lunes, 16 de diciembre de 2019

¿Dónde está mi cuerpo?


Otra maravilla de la animación se ha colado entre la mucha mediocridad magnificada que produce Netflix. En este caso francesa, originalísima, cómica, romántica, intrigante, terrorífica… poética.

Con un estilo gráfico en 2d aparentemente sencillo, pero muy afinado, lleno de encuadres bellos y naturales, fondos urbanos con su punto exacto de cocción, luces y sombras, color o blanco y negro… Todo preciso, bonito hasta donde debe y con un movimiento que es soterradamente la estrella de la función.


Más allá de los que nos fijamos en estas cosas, por deformación profesional, afición plástica o frikismo, se despliega en pantalla una historia que no sólo es encantadora de ver, sino interesantísima y hasta loable de tan alejada del patrón Oro (ya me entendéis, Hollywood / Goliat en mallas heroicas).

Lo más chocante, en cualquier caso, es que ese distanciamiento no se produce por buscado hermetismo, autorías mal entendidas o incoherencias a lo Lynch (cuando Lynch se pone incoherente). Cada situación mostrada es perfectamente entendible, a veces hasta graciosamente tópica, es el encadenado desarrollo de todos sus elementos lo que convierte a esta película en una joyita que se sale por completo de la norma. Y de la que muy poco puede decirse sin que te corten la mano.

Búscala y clica. En cuanto a la pregunta formulada en la versión española del título, Naoufel… Supongo que cada cual extraerá sus propias conclusiones y encontrará una respuesta. La mía es que está con ella.


Anna Karina


Se ha repetido tantas veces la secuencia del baile en Banda aparte, que se diría su “momento Fontana de Trevi”. Anna Karina hizo mucho más, claro.

Como musa de Godard, rodó un puñado de buenas y sesenteras películas, desde Una mujer es una mujer a la mítica Banda aparte, Vivir su vida, Lemmy contra Alphaville, Pierrot el loco, Made in USA. Pero también trabajó con Rohmer, Visconti, Vadim, Schlöndorff, Cukor, Varda, Fassbinder, Ruiz, Rivette, Demme… Su ritmo de trabajo no decayó en los setenta y ochenta. Pero en la última década del milenio sólo tres cineastas contrataron aquellos ojazos. Con todo, Anna pudo aún marcarse cuatro apariciones más, hasta el 2008.

Otra joya del cine que se va. 
Sigue bailando, bella Anna.


sábado, 14 de diciembre de 2019

Danny

Llevaba una década retirado y pasaba de los ochenta años, pero era de esos actores que te gustaría toparte en cualquier película durante toda la vida. En los años setenta del siglo pasado, casi como figurante con frase (y qué frase!), se coló en El Padrino II. Poco después participaba en Érase una vez en América, la catedral de Leone.

Pronto fichó por el magnífico Allen de los ochenta (Broadway Danny Rose, La Rosa Púrpura del Cairo, Días de radio) y destacó en Hechizo de luna como novio de Cher pegado a las faldas de mamá y en Haz lo que debas, que valió a su pizzero acalorado su nominación al Oscar. 

Trabajó con Altman, Besson, Becker... Hasta se embarcó en las aventuras internacionales de Trueba y de Gómez Pereira. Recuerdo ahora especialmente su gángster de Two much enamorado de la entonces bella Melanie Griffith, advirtiendo a Antonio Banderas que le rompería un hueso por cada lágrima que ella derramase: "Y ya sabes que llora mucho".

Hoy te lloramos a ti, amigo. Buen viaje a la inmortalidad.


domingo, 8 de diciembre de 2019

El irlandés


El Irlandés sólo tiene dos peros:

El retoque a Robert De Niro para cubrir todas sus edades es el primer inconveniente. No hubiera pasado nada por usar otro actor que le encarne en la juventud. El original lo hace todo de coña, claro, pero resulta muy difícil tragar con un rejuvenecimiento que nos da físicamente un De Niro distinto al que sabemos que fue. Aunque quien no le haya visto delgado y loco en sus más lejanas pelis de gloria no tendrá ese problema.

