domingo, 31 de mayo de 2020

90 balas


Hoy, que el más grande de los cineastas norteamericanos vivos cumple 90 palos, me voy a auto-citar, a lo Ansón. Porque, parafraseando el viejo chiste del gato, este es mi blog y me lo follo cuando quiero.

El próximo párrafo lo escribí hace cosa de un año, después de ver en el cine La Mula, penúltima joyita de Clint Eastwood:

“No necesita la fiebre que mejora a Scorsese, el ingenio judío de Allen, los subrayados sensibleros de Spielberg, la alambicada estructura de Nolan, la trascendencia obligatoria de Iñárritu, las geometrías tintinescas de Anderson o la crueldad vintage de Tarantino. Clint sabe lo que se hace (incluyendo cuando conviene su presencia en pantalla), y eso le basta. Hasta veinte años más joven nos hubiera convencido de que su mayor talento es la jardinería”.

Después, Clint ha estrenado Richard Jewell, otro alarde de facilidad del que sólo es capaz su talento y del que también he escrito aquí antes. Pero no vamos a abusar del recurso ansoniano. Toca pasar pantalla y probar otra marcianada. Si he seleccionado ese párrafo para la auto-cita es porque resume en cierto modo las autorías de gran Estudio que, a mi parecer, les quedan a los gringos en su Cine.

Que Francis Coppola vuelva es siempre un rumor que nunca acaba de materializarse. George Lucas se apartó hace tiempo, abducido por sus millones de gadgets y sus gadgets de millones. De Palma está perdido para la causa.

¿A quiénes podríamos añadir entonces, de entre los “jóvenes” de gran distribución, que puedan acercarse al genio de Eastwood? Alexander Payne tiene olfato y talento para enfocar hacía vidas estadounidenses sin épica pero muy dignas de contarse (Election, Entre copas, Los descendientes). Rueda muy bien, sin alardear, y es capaz de remangarse en los guiones si es necesario, aunque sabe dirigir sin haberlos escrito (véase Nebraska). Pero precisamente esa falta de épica, cualidad tan querida al cine hollywoodiense, le impide sacar películas de frecuencia temporal regular. Con suerte dirigirá cuatro o cinco perlas más, aunque  supongo que ni él ni nosotros nos arrepentiremos.

Luego tenemos a Ben Affleck, que se ha bajado de la batmanía (a dios gracias) y puede que vuelva a lo que mejor sabe, que es dirigir. Debiera replegarse a un rincón de los repartos, aparecer lo justo para arrastrar financiación, porque es un actor que necesita que le dirijan muy bien para brillar, o papeles a los que les siente bien la interpretación opaca (Perdida es un  buen ejemplo). Él no sabe darse protagonistas planos ni dirigirse a sí mismo. Y eso que es un narrador nato. Es cuestión de edad y de kilos, quizá, que elija en cuáles salir y en cuáles no. Nunca tendrá el carisma del Eastwood actor, aunque dirigiendo puede acercársele con el tiempo.

El último de los comerciales que se me viene a las mientes es Reitman junior, el más joven de los convocados a este raro aniversario. Jason Reitman tiene ese difícil talento de equilibrar historias originales con servidumbres del negocio y que le salga bien: Gracias por fumar, Juno, Up in the air… Lo malo es que ya se ha prestado a una secuela de Cazafantasmas II. Esperemos que sea sólo un guiño sentimental (o una cuenta pendiente) con papá Reitman

Seguro que me dejo sin aplaudir cómo Clint sopla la tarta a algún talento evidente que ahora no recuerdo. Mi memoria es peor que la del viejo Eastwood, a quien por cierto, me da que le importa una higa si tendrá o no heredero.  

Felicidades, maestro.


miércoles, 27 de mayo de 2020

Ad Astra


James Gray debería volver a las historias pequeñas que trascurren en una ciudad de más o menos aquí y de más o menos ahora. Así le salieron joyas como La noche es nuestra y Two lovers.

Desde que se maneja en otros presupuestos, que necesitan de viajar al pasado (El sueño de Ellis) o al futuro (Ad Astra), las cosas le van peor, no sé si en taquilla, pero desde luego en resultados narrativos.

