viernes, 31 de mayo de 2019

lunes, 27 de mayo de 2019

Enhorabuena, Antonio


Es llamativo que un reconocimiento de este calibre haya llegado a través de un proyecto no hollywoodiense. Y que tus reconocimientos en aquellos lares vengan de nominaciones al Emmy (TV) o al Tony (Teatro). Dice mucho de cómo anda la Meca del Cine, sobre todo del 2000 en adelante..

Al llegar allí, te tocó hacer de secundario exótico en películas para otros, pero acertaste al elegir y afianzarte. Tuviste una década bastante buena en los años 90, dentro de lo que se hacía en los años 90, cuando la industria estadounidense aún conseguía brillar sin recurrir a los súper-héroes marvelitas. 

Luego, las cosas se empezaron a torcer, aunque te mantuviste a flote, alternando colaboraciones de calidad (Woody Allen, que curricularmente es un talismán, Frida), olfato comercial para la diversión (Spy KidsEl Gato con Botas, Bob Esponja), películas que pintaban mucho mejor de lo que teminaron siendo (estoy pensando en los proyectos de Brian de PalmaChristopher Hampton, Gregory Nava o Jean-Jaques Annaud) y cositas rentables no demasiado afortunadas (Pecado original, The body, Déjate llevar, The Code, Mi novio es un ladrón,..). 

Supongo que mantenerse es el verdadero éxito.

Ojalá te sirva este reconocimiento en Cannes para zafarte de esos esporádicos, pero demasiado frecuentes, films de mamporros serie B que van directos a Netflix y similares. Lo único bueno de ellos es verte con otros grandes (tipo Ben Kingsley o John Malkovich) e imaginaros en la barra del bar de enfrente mientras arreglan la iluminación del set, diciéndoos unos a otros ante no pocas cervezas "¿y tú cómo has acabado haciendo esta mierda?"

Eres, desde luego, nuestro actor más simpático. Cantas razonablemente y tocas la guitarra y el piano.Tu carrera está ligada a lo mejor de un director notable (sobresaliente por comparación, en los tiempos que corren). Entendiste el negocio aquí y allí. Y siempre vuelves a España, que tiene su mérito. 

Enhorabuena, tío. Ese título parece resumir tu larga carrera, hecha de dolor y gloria.

lunes, 20 de mayo de 2019

Ese es mi bistec, Valance. Artículo 7.


CINE Y DULCES: SALTARSE LA DIETA

El otro día vi una película de Tarantino, la última que me quedaba de este talentoso frívolo de la crueldad, y me topé con una de esas estupendas frases suyas, entre palabrota y crimen: “Coño, nena, eres tan dulce que haces que el azúcar sepa a sal”. Y se hizo el clic: Coño, nena, vamos a escribir de azúcar. El dulce del Cine, que se utiliza como símbolo de la tentación, la gula, el egoísmo exacerbado, la despreocupación suicida y, afortunadamente, como canalizador ocasional de asuntos representativos y representables del amor carnal.


La película Julie & Julia (canto a la cocina francesa y no al dulce), dejaba una máxima muy reivindicable: "La gente que ama comer, siempre es la mejor gente". Eso –en el Cine– no aplica con los dulces. La repostería es así, una codiciada colección de delicias listas para ser asaltadas a la menor ocasión y con remordimiento. Había un pastelero en Cyrano, un bonito relevo generacional en Tiempos de azúcar y una libérrima confitera en Chocolat, pero con frecuencia el objeto se superpone al profesional que lo realiza y suele cobrar significados tremendamente inquietantes.


Es mucho más potente ver a la Reina del Invierno de Las Crónicas de Narnia corromper al niño con delicias turcas que verlas hacer, aunque el niño luego caiga igual en la tentación de comérselas. Es más importante la tarta de almendras con la que una esclava consiguió enamorar a un sultán, que su receta. El chocolate afrodisiaco que compra sin pudor la hasta entonces desatendida esposa provinciana, que los estimulantes ingredientes de los que está hecho (qué poca visión la del espectador, caramba).  


La misma importancia cobra el strudel (y su crujiente hojaldre) que pide Christopher Waltz-Hans Landa en Malditos Bastardos y obliga a compartir con él a Mélanie Laurent-Shosanna; o los Twinkies que busca Woody Harrelson obsesivamente en Zombieland. Son objetos ligados a la perdición. No me acuerdo de cómo se llamaba Woody en tierra de zombies, pero sí de la golosina que prefería. En resumen: para variar, interesa más el pescado que la caña.


Pero aquí queremos hornear con meticulosidad, persiguiendo la perfecta combinación entre personaje y dulce de su predilección: Os emplato por tanto a Gustav, el niño tragón de Charlie y la fábrica de chocolate, que engulle sin límite y desagradablemente, lo que le costará la descalificación rápida del millonario inventor Wonka, aunque, como cliente, el muchachito no tenga precio

A la Lee Remick- Kirsten, adicta al chocolate y a través del cual se convierte en alcohólica en Días de vino y rosas (pues lo importante es la adicción, no tanto a qué).  


