miércoles, 31 de octubre de 2018

Decorados inolvidables (primer entrega)


Qué bello es vivir

Parece prematuro, pero si ya va a salir el spot de la lotería navideña y el del cava, también podemos hablar de esta peli ¿no? QUÉ BELLO ES VIVIR está rodada completamente en decorados y en estudio.

12.000 metros cuadrados llegó a necesitar la ficticia ciudad de Bedford Falls en la que vivía George Bailey muy a su pesar. Se construyó en el Encino Ranch de Los Ángeles (donde solían hacerse las películas con más decorados de RKO, supongo que Liberty films arrendó unas semanas el terreno que le venía bien). La recreación de Bedford Falls incluía 12 robles trasplantados, 75 casas y tiendas y una fábrica propia.

La casa que ocupan George y Mary es la misma mansión en la que vivía la familia de El Cuarto Mandamiento de Orson Welles.

La nieve final era espuma de jabón.


La colmena

El café de doña Rosa, en La colmena, una de las adaptaciones literarias más logradas de Mario Camus, no existía en la realidad. Era un gran decorado de 700 metros cuadrados, obra de Ramiro Gómez, al que luego se añadieron los objetos de los años cuarenta (los platos, los vasos, las botellas), y para el que incluso se mandaron fabricar paquetes de cigarrillos y cajetillas de cerillas de los mismos años en que sucede la acción.

Eso permitió al director jugar con un espacio de diferentes alturas e iluminación que establecían el clima de cada escena y el estado de ánimo de los personajes (ese momento en el que José Sacristán se queda solo en el Café a la hora del cierre, porque no ha venido nadie para invitarle a lo que se ha tomado…). Aunque, sobre todo, fue clave para el momento en el que se levantan los veladores de mármol, descubriendo que cada mesa sobre la que los parroquianos toman café es en realidad una lápida de cementerio.

Como escribía Francisco Marinero en La Historia del Cine de Diario 16 “La colmena fue una de las primeras películas que llevaron a algunos a proclamar al cine español como el mejor de Europa, y una de las pocas que justificaban este triunfalismo”.


La ventana indiscreta

La ventana indiscreta, de Alfred Hitchcock, se rodó completamente en el plató 18 de los Estudios Paramount. El decorado tenía 33 metros de ancho, 63 de largo y 10 de altura, con estructuras que se elevaban cinco y seis pisos. Fue el resultado de meses de planificación y construcción.

Había 31 apartamentos, con la mayor parte de la acción transcurriendo en ocho habitaciones completamente amuebladas, además de un laberinto de escaleras de incendios, terrazas, un callejón, una calle con cafetería y tráfico, y el fondo de la ciudad.

Se necesitaron más de mil arcos de luces gigantes para iluminar el plató desde arriba, mientras más de dos mil variedades de lámparas de pequeño tamaño aportaban luz suplementaria donde convenía al dire de foto.

Para sus movimientos, los actores que interpretaban a los vecinos de James Stewart recibían las instrucciones de Hitchcock a través de una radio de onda corta con micrófonos escondidos. El muy zorro conseguía así rodar dos películas a la vez, una con sonido y otra muda, indisociables.

La toma más elaborada era el plano secuencia que establecía toda la información (salvo Grace) al comienzo del film. La cámara tenía que alzarse muy alto sobre el patio del edificio e ir de una a otra ventana hasta que finalmente se detuviera en el apartamento de Stewart. Allí, Hitchcock hacía que la cámara recorriese su cara sudorosa hasta que lo vemos en la silla de ruedas, captaba un termómetro que nos transmitiese lo caluroso de la estación en que acontecen los hechos, se deslizaba por la pierna escayolada, captaba un grupo de revistas y una cámara destrozada y luego se movía hacia la pared para mostrar una fotografía hecha en el circuito de Indianápolis, foto que, suponemos, le costó la lesión al protagonista.

La película fue tan meticulosamente planeada y calculada antes de comenzar el rodaje en sí, que sólo fueron descartados al final unos pocos cientos de metros de película. Hitchcock solía decir que planificaba tanto sus films que todos los había visto ya enteros en su cabeza antes de decir "acción" y que rodarlos le aburría. No me lo creo.


lunes, 29 de octubre de 2018

La buena esposa


Una de las más famosas frases sin autor (a lo mejor lo tiene, no me voy a ir a google a mirarlo), es la clásica "Detrás de cada gran hombre hay una gran mujer". Esta película podría darle una vuelta de tuerca que suscribirían con bastante facilidad las grandes mujeres de matrimonios longevos: "Delante de cada gran mujer hay un tío mierda"

Más allá de la estupenda interpretación de los protagonistas (en especial de Glenn Close, que carga con el peso del relato), esas dos variantes simplificadoras de un mismo cliché deberían ser el eje con el que interrogarse y responderse durante el metraje de La buena esposa.