Para no dar más rodeos, que bastantes da la odisea espacial objeto de esta crítica: Ad Astra es un tostón. El estado anímico del protagonista es evidente desde el minuto uno y Grey tarda 122 más en que la cabeza y el corazón del astronauta hagan clic. Es demasiado.


La aventura interior no es aventura, la voz en off da una pereza sideral, la cara de Brad Pitt no aporta matiz alguno (hacía muchos años que no le veía hacer una interpretación tan autoconsciente y plana), lo de Donald Sutherland no se justifica aunque siempre sea un gusto ver su sonrisa de granujilla, Tommy Lee Jones merece algo mejor, los monos y los interiores de marte son de traca…. En fin, que no, que no.

Ni el padre es Kurtz, ni se resuelve semejante papeleta con una explosión que impulsa la nave como en el cómic más barato de la estantería, ni se claudica ante el Estudio arrojándonos en brazos de ella aunque sea la hermosísima Liv Tayler.

Uno tiene la impresión, eso sí, de que Liv es lo único salvable. Lo demás, un coñazo cósmico.


martes, 26 de mayo de 2020

El escándalo


Con un reparto muy lucido en ambos sexos, aunque las estrellas son ellas como era de esperar, y un tema escabroso y oportuno, la película se queda en esas dos bazas, sin apostar por la grandeza. Tiene el material de partida y el reparto idóneo, pero hasta ahí llega.

Poco nervio en los pulsos femeninos a diferentes niveles (y al menos cuatro están a primer nivel de visionado, habiendo más). Poca tensión entre los denunciantes, los denunciados, los testigos, los indiferentes y los cobardes. Poca intención en describir las tripas de un monstruo como FOX (apenas destellos en el discurso de la lesbiana y el ropero de la cadena).

A fuerza de evitar los subrayados militantes, la película se queda en un telefilme con figuras. Cuando, curiosamente, los telefilmes subrayan mucho más. En fin, se ve bien, porque en eso USA cumple hasta con el piloto automático, pero los temas fuertes necesitan cineastas fuertes y no es el caso de Jay Roach, que debió limitarse a su labor de productor, contratando un guión y una dirección más ambiciosos, a la altura de este escándalo. 



lunes, 25 de mayo de 2020

Richard Jewell


Van pasando ante mis ojos las últimas películas vinculadas a los Oscars 2020 de un modo u otro. Esas que no pescaron nada en la última recta. Como la que dirigiera Clint Eastwood sobre el atentado de Atlanta durante sus Juegos del 96, centrándose en el fulminante paso del pedestal a la hoguera del pobre guardia de seguridad que descubrió la bomba (ni que fuera español, el hombre).

Richard Jewell es una película sencilla y vibrante, de las que te clava a la butaca, sin meterse en demasiados jardines, a pesar de rescatar a un gordito lleno de imperfecciones para protagonista y utilizar incluso la brocha gorda cuando le conviene (el plus sexual de la periodista).

Así es Eastwood: tiene un talento que es incapaz de patinar, salvo que se empeñe en hacerlo (no encuentro otra explicación al fiasco del tren a París). La frustración profesional de Richard, sobrellevada con un exceso de celo en sus trabajos de seguridad de bajo crédito, o su afición a las armas y los manuales de comportamiento en estados de alarma, no impide una bondad de corazón que le hace atractivo, una mente bastante más lúcida de lo que parece, un sentido del deber digno del héroe.


Qué bien trabaja, por cierto, el semidesconocido actor Paul Walter Hauser, en un protagónico tan expuesto. El abogado y la madre, encarnados por los siempre excelsos Sam Rockwell y Kathy Bates, complementan de modo muy solvente a su figura.

Por el lado oscuro de la historia, los agentes necesitados de éxito inmediato y los medios en busca de carnaza hacen lo que les toca. Ahí entra la brocha, pero no nos importa demasiado. Eastwood parece decir que la difamación impune está al alcance de cualquiera, también de él y su película.