Las tostadas francesas que preparan de conjunto Kramer padre y Kramer hijo en Kramer contra Kramer, un momento que certifica la conexión doméstica entre ambos, muy distinta a la del padre divorciado que lleva al vástago a comer hamburguesas los fines de semana alternos.

El donut que resume la gula ilimitada de Homer en Los Simpson, la película. El postre rosado con forma de enormes senos femeninos, ante el que el Philippe Noiret de La gran comilona (historia de un suicidio gastronómico colectivo), entrega finalmente la cuchara. Como prolongación de esta idea de morir comiendo (en vez de matando), podemos incorporar al Mycroft Holmes-engullidor de puddings, en uno de esos largometrajes para televisión que se marca últimamente la BBC.




Y a título carnal, Elizabeth-Basinger sacando en Nueve semanas y media la lengua para recibir la miel directa del bote, una miel que lo va a poner todo dulcemente sucio y apetecible. Esta secuencia culinario/erótica no retrata al personaje, pero es (junto con el streaptease juguetón), la única que permanece mínimamente a salvo de aquella película-madre-de-todos-los-spot-cool-de-los-80. Y os prometí hace un par de artículos que hablaríamos de ella. Sin embargo, aún con sexo de por medio, el dulce funciona mucho y bien como visual metáfora en negativo y suele tener mal desenlace. 


He reservado el ejemplo paradigmático para el final: Se nos está acabando el azúcar y hacen falta cantidades ingentes para cocinar a Maria Antonieta, a la cual la fiesta le pasará factura, pero cuyo carrusel de crema, que en la versión de Sofía Coppola precede al desastre, es digno de verse y anticipa a todo color la revolución pendiente. 

Sabes que la cosa va a terminar en el tajo (esa es mi cabeza, Valance), pero los planos cenitales de platos repletos de golosinas son todo un deleite para los sentidos. Es Cine, así que no te importe, ese deleite culpable lo experimentas en la oscuridad.


(*Artículo publicado en KOBE MAGAZINE,  Abril 2018)

jueves, 9 de mayo de 2019

Vengadores: Endgame



No sé si los lectores de este blog recordarán aquellas fotos de familia que se marcaba la Metro Goldwyn Mayer en su época dorada, para demostrar que tenía contratadas “más estrellas que en el cielo”. Todavía anda alguna foto grupal de esas navegando por el pixelado mundo moderno.

Pues hay un momento en Endgame que viene a explicitar lo mismo: Que Marvel se ha convertido en el alma del negocio estadounidense del entertainment, contratando a todos los intérpretes importantes que quieren estar en primera línea de la popularidad y el negocio, y a los emergentes que lo mismo. En fin, una “foto de familia” que no deja de ser pura demostración de músculo, lo que en este género es más coherente que en ningún otro.

Endgame termina una etapa de Marvel que puede ser irrepetible. En ella ha habido de todo, aciertos espectaculares, patinazos, bobadas y hasta nominaciones al Oscar (si es que éstas siguen cotizando al alza, que ya se irá viendo).

En poco más de una década, Marvel ha conseguido trasladar a pantalla grande un puñado de iconos que malvivían apolillándose en cómics setenteros convertidos ya en piezas para coleccionista.

El cómic made in USA no había muerto, claro, pero empezaban a acorralarlo otros soportes de diversión heroica liderados por el videojuego, cuando los efectos especiales del nuevo milenio vinieron al rescate como hacen los superhéroes clásicos: sorpresivamente, por la mínima y arrasando.

Marvel decidió ir con todo, desempolvando a Ironman, a Thor, a Pantera negra, al Doctor Extraño, a los Guardianes de la Galaxia… incluso al sosainas híper-patriótico llamado para colmo Capitán América. Y menciono solo algunos de los personajes más oxidados, para poner en valor la apuesta, porque Spiderman o Hulk siempre jugaron en otra liga: ya en décadas precedentes, sus sucesivas adaptaciones para distintas pantallas, hasta las menos afortunadas, certifican que estaban listos para dar el salto en cuanto la tecnología se lo permitiera.

Endgame es la segunda parte de una película total, que lo contiene todo y a todos. Está admirablemente concebida para no dejar cabo suelto de cuanto había que cerrar y abrir posibilidades a lo que debe seguir abierto. Permite al devorador de todos los títulos anteriores reconocer los guiños y despejar cualquier fan-duda, sin despreciar a los espectadores que han pasado por la súper-taquilla solo de forma esporádica. Si te has perdido varias películas de éste o aquel súper-héroe, no importa gran cosa. Aunque es muy probable que te pique la curiosidad retroactiva y el negocio se extienda hacia el pasado y hacia el futuro. Vamos, que los guionistas se han ganado el sueldo.