Apenas hay intriga en esta película, el secreto no es tal para los espectadores. Así que lo que importa es el cómo y el por qué. En ambos, la película se queda corta. Los flashbacks omiten los momentos clave, aquellos en los que se toman las decisiones de calado, y las explosiones entre los cónyuges del presente, maravillosamente encarnadas en el verbo y la gestualidad de Close y Pryce, no son a mi juicio suficientemente reveladoras. No ya del secreto, sino de sus motivos últimos y más creíbles.  

A lo mejor hay que ser esposa para sobrentender lo que falta. O nos lo explicará a los hombres la gran Glenn Close cuando suba a por su Oscar.

Ghost in the shell


El departamento de dirección artística se viene arriba como Sánchez con su tesis.
Scarlett y Juliette se levantan un cheque del copón bendito.
Takeshi sigue profundizando en el humor japonés alternativo. 




domingo, 28 de octubre de 2018

Jefe


Otra de la cosecha española de 2018, que supera de largo a un buen puñado de bobadas pretendidamente graciosas, que esta vez no han sido acompañadas del éxito de taquilla. Un éxito el de las bobadas que cada año me sorprende y deprime a partes iguales (estoy pensando en taquillazos precedentes como Villaviciosa de a lado, Cuerpo de élite y otras de ese pelo), aunque sea industrialmente preferible que recauden nuestras bobadas que las de "Goliat".

Esta película tampoco tuvo mucho éxito. A mi juicio hubiera merecido más suerte y puede que la encuentre en el streaming. Tampoco hablamos de una obra maestra de la comedia, pero cuenta con un personaje memorable encarnado por el infalible Luis Callejo, un guión bien trabajado y un escenario laboral que nunca se había tratado así hasta hoy, al menos por estos lares.

Jefe es la historia de una semana clave en la vida del mandamás de un gran compañía, en trance de quedarse sin ella aun siendo su fundador y, de paso, camino de un divorcio que le obliga a dormir en su despacho y conocer a la limpiadora colombiana de las oficinas, la guapísima –y buena actriz- Juana Acosta.


Entre los dos mantienen la película en las cotas de interés que se precisan para dar tu tiempo por bien empleado. El aliño extra lo ponen un correveidile de mensajes matrimoniales y una guardia jurado cómicamente pesimista y voraz lectora de los clásicos (sólo le falta Cervantes para nombrar la triada europea que completan Moliere y Shakespeare).

Lo realmente espectacular de la propuesta es la composición de Luis Callejo, un actor que desde que se fogueaba en el cortometraje ya resultó creíble hasta la perplejidad, en cualquier registro, incluso mezclando los que sean menester sin descomponer ritmo narrativo ni personaje, capaz de transmitir rechazo, adhesión, tragedia, intriga o gag cómico. Basta con ver su co-protagonista de Tarde para la ira, que arroja otro gran trabajo de Antonio de la Torre, pero que gana toda su potencia con el escudero a su pesar que encarna Callejo sin desfallecer ni un minuto (aquella escena del gimnasio o la del polvo interrumpido por sus sospechas son de lo mejor que he visto en la pantalla española de la última década).


En esta nueva propuesta, que él protagoniza totalmente, Callejo ofrece un recital de talento y oficio que merecería nominación al Goya, aunque propuestas más ambiciosas en lo cinematográfico le dejarán seguramente fuera de esa competición. Su “jefe” es un tipo repulsivo y entrañable, cipotudo (ahora se dice así) y romántico, implacable y leal, vicioso y trabajador, cabrón e íntegro. Parece imposible pero él lo consigue.

Ese es quizá el problema de la película, Luis deja todo lo que le rodea a una altura menor, no sólo porque todo eso sea narrativamente menos original, sino por la garra tremenda con la que se apodera de la función.

Pero claro, por algo es el jefe.


viernes, 26 de octubre de 2018

Tres bazas de streaming

Antes se esperaba cada semana a que llegase el día de emisión de la serie que estaba en boca de todo el país y los rumores sobre lo que vendría eran fieles a su esencia, o sea, pura invención. Ahora hay que esperar de temporada en temporada para tragarse todos los capítulos de golpe y, previamente, puedes bucear en la red sobre las noticias especulativas y las ciertas, sabiendo durante la espera qué personajes vuelven, cuáles son novedad, el tono, las comparativas con las temporadas anteriores... 