Aunque no fuese así (quién sabe lo que piensa Eastwood en realidad), las “fuerzas vivas” bien merecen un poco de su propio jarabe, después del puteo al que sometieron al pobre Jewell, el héroe defenestrado de Atlanta. 


jueves, 21 de mayo de 2020

Blue Jay


Encontrar cine de notable para arriba en Netflix, que no hayas visto antes de que llegue a la plataforma (y no digamos ya, que tenga dinero de la propia Netflix en la producción), se está convirtiendo en un deporte extremo.

La casualidad empieza a ser la mejor brújula. Así fue como me topé con Blue Jay, una película de 2016, en blanco y negro y de hora y cuarto de duración. Según me han informado ayer mismo, su protagonista  Mark Duplass es también productor y autor del guión. A lo que parece, junto a su hermano Lawrence Jay Duplass, ya ha cocinado otras películas que forman parte del movimiento mumblecore (“indie americano digno de los 90, versión 2.0”, me resumió mi confidente).

Aquí, el astuto Mark ficha a la poderosa actriz Sarah Paulson (poderosa pero asequible), y entre los dos se echan la historia entera a la espalda, con naturalidad, encanto, sonrisas y lágrimas. Hasta rapean.


Pero lo esencial, sin duda, es que los intérpretes sacan jugo a un guión bien construido, con los cabos sueltos justos para anudarse en el último tramo.  Y que el director, Alexandre Lehmann para la ocasión, escoge una fotografía que desarma la belleza del paisaje y amplía la de los interiores, para dar a la pareja la media docena escasa de escenarios en los que derivar del reconocimiento casual al íntimo.

La puesta en escena, el blanco y negro y la ausencia de otros personajes, salvo un episódico imprescindible, dotan a ese encuentro de los ingredientes que necesita: Cervezas, pueblo muermo, pasado de juventud y camisetas deportivas, ilusiones rotas, camioneta, feeling… Indie 2.0.

A veces Netflix te da sorpresas, como la vida.


miércoles, 20 de mayo de 2020

Apuntes para una película de atracos


Siminiani es un cineasta peculiar que hace poco se sacó de la manga una joya inclasificable titulada Mapa. La última de las suyas, esta Apunte para una película de atracos, sigue esa estela en cierto modo.

El esquema de narración en off, los recursos del meta cine, perfectos aportes musicales y tomas recurrentes bien utilizadas, vuelven por sus fueros. Aquí además tiene algo muy distinto a la India y su regreso a la ciudad estándar primer mundo: Tiene a un atracador de bancos. Y una primera frase que parece adaptada de Uno de los nuestros: “Desde que recuerdo, siempre quise hacer una película de atracos”.


Por desgracia, la película tiene dos pegas, una inevitable y otra inesperada. La primera es que el estilo Siminiani ya no sorprende. La segunda es que el atracador, cuando deja de ser una presencia intuida a través del cineasta o de documentos de prensa y manuscritos, para aportar su propia voz a la grabación, resulta que es menos interesante de lo que prometía.

El propio Siminiani en Mapa es más interesante como personaje que el Robin Hood de Vallecas en ésta.

No obstante, ¡qué Madrid retrata en sus imágenes! Desde el Madrid de Garci que no recordaba un ejercicio estético igual. Lo del subsuelo es también un punto a favor, agobiante y loco. La máscara es otro acierto, que no da cuanto promete porque los atracadores de bancos de la realidad están faltos del magnetismo de la ficción.

El final en la furgoneta es una maravilla marca de la casa. Lo que pudo ser y no fue.


martes, 19 de mayo de 2020

Michel Piccoli


Trabajó con Renoir, Clair, Buñuel, Godard, Hitchcock, Ferreri, Berlanga, Sautet, Moretti y Rivette. Así, de corrido, por hacer la lista corta. 

Ganó en Cannes y en Berlín, mientras se mantenía fiel al teatro toda su vida. Un grande de Europa, del que no sé si tendremos relevo.

Buen viaje, querido franchute.







lunes, 18 de mayo de 2020

Añoranzas de hotel

Añoranza de la toalla en forma de cisne, 
del aire acondicionado helador, del run run del minibar, 
de los canales chinos y, sobre todo, de su Cine de mamporros 
y (que no falte), la Juli made in London




viernes, 15 de mayo de 2020

Curtiz


Esta película, que nos cuenta sobre el director Michael Curtiz y su rodaje de Casablanca, tiene dos públicos diferenciados: el cinéfilo y el común. Y creo que funciona mejor con el común.

