martes, 30 de agosto de 2022

Bullet train


¿Ahora nos vamos a poner a recalcar la “autoría” de quien lleva a sus espaldas un John Wick, dos Deadpool y el penúltimo artefacto Fast and Furious? ¡Pues sí que anda bien el patio!

David Leitch luce –y gracias– el marchamo del humor brioso en producciones chatarreras de alta cilindrada, munición… presupuesto. Sólo con los últimos minutos de los larguísimos 126 que tiene Bullet Train, cualquier cinematografía europea haría una docena o más películas, salvo que pretendiese copiar la fórmula estadounidense de cine de acción que hoy copa los despachos de Hollywood. Entonces haría seis.

 

Bullet train parte de una idea curiosa, inmediatamente enterrada en montañas de dinero. No desprecia una sola cabriola que volcar en el guión y trasladar a la pantalla, ni repara en gastos. Todo al servicio de la estrella, los cameos y un humor negro muy discutible, que supura de una acción tan excesiva y depravada como era de esperar. 


Lo más sangrante –y mira que hay sangre aquí para escoger–, es que Brad Pitt está simpático y atractivo, demostrando que sigue en el negocio, vaya este de lo que vaya cada año; que Aaron Taylor-Johnson y Brian Tyree Henry son intérpretes de primer nivel, dotados para la emoción; que Joey King tiene recursos para lo que le echen; que el tren es bonito de ver; que la historia, bajo toneladas de autocomplacencia, peleas, muertos y sorpresas retorcidas, pudo dar una película pequeña y mejor.

Volvamos al tren, ese mítico tren bala japonés que forma parte ya del imaginario mundial. Que es como en Londres el autobús de dos pisos: hay que subir. Pero con tanto ir y venir de asesinos, misiones, confusión y peleítas, lo mismo nos daría el viejo tren Cornes-Carril, que el AVE según Netflix o el Orient Express según Branagh. Todo el partido que le sacan al escenario radica en cuatro tópicos a costa de los váteres japoneses, la velocidad hasta en las paradas y la disciplina nipona del revisor gruñón, el vagón del silencio o el servicio de bebidas a bordo. 


Eso, las discusiones bizantinas de una pareja de sicarios inseparables y la incorporación de la autoayuda-coach-zen (¿existe eso?) en el personaje de Pitt es todo cuanto hay. Los giros y retruécanos criminales son un armazón carísimo para los diálogos de esta gente, las bromas visuales, el aparataje explosivo y demás detalles de acabado mil veces visto. 

¡Oh, perdona, que Leitch pone muy bien la cámara, que fotografía de lujo, que ha seleccionado una banda sonora cañerita, que el montaje tal y pascual… Gilipolleces del XXI que barren para su taquilla.

Gran taquilla va a ser esa, por descontado. De las que auguran una segunda parte. Vamos para bingo.


 

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