Y si quieres mortificarte por no ver la nueva temporada completa el primer día, puedes volver a la red y despanzurrar cada sorpresa en vez de taparte lo oídos en tu pupitre si te perdiste lo de la noche pasada, pero te lo han grabado en "VHS".


Daredevil. Tercera temporada.

Un buen día, Netflix decidió tirarse el moco a lo HBO y empezó a producir series. Enseguida dio en la diana con sus dos puntas de lanza: House of Cards y Daredevil, la adulta y la de todos los públicos.

La primera va a terminarse sin Spacey pero con Wright. La del "hombre sin miedo" marvelita tiene aún cuerda para rato, más aún después de este puñetazo sobre la mesa que es la tercera temporada. Medida, oscura, estresante, reveladora, un caramelo que vuelve a confirmar al diablo de la Cocina del Infierno como el justiciero más interesante y carismático de New York.

No me voy a poner aquí friki sobre si la pelea del capítulo 2 o la del 5. Las tiene increíbles. Pero, sobre todo, tiene personajes en desarrollo y héroes y villanos competentes. Por no hablar de la voz de Cox, que no todos se lo subtitulan.

Doblada u original, es una suerte que sigan cuidando una de las mejores series que han sido capaces de producir los de la plataforma, porque también ofertan morralla a espuertas, propia y ajena. Y lo bueno van a empezar a retirárselo los estudios originales por hacerles la competencia. Será una guerra digna de verse, como las de Daredevil contra Fisk pero sin saber de entrada quién es quién. 


Bodyguard

Espero que se planten en esta propuesta exactamente donde están, con un coche familiar alejándose por la curva inocente de un barrio residencial. 

Como mini-serie es demoledora, la BBC es maestra en ellas. Un ex-juego de tronos reconvertido en guardaespaldas y una señora Secretaria de Interior sinuosa y molona se embarcan en una intriga político-policial que agarra en la primera secuencia y te arrastra sin aliento hasta la última.

Sin miedo a que la historia salte en pedazos cuantas veces sea necesario. Porque aquí nadie es lo que parece, pero todos son lo que deben ser. Se ocultan secretos, manipulan, buscan, arriesgan, compiten y mueren. Un guión portentoso y una puesta en escena inglesa, precisa, elegante y modernamente fría.

Bodyguard también está lista para darle al clic seis veces y verse sus seis episodios uno tras otro. Éstas deben ser de temporada única, eso las hace aún mejores.


Fariña

Los gallegos tienen mucho qué contar, salta a la vista. En realidad, la península ibérica toda y sus archipiélagos están llenos de historias que podrían fascinar al espectador. 

La serie Fariña se produjo para Antena 3 y se emitió en el canal a esas horas imposibles que terminarán condenando la tv en abierto. Bajo demanda, se convirtió en un fenómeno merecido. Riqueza de personajes, escenarios, tiempos y ambiciones. Todo fluye al ritmo idóneo en esta historia de contrabandistas que acaban convertidos en los señores de la droga más sonados de España. 

Mucho más comprensible y afinada que Narcos, sin desmerecer de ella en cantidad de escenarios, personajes y situaciones, Fariña es adictiva en la progresión personal y económica de Sito Miñanco, la maldad reconcentrada de Charlín padre, la peligrosa sabiduría de Terito, la bordería extrovertida de Oubiña. Por no hablar de las mujeres de estos hombres de negocios, esposas, amantes, hijas o sobrinas, ambiciosas, listas como el hambre, temibles. Es mérito de un texto perfectamente organizado, hábil y medido, pero también de un reparto apabullante, encabezado por el cada vez más pujante Javier Rey.

La Ría, los sobornos, el policía obsesivo, el juez trepador, los colombianos expeditivos, la cárcel y el banquete, las detenciones y las fugas... Aquí no falta de nada, salpimentado de temazos musicales y pegado, para colmo, a la cronología de los hechos reales y sus hitos. 
Ascensión y caída, contadas a lo grande.  

Si hubiese más series de esta talla hechas en España, seríamos el producto más demandado del mundo después del anglo.  Y el streaming nos serviría de prueba

jueves, 25 de octubre de 2018

La sombra de la ley



No sé cuál es el motivo principal por el que esta película no acaba de funcionar en taquilla. Su aspecto en términos de producción es más que notable, no rehuye planos generales de la Barcelona de los años 20, calles, garitos postineros, comercios y almacenes, fábricas en huelga, coches de época a montón, trenes de vapor y estaciones, mansiones y masías, campo y mar. Los estallidos de violencia están excelentemente rodados y no son pocos, la intriga es también suficiente, los motivos de cada cual comprensibles y fundamentados, el casting correctísimo (aunque dos actores de la muy exitosa serie La casa de papel repiten aquí con reparto de roles poco afortunado). 

