sábado, 25 de abril de 2020

Tyler Rake también mata más de lo que crees


Si no mata a varios cientos en dos horas, el pollo, es señal de que las escenas de tranquilidad se me hicieron eternas. Bromas macabras aparte, la violencia es, por incontable, tan abusiva que produce incomodidad, irritación, rechazo o repugnancia, según el grado de tolerancia que tenga cada espectador al género.

Tanto se mata en ella, que la película resulta plana hasta el sonrojo. Por ejemplificarlo también en un aspecto meramente técnico, el tostado sudoroso de la imagen para la India no se matiza ni un sólo instante. De la idea que tiene Netflix de una ciudad del subcontinente, su lumpen y sus fuerzas armadas, mejor ni hablamos.

En fin, todo va de cuatro clichés que sostienen una matanza sin paliativos: exmilitar atormentado, rescate de menor en zona de guerra, equipo híper-tecnificado al otro lado del pinganillo, narcos omnipotentes...

La matanza, evidentemente justa, corre a cargo de un protagonista imposible y de algunos colaboradores puntuales, tirando a conejo en chistera apollidada. Por el lado de los malotes, hay tiros en la cabeza, dedos auto-amputados y lanzamientos mortales desde azotea, para que la desbordante originalidad de la propuesta se aplique hasta en las muertes indiscriminadas. Que, ojo, no se pueden confundir con las que muñe nuestro prota rubio. 

Hubo un momento de menos de 10 segundos en el que conté cinco ejecuciones (pistola, cuchillo, granada de mano...). La historia, si podemos considerarla tal, no es que sea básica y tópica, que también. Sino que además es de una inverosimilitud sangrante, nunca mejor dicho.  

El desaprovechamiento de un principal de semejante tirón o de la estrella invitada de la plataforma, la sosería colosal del secuestrado, el ridículo final (si llegas)... No se puede gastar más en empaquetar a la hollywoodiense manera de esta década una mierda netflixiana de manual mal redactado y peor traducido.  

Otra muesca en la culata de la cuarentena. 
A partir de ahora, clásicos.

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