Semejante rompecabezas debe haberles facilitado los desahogos humorísticos de los que se salpican los diálogos, hasta bromeando sobre algún personaje del que nadie recuerda su nombre exacto. Como un buen pastel de cumpleaños, la película tiene capas de dulces diferentes para suscitar la emoción o la sonrisa según convenga, pero también velas encima para que la cosa refulja y la épica presida la función. Vaya, a según qué edades a eso se le llama felicidad y si arrugas la nariz cuando oyes siquiera mencionar esta clase de película, ahórrate el precio de la entrada.

Aquí se viene a divertirse y admirar valentías inauditas. Así llevan los anglosajones construyendo iconos pop desde hace mucho tiempo. La fórmula, que manejan como nadie y con el presupuesto que haga falta, es prácticamente infalible.

El pastor David, mientras tanto, no tiene qué poner en la onda. No es que nadie le alcance una buena piedra, es que ni nos molestamos en buscarla.

martes, 7 de mayo de 2019

Ese es mi bistec, Valance. Artículo 10



Platos por los que vale la pena vivir

Hay una escena del cine que me gusta particularmente. Es aquella en la que el Woody Allen de Manhattan está tumbado en su sofá con una grabadora, enumerando las cosas por las que para él vale la pena vivir: Groucho Marx, por nombrar a alguien, Jimmy Connors, el segundo movimiento de la sinfonía Júpiter, Louis Amstrong y su grabación “Potato head blues”, algunas películas suecas, claro, “La educación sentimental” de Flaubert, Marlon Brando, Frank Sinatra, esas increíbles manzanas y peras de Cezanne, Los mariscos de Sam Wo´s,…

Parémonos aquí, ésta es una revista gastronómica. Y éste, el artículo de cine de la revista. Así que hagamos una pequeña lista sobre platos cinematográficos por los que vale la pena vivir:

Los mariscos de Sam Wo´s (cangrejos en el original), por formar parte de la escena antes citada, o las langostas que tratan de cocer el propio Woody y Diane Keaton en Annie Hall, ambos en su mejor momento.

La pizza con que reciben a Anita Ekberg a pie de avión en La dolce vita. Por su posterior inmersión en la Fontana de Trevi también vale la pena vivir, pero aquella pizza tenía una pintaza aunque la estrella se limitase a posar con ella ¿Se la comió el sobrecargo? ¿Los paparazzis? Quién sabe.

El spaguetti con albóndigas y beso de Reina y Golfo, o lo que es lo mismo: La dama y el vagabundo.

Los perritos calientes de Gray Papaya en Nueva York, sobre todo cuando puedes saborearlos en lo alto de una montaña junto a Salma Hayek, que los ha encargado a domicilio.

El merengue de Érase una vez en América. Sí, aquel merengue que el niño rebaña hasta que se lo acaba, mientras espera a que salga la fresca del barrio a quien el dulce iba destinado para comprar sus favores.

La sofisticada cena que en Fresa y Chocolate organiza el cubano “fresa” a su amigo “chocolate”, homenajeando la novela Paradiso de Lezama. Un momento que se convirtió en bautizo de lo que acabaría convirtiéndose en el restaurante más emblemático y original de La Habana: La Guarida.

Las guindas al marrasquino de Nueve semanas y media, servidas en cuchara a la hermosa rubia de ojos vendados que reinó en los años ochenta (la miel y el hielo los dejamos para otro día).

La sidra asturiana escanciada por Ferrandis en Volver a empezar, pura alegría de vivir.

El batido de 5 dólares de Mia Wallace en Pulp Fiction. Llamado Martin & Lewis, como homenaje a Dean Martin y Jerry Lewis, su éxito fue tal que el chef Dave Watts acabó desvelando la receta: Una banana mediana, una pizca de extracto de vainilla, 300 gramos de helado de nata, 200 gramos de yogur natural, 250 ml de leche entera, 2 cucharadas de miel, 5 cubitos de hielo, una pizca de sal, 4 cerezas confitadas y nata montada. No sé si vale 5 dólares, pero contemplar a Uma saborearlo vale bastante más.

Los dulces que van a recorriendo Depardieu-Cyrano de Bergerac y el pastelero de París (muy fan), mientras recitan y el pastelero se deja robar de forma inmisericorde, como José Luis López Vázquez aguantaba estoico el atraco diario de sus sobrinos en La Gran Familia.

Las alitas de pollo de la cesta de picnic de Grace Kelly en Atrapa un ladrón. Aunque tienes que lucir Cary Grant para comerlas con la elegancia que la Costa Azul exige llegado el caso.

Cualquiera de los platos de cocina china tradicional que prepara el viejo Chu a sus hijas en Comer, beber, amar.

El filete con patatas de John Wayne antes de que zancadilleen al camarero. En ese caso, ya sabéis lo que toca decir: “Ese es mi bistec, Valance”.















(*Artículo publicado en KOBE MAGAZINE,  Noviembre 2017)

lunes, 6 de mayo de 2019

El viejo wookie

El único de la Galaxia que nunca le cayó mal a nadie.