Una vez emplatada, la película ha tenido una distribución fuerte y una promoción a juego. En fin, ha contado con las bazas que a priori garantizan llevarse su buen trozo de tarta en salas comerciales. Pues no le funcionan los números, no está rindiendo lo previsto; aunque sospecho que se venderá bien en no pocos mercados, va a ofertarse en Netflix y Antena 3 amortizará su esfuerzo en otros tantos pases televisivos.


La sombra de la ley tiene un arranque poderoso, a pie de vías de tren y luego en la ciudad condal, con la llegada del “vasco”, un duro de Madrid que se incorpora a la brigada de investigación barcelonesa, donde no pocos gusanos campan a sus anchas (no eran tampoco tiempos para mirarle la letra pequeña a la Ley, con tanta sombra).

Apenas has conocido el caso, el escenario urbano y las maneras de los compañeros policías con los que lidiará Luis Tosar cuando llega un plano secuencia impresionante para introducirnos en el cabaret alrededor del cual pivota todo. Creo que ese podría ser el primer escollo de la película: El cabaret promete mucho en su presentación (y tiene un final a la altura), pero flaquea imperceptiblemente en el desarrollo a pesar de su importancia para los personajes, sus idas y venidas, sus trapicheos y sus pesquisas, sus miedos y sus venganzas. Quizá es que ese desarrollo cabaretero es una sucesión de planos (y montaje) demasiado estáticos frente al nervio y brillante movilidad de cámara para mostrarlo al principio y al final de la historia.


Por otra parte, está el tapiz político de aquella Barcelona. Que a estas alturas a demasiados espectadores les desanimará antes incluso de verla en cines, intuyendo ecos indeseados en la actualidad y nuestros hartazgos. Una pena, porque los grupos en liza, sindicatos, patronal, anarquistas, lumpen, ejército y policía, no son extrapolables a nada de lo que sucede hoy. Aquí cada cual se lleva lo suyo y porque la intriga así lo exige. 

La situación de la época es un telón de fondo, no la almendra del relato. En fin, que la película no gasta ese maniqueísmo demasiado habitual que obliga a buenos y malos muy definidos e ideológicamente identificables. En La sombra de la ley todos hacen lo que por su condición les toca, aunque algunas elipsis sean desaconsejables (sobre todo en la evolución de Michelle Jenner). Tendría gracia que esa ausencia de banderías incomodase hoy al espectador potencial. O que buscándolas donde no las hay, se perdiese la narración propiamente dicha.


En fin, todo elucubraciones. También ha coincidido el estreno con la salida al aire de una serie televisiva temáticamente similar y de muy mala acogida. Aparte de codearse con la mayoría de estrenos cinematográficos españoles más ambiciosos (el último cuatrimestre sigue concentrando casi todas las películas destacadas, que se devoran entre ellas).

En realidad, existe algo difícilmente capturable que distingue a un entretenimiento muy digno de una gran película. ¿Está en el presupuesto, en el guión, en el reparto, en la dirección, en el montaje…? Nadie lo sabe. Hay que seguir rodando.


martes, 23 de octubre de 2018

Formentera Lady


José Sacristán es uno de esos raros (y agradecibles) casos en los que un actor de talento llega a los ochenta años siendo primer actor, o dando lustre a personajes claves cuando el protagonista no es él.

En Formentera Lady hace de protagonista, demostrando que a estas alturas –como le pasó a Newman, a Mastroianni, a Luppi o a Rabal, como le pasa aún a Caine–, a Sacristán le basta casi con limitarse a estar ante la cámara y decir sus frases. Se llame solera, genialidad o precisión interpretativa, lo que hace el actor en esta película certifica su condición de grande entre los grandes o, como diría la canción de Carlos Goñi, “Sacristán de sacristanes”.


¡Cómo mira don José! Basta de ejemplo su rostro ante la vecina con alzheimer que se dirige a él en un par de secuencias, igual que si no hubiera pasado el tiempo y ese tipo siguiera siendo padre de una niña de 8 años en lugar de abuelo con nieto de la misma edad.

El tiempo ha pasado para el viejo hippie, aunque limitase sus vínculos con el mundo a un bar donde tocar el banjo, polvos muy esporádicos y un entrañable amigo fumeta con el que echarse los canutos. Pero no sólo ha pasado para él: también para aquella niña de ocho años que ahora necesita ayuda con su pequeño.


