miércoles, 31 de agosto de 2022

Trece vidas


Ron Howard tiene fama de ser un cineasta correctito. Como dice un gran amigo, es "el Spielberg de Mercadona" -marca Hacendado de la industria cinematográfica hollywoodiense-. 

Lo cierto es que acumula ya unos cuantos títulos muy notables (Willow, The paper, Apolo 13, Cinderella man, Frost contra Nixon, Rush), junto a bastantes títilos resultones (Splash, Cocoon, Desapariciones, EdTV, Rescate), mediocridades que lo disimulan (El Grinch, El corazón del mar, Han Solo) y varios bajonazos muy evidentes que huelen a lucrativos (Dan Brown adaptations). 

No es mal balance. Un poco Hacendado, sí, pero no malo. Vamos, exactamente como la marca blanca del Mercadona.

Esta de Trece vidas está entre las notables y las resultonas del director. Es de agradecer que vaya al grano, sin meterse en jardines vitales ni psicológicos de tailandeses ni británicos. Hay unos niños atrapados en una cueva, unos espeleólogos submarinos, un ramillete de padres muertos de miedo, prensa, políticos, ejército y voluntarios haciendo lo que pueden (mentir en ruedas de prensa, bendecir amuletos, desviar agua, sacrificar cosechas...) 

La historia es la de los 33 de Chile, pero con monzón y siendo trece. Trece vidas de trece críos incapaces de salir buceando de allí.

Howard lo cuenta todo con una claridad fastuosa. No sé cómo diablos filma dentro de la cueva, pero le sale bien. Evidentemente, los protagonistas son los personajes anglosajones. Tailandia no ha hecho su propia película. Suele pasar. Allí no hay Mercadona.


martes, 30 de agosto de 2022

Bullet train


¿Ahora nos vamos a poner a recalcar la “autoría” de quien lleva a sus espaldas un John Wick, dos Deadpool y el penúltimo artefacto Fast and Furious? ¡Pues sí que anda bien el patio!

David Leitch luce –y gracias– el marchamo del humor brioso en producciones chatarreras de alta cilindrada, munición… presupuesto. Sólo con los últimos minutos de los larguísimos 126 que tiene Bullet Train, cualquier cinematografía europea haría una docena o más películas, salvo que pretendiese copiar la fórmula estadounidense de cine de acción que hoy copa los despachos de Hollywood. Entonces haría seis.

 

Bullet train parte de una idea curiosa, inmediatamente enterrada en montañas de dinero. No desprecia una sola cabriola que volcar en el guión y trasladar a la pantalla, ni repara en gastos. Todo al servicio de la estrella, los cameos y un humor negro muy discutible, que supura de una acción tan excesiva y depravada como era de esperar. 


Lo más sangrante –y mira que hay sangre aquí para escoger–, es que Brad Pitt está simpático y atractivo, demostrando que sigue en el negocio, vaya este de lo que vaya cada año; que Aaron Taylor-Johnson y Brian Tyree Henry son intérpretes de primer nivel, dotados para la emoción; que Joey King tiene recursos para lo que le echen; que el tren es bonito de ver; que la historia, bajo toneladas de autocomplacencia, peleas, muertos y sorpresas retorcidas, pudo dar una película pequeña y mejor.

Volvamos al tren, ese mítico tren bala japonés que forma parte ya del imaginario mundial. Que es como en Londres el autobús de dos pisos: hay que subir. Pero con tanto ir y venir de asesinos, misiones, confusión y peleítas, lo mismo nos daría el viejo tren Cornes-Carril, que el AVE según Netflix o el Orient Express según Branagh. Todo el partido que le sacan al escenario radica en cuatro tópicos a costa de los váteres japoneses, la velocidad hasta en las paradas y la disciplina nipona del revisor gruñón, el vagón del silencio o el servicio de bebidas a bordo. 


Eso, las discusiones bizantinas de una pareja de sicarios inseparables y la incorporación de la autoayuda-coach-zen (¿existe eso?) en el personaje de Pitt es todo cuanto hay. Los giros y retruécanos criminales son un armazón carísimo para los diálogos de esta gente, las bromas visuales, el aparataje explosivo y demás detalles de acabado mil veces visto. 

¡Oh, perdona, que Leitch pone muy bien la cámara, que fotografía de lujo, que ha seleccionado una banda sonora cañerita, que el montaje tal y pascual… Gilipolleces del XXI que barren para su taquilla.

Gran taquilla va a ser esa, por descontado. De las que auguran una segunda parte. Vamos para bingo.


 

lunes, 29 de agosto de 2022

Voy a pasármelo bien


Cada vez es menos frecuente la película "ratejo bueno".

En España, esa clase de género lo estamos limitando a las comedias cañís. Inexplicablemente, porque basta ver cómo le va en taquilla a Santiago Segura con películas familiares, basiquitas y blancas, cómo le fue a Fesser con Campeones y no digamos ya a Martínez Lázaro (y el propio David Serrano de mero guionista), con El otro lado de la cama y la desbordada Ocho apellidos vascos (ambas con secuela de éxito), para darse cuenta de que a la gente le gusta cada vez más pasarlo bien sin que el humor cargue las tintas en la mala baba.

También nos gusta el sarcasmo del descarnado, naturalmente. Pero las comedias que hoy apuestan por ese tono, de sainete cabrón, tiran en general por el camino más fácil, algo así como Azcona sin Azacona. En fin, hablamos de cosas como Villaviciosa de al lado, Señor, dame paciencia, La familia perfecta... ejemplos abundan. Son nuestra variante a los Aterriza como puedas, Agárralo como puedas, etc. Aquí podrían titularse Chupa del frasco, Carrasco.


La gente, dentro de los parámetros de verano, está respondiendo a Voy a pasármelo bien. Ya está en el selecto club con menos de diez miembros (cómo está el patio), de las películas españolas que han superado el millón de euros de recaudación. Puedo decir que en la sala en la que yo fui, el lleno era absoluto. 

La idea es sencilla: unos adolescentes de la época en la que Hombres G sacaron sus canciones más celebradas, sufren y gozan las penurias y dulzuras de la vida de estudiante en un colegio de Valladolid. Hay una chica nueva, conflictiva, desprejuiciada y guapa, que deslumbra al líder de un simpático grupito de "losers", que dirían allende los mares. De sus peripecias trufadas de bailoteo urbano luminoso y feliz, nos enteramos en flashback. La chica ha triunfado años después y regresa a la pequeña ciudad a reencontrarse con aquellos chavales que hoy son hombres. 



No hace falta nada más para armar una historia entrañable, alegre, vivaz... ratejo bueno. Con escenas muy afortuadas: la invitación, la pistola, el eterno aspirante, el karaoke, el trago heroíco... La película no pretende que te rías en cada secuencia, pero tampoco te mantiene demasiados minutos sin hacerlo. El resto es sonrisa amplia, nostalgia sana y sus pizquitas de genuina emoción, hasta cantando.

La recomiendo antes de la catarata de mega-estrenos de septiembre. Vas a pasártelo bien. 

jueves, 11 de agosto de 2022

jueves, 4 de agosto de 2022