El segundo inconveniente lo pone Netflix, que está contratando a los mejores a condición de que se parezcan mucho a ellos mismos. Aunque Marty les engaña con los travellings musicales marca de la casa, mientras apuesta por una narración contenida, menos Scorsese de lo que aparenta ser. 


Todo lo demás es una demostración de fortaleza como narrador, artista, técnico, cineasta total. No queda nadie en Hollywood a su altura, salvo quizá Eastwood (cada dos films) y Spielberg (si le quitamos los subrayados sentimentales). 

Del reparto se puede decir otro tanto. Casting primoroso de todos los feos estadounidenses de barbacoa, du duá y sindicato. Preciso y volcánico Al Pacino. Detalle de lo más jugoso el papel para Harvey Keitel

Y lo de Joe Pesci es, francamente, de otra galaxia. 

Bravo por el viejo clan de putos amos.

martes, 3 de diciembre de 2019

Joker en gaditano



No conozco al autor de esta crónica, pero me gustaría haber sido yo.

De Cádiz, para el mundo:

“Por fin he visto JOKER. Peliculón. La interpretación del nota es tremenda. Eso si, yo más que el Oscar le daba una olla de menudo, que no vea el canijaso que tiene el joaquinito, picha. Está claro que cuando hizo del emperador Cómodo en Gladiator, estuvo más cómodo. Porque el casting de Gladiator fue bueno, pero el catering… eso tuvo que ser un bastinaso. Na má que hay que vé la diferencia entre el cuello que tenía el joaki haciendo de Cómodo, que era una mezcla entre el de Fernando Alonso con el de Ángel León y la papada del pequeño Nicolás, y el que tiene hasiendo de Joker. ¿Y el nota que hacía de gladiator?… que lo veías al lao de los demás gladiadores y pensabas: esos están yendo al gimnasio pero este no sale del burguer king el ioputa..

Pero bueno, volvamos al Joker. La película está del carajo porque te hace reflexionar sobre el origen del mal y sobre cómo alguien anónimo, poseído por la mala suerte, marginado por el individualismo y despreciado por el sistema, puede convertirse en un hijoputa. Y porque no tiene movil ni coche, pensé, porque estafado por vodafone y sin sitio pa aparcá, ya se habría cargao a alguien en el primer fotograma… La peli está tan bien hecha que consigue que empatices con el joker y te metas en su pellejo (esto último, con el canijaso que tiene, no es difícil. De hecho pa mí que en su pellejo cabía to la sala 8 del cortinglé).

Aunque todo el mérito no es de la peli, hay que reconocer que también ayuda mucho a identificarse con el personaje el hecho de que después de llegar corriendo y a lo justo a la sesión de las 18.30 tras dejar a los niños con los abuelos, pagar 7 pavos por cada entrada y subir las escaleras de la sala hasta alcanzar la última fila de butacas justo en el límite con la estratosfera, coja el cortinglé y te casque 20 minutos de anuncios. Pero no solo trailers de otras pelis como to la vida, no: anuncios de coches, de ikea y de bancos. Si, de los putos bancos. Y sin mando pa cambiá, te los tragas por cojones. Encima, como no te ponen lo de “volvemos en 7 minutos”, ni siquiera sabes si te va a da tiempo de hacé popó o sólo pipí. Así que a los diez minutos, viendo que aquello se hacía más largo que un intermedio de la peli de la tarde de antena 3, bajé a oscuras las putas escaleras y aproveché pa salí a comprá las palomita que, con las prisas por no llegar tarde, no había comprao a la entrada. 14 pavos en dos puñaos de maiz sosos y dos cocacola. Sus muertos. Cerveza no tenían porque no pueden vender alcol. -¿Que no podéis vender alcol?… le dije a la dependienta, po ahí dentro bien que lo anunciais, cabrones, que entre el anuncio del nissan juke y el del bbva había uno de vino con su bodega y tó. -Mira tio mierda, me dijo marcándome la yugulá con la pala de cogé las palomita, -si quieres vino, baja las escaleras y te vas a dá por culo al hipercó… que aquí ya tengo yo bastante con aguantá niñato maleducao que se gastan en dos horas lo que gano yo en dos días como pa encima tené que aguantá también a puretas amargaos que pretenden pagá cormigo su enfado con el sistema. ¡¡Enga a mamarla por ahí, carajote!!!… – ¿qué ma dicho, cacho puta?… – ¡amargao de mierda!… Tras un desequilibrado intercambio de pareceres, soltar 14 pavos por dos vasos de hielo con un chorreón de cocacola y dos cartones de palomitas con la bandera yanqui y sin tiempo pa meá, me volví corriendo pa la sala 8.