Formentera Lady es la historia sencilla, sin alardes, de cómo un viejo bon vivant de las Baleares setenteras (aquella Ibiza también fue aquella Formentera), se responsabiliza de algo más que las rutinas básicas de un músico solitario, regañado con “el Continente”. Sin demasiada convicción, aptitudes ni palabras, el hippie aprende a ser abuelo en el siglo XXI. Eso es todo.

Y como siempre pasa con los más grandes del oficio, el espectador tiene la sensación de que al actor lo están infrautilizando. Sacristán podría con el doble de película, aunque se agradezca su protagonismo en ésta.      


lunes, 22 de octubre de 2018

El reino


Ya lo decía Michael Corleone: “cuanto más alto llego, más podrido está el ambiente”.

De eso va El reino, de escaladores, campamentos base y cúspide, y de la podredumbre que rezuma en cualquier punto del camino. Antonio de la Torre está muy arriba, va a mear con el gran jefe local. Como en El apartamento, tener la llave del lavabo de los jefes (es decir, mear a su lado) es una señal de éxito. Todo bastante animal.


Por eso, cuando llega el momento en el que se destapan las vergüenzas del reino en el telediario, ser cabeza de turco no es plato de gusto para nuestro protagonista, que prefiere el orgullo personal del “si yo caigo caemos todos” al chaparrón mediático y judicial (versión light), que incluye para compensar un inmediato retiro estratégico y dorado en Washington.

Cosas todas que nos suenan a los que pagamos con impuestos la prosperidad desmedida de quienes disfrutan el reino y, más concretamente, su ciudadela con castillo y casas de putas.

Rodrigo Sorogoyen, un director de cine que no tiene tanto éxito comercial con sus películas como merece, pues todas son superiores a la media, pone en pie una trama donde los enjuagues no necesitan entenderse a fondo. Suiza, Andorra, cohecho, malversación, información privilegiada, "transparencia", recalificaciones, mariscadas,... son conceptos que presentan un mapa muy completo sin que el espectador tenga que conocer las rutas específicas. 


El ritmo es soberbio, el montaje absolutamente premiable, la música idónea, y el número de secuencias antológicas casi excesivo, por lo intolerables que resultan muchas de ellas. Me quedo con el arranque a mesa y mantel, la reunión política de grupo, las de petit comité con la jefa de Madrid y el reyezuelo temible encarnado por José María Pou, la del yate, la del balcón, la de la fiesta andorrana, la nocturna de los coches, la del plató televisivo. Vaya, que me quedo con casi todo.

Una película vibrante, realista, desoladora, que sólo adolece de un star system del que España carece para arrasar. 
Debería.


miércoles, 17 de octubre de 2018

Centenario sexy


Hace 100 años justos nació Rita. 
Hace 50 justos nací yo.
Ahí va, en memoria de aquella actriz inmortal, 
un pequeño homenaje en forma de novela, GILDA EN LOS ANDES

(el carboncillo es obra del gran José Luis García)


martes, 16 de octubre de 2018

La delgada línea amarilla


Esta película mexicana de 2015 se estrenó aquí sin apenas visibilidad a mitad de 2018. Era la ópera prima de su director (Celso García) y tenía en el reparto a Damián Alcázar, un actor con tirón que redondeaba su año dulce de esta década (Narcos, Magallanes).

Como ópera prima, y teniendo en cuenta lo que llega de la realidad mexicana a nuestras pantallas, La delgada línea amarilla rezuma frescura y buenrollismo sin necesidad de trabajar demasiado el humor (aunque le hubiesen sentado bien unas pizcas más).

La película es humilde, va al grano y escoge a un pequeño grupo con una pequeña misión sin épica ni trampa: pintarle la línea a 200 kilómetros de carretera.

El único pero es que el director novel, con una historia entre manos tan sencilla (pero no necesariamente simple), se siente obligado a detenerse en el motivo por el que cada personaje ha llegado hasta una tarea tan poco apreciada. Lo resuelve de un modo solvente al que le sobra alguna que otra obviedad o subrayado emotivo.

La fuerza de la película es mayor cuanto menos explica. El paisaje, las paradas, la carretera, los comentarios más lacónicos son la sal de la aventura. Hay confesiones personales que a mi modo de ver resultan demasiado explícitas y medidas, cuando varias de ellas podrían ilustrarse de manera diferente, más cinematográfica, o no incorporarse al conjunto.

Excepción hecha al antiguo artista de Circo, que es un excelente narrador de anécdotas: Sólo la del león ya merece el viaje. 
Y el final en camioneta.