blackthorn. De pronto he sentido ganas de volver a sentarme en la butaca y saborear el regusto de un buen western, y si encima es español, ni te cuento... un gustazo. Pedro

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