Su estética en blanco y negro, cuidadísima, la lleva a donde corresponde de ambientación escenográfica, tiempo narrativo y atmósfera Hollywood. El actor que hace de Curtiz guarda un parecido muy notable con Curtiz. Y se cuentan algunas anécdotas ya legendarias, como las patadas al idioma del director húngaro, la de los mecánicos enanos o la del despido del extra, que gustarán al que no las conoce.

Pero hay más ideas y estética en esta película que músculo emocional. El viaje paralelo entre el cinismo de Rick y el de Curtiz se entiende, pero no estremece. Se producen momentos de emoción lograda, aunque no profunda, como chispazos que están a punto de encender la hoguera, sin lograrlo. Hal B. Wallis tiene vida y coraje en escena como productor, pero los guionistas hermanos Epstein no están a la altura de su ingenio, aunque apuntaban maneras (hubieran necesitado un Sorkin para sus propias frases); Jack Warner tampoco alcanza las cotas de Júpiter tonante que su poder merece.

En fin, a la película le falta ese halo que si consiguieron La noche americana, Cinema Paradiso o The Artist, desde distintos ángulos del set.

Lo que sí es de alabar, sin discusión, es que evite encarnar en actores expuestos a Bogie y a Ingrid. Sólo aparecen en escena representaciones claras de Sakall, Veidt y el pianista Wilson. Salvo Sakall, que como húngaro juega un papel importante en la vida americana de Curtiz, y que está muy bien escogido, habrían podido prescindir de los otros, ser menos explícitos en su encarnadura.

Me quedo con el astuto uso de los Estudios, entendidos como hangares, para narrar el noventa por ciento de esta historia, interesante y hasta notable, pero no subyugante. Para eso, siempre nos quedará Casablanca.


viernes, 8 de mayo de 2020

El cine español se desespañoliza


Empecé este artículo en 2012 y se quedó en BORRADORES.

"Cuatro éxitos de crítica y/o público han llegado a las salas para alegrar el otoño (perpetuo) del cine español: Las aventuras de Tadeo Jones, Blancanieves, El artista y la modelo y Lo imposible.

La primera nos cuenta las peripecias arqueológicas de un albañil de Chicago, la siguiente recupera el cuento de los Grimm y lo recorre sin articular palabra, la tercera es y sucede en francés y la cuarta está protagonizada por Ewan McGregor y Naomi Wats en su lengua materna.

De las cuatro, la del arqueólogo y la de los turistas norteamericanos en Tailandia son las películas más taquilleras. Aún más, ambas han hecho taquillas de récord. Y son las que menos españolas parecen, claro.

¿Qué conclusiones extraer de todo ello? ¿Qué al público le gustan las películas españolas que no lo parecen? ¿Qué al público le gustan las películas de corte estadounidense, que son las que asocia a la evasión, la espectacularidad y el entretenimiento? ¿Que el público ni siquiera sabe -ni le importa- de dónde procede el capital o el equipo técnico que ha puesto en pie la película mientras dé su dinero en taquilla por bien empleado?

Pues sí a todo. Pero..."

OCHO AÑOS MAS TARDE, "PERO" QUÉ

Seleccionando entre lo más taquillero de 2012 hasta aquí:
Los últimos días
La isla mínima
El niño
Torrente 5: Operación Eurovegas
Contratiempo
Ocho apellidos vascos
Regresión
Atrapa la bandera
Ocho apellidos catalanes
Un monstruo viene a verme
Cien años de perdón
Kiki, el amor se hace
Palmeras en la nieve
El secreto de Marrowbone
Villaviciosa de al lado
Tadeo Jones 2
Perfectos desconocidos
La tribu
El mejor verano de mi vida
Súper López
Señor, dame paciencia
El guardián invisible
Lo dejo cuando quiera
Padre no hay más que uno

Ahora quitemos las comedias cañís.










jueves, 7 de mayo de 2020

sábado, 2 de mayo de 2020