Evidentemente la peli ya había empezao. De hecho estoy seguro de que el proyectista aprovechó la única oportunidad que le brindaba su pequeña parcela de poder para canalizar sus frustraciones y le dio al pley na más verme salí de la sala. Optó por sentirse mejor haciendo sentirse peor a un semejante. Y la pagó cormigo el hijoputa. A oscuras, con las manos heladas por el hielo de lo vasos, la peli empezá, meándome, enfadao con la de las palomitas, con 30 pavos menos en el bolsillo y con un odio creciente en mi interior, comencé a subir otra vez las escaleras. Los primeros 10 escalones los aproveché para contar hasta 10 y tratar de relajarme. Los subí pensando, -yo soy buena gente, ¿qué le pasa a todo el mundo?… Pero al llegar al escalón número 11, con las manos entumecidas por el hielo, el cuello dolorido por aguantar contra el pecho los dos cubos de palomitas y mareado por la falta de oxígeno a esa altura, tuve que parar a coger aire.

Hasta ese momento parecía que nadie había reparado en mí. Quise pensar que a oscuras y con la atención puesta en la película, nadie había sentido el impulso de ayudar a un semejante. Pero un carajo pa mí. Había resultado invisible mientras no me había parado. En el momento en que me detuve para recomponerme comenzaron los resoplidos y las quejas: – ojú io… – no va da ná… – vamo a sentarno picha!… -échate a un laíto, carajote!… – siéntate ya, con tus muertos, que parese Moret!!… Enseguida llegó el primer empujón. Y luego otro, y otro… sin piedad. Entre insultos y empujones subí como pude hasta la última fila y cuando levanté la vista pude ver al proyectista en su cabina descojonao y aplaudiendo el linchamiento. Pero cuando se llevan dos cubos de palomitas agarraos con la papada no se puede levantar la vista. Los cubos se deslizaron por mi barriga haciendo reaccionar a mis brazos que trataron de sujetarlo. A estas alturas de la película, y de la escalera, tenía las manos como un playmobil: rígidas e incapaces de hacer la pinza.

Eso hizo que ambos vasos grandes de cocacola resbalaran y cayeran contra el suelo haciendo subir dos enormes chorros de cocacola helada que a modo de geiser alcanzaron mi cara y mi pelo. Al ver que el proyectista se estaba partiedo el pecho entendí que había llegado la hora. Me eché patrás el pelo ayudado por el azúcar de la cocacola, me meé encima y me encendí un ducado. En cuanto saltó la alarma de incendios y la gente empezó a gritar y a huir despavorida pisoteándose los unos a los otros cogí el extintor que colgaba en la esquina cercana y reventé con él el cristal de la cabina del proyectista. Se lo vacié entero al muy cabŕón y entonces, acompañado por la impresionante banda sonora de la película, bajo la intensa lluvia del sistema antiincendios y entre una espesa y espectacular humareda que me pintó la cara de blanco, comencé a bajar las escaleras bailando como nunca lo había hecho: libre, meao y sin un atisbo de culpa“.