jueves, 31 de diciembre de 2020

Feliz Año

 Pero así, con cierto gesto de prevención,

y cogiditos de la mano, por lo que pueda venir...



martes, 29 de diciembre de 2020

Vamos a contar mentiras

Toda la vida pensando que poner un pañuelo sobre el teléfono disimulaba la voz por completo, y ahora vemos que con la mascarilla puesta la voz permanece exactamente igual.

Ay, el Cine...!

viernes, 25 de diciembre de 2020

A pesar de todo

 Y precisamente contra ese pesar 

lunes, 21 de diciembre de 2020

Aniversario de Gruñón

El 21 de diciembre de 1937 se estrenó en USA Blancanieves y los siete enanitos, el primer largometraje de dibujos animados de la historia, que debe su existencia a Walt Disney en tiempos de genio, figura y Cine genuino.

A pesar de la efervescencia pionera del Hollywood de los años 30, fueron pocos los que creyeron en el éxito del proyecto (lo llamaban sin pizca de cariño “la gran locura de Disney”) y hasta su familia más próxima intentó que abandonara. La idea empezó generando gastos por 250.000 dólares de entonces y acabó superando el millón  (Disney hasta hipotecó su casa).

Sabía lo que tenía entre manos: la película resultó ser un éxito absoluto. Fue la más taquillera de su momento (sólo desbancada por Lo que el viento se llevó), pionera en lo del merchand paralelo al estreno y también la primera que comercializó su banda sonora (aihó, aihó). De hecho, se llevó el Oscar de la música y, al año siguiente, Walt uno honorífico.

Lo demás es historia. Y lo de ahora, muerto Walt, apisonadora financiera (con material reciclado tirando a vergonzante). “Gruñón” se cruzaría de brazos mirando hacia otro lado, pero dudo que le ablandase un beso de la Mulan de imagen real. ¡Paparruchas!

 

sábado, 19 de diciembre de 2020

Maribel, otra irrepetible

Se coló con menos de diez años en dos de las películas más populares de nuestro cine de blanco y negro, haciendo de hija de Alberto Closas y Amparo Soler Leal en La gran familia y su primera secuela. Algo más crecidita participó con relevancia en La residencia, esa joya de terror clásico del inclasificable Chicho Ibáñez Serrador. También en La casa grande, de Francisco Rodríguez, que fue a Berlín y le valió a Antonio Ferrandis la medalla del Círculo de Escritores Cinematográficos antes de la barba. En teatro se permitió hacer Sola en la oscuridad.

Después fue Jacinta, seguramente su gran papel por la importancia de la producción, televisiva pero con el mejor Mario Camus a los mandos y la gran novela de Galdós como inspiración directa. Qué reparto tenia Fortunata y Jacinta: Ana Belén, Paco Rabal, Fernando Fernán Gómez, Manuel Alexandre, Mari Carrillo, Mario Pardo, Charo López, Manolo Zarzo,  María Luisa Ponte, Francisco Algora,… aguántales el nivel. Si nos ceñimos a TVE, hablamos de la serie más emblemática y valorada que ha hecho nunca la casa (y tiene una docena larga de maravillas incuestionables).

Con 30 hace Últimas tardes con Teresa y Los santos inocentes, otros dos plenos, en especial el segundo, al que añade su calidad en un reparto coral que tiene a los señoritos casi fuera de plano. Puede que sea la única que se salve, hay que ser grande para salir de la casucha a la que Rabal la lleva ingenuamente para que conozca a “la niña chica”, con esa cara de pavor de clase al asomarse al abismo de la miseria pura.

La obra maestra basada en la novela de Miguel Delibes la han producido ella y su marido Julián Mateos. Lo mismo pasa con Viaje a ninguna parte de Fernán Gómez y El hijo de la luna de Agustí Villaronga, última aparición de Maribel en pantalla. Con 35.

Olé, olé. Poco y jugoso, sin decadencias, trabajos sonrojantes, ni puñetas. Y de nombre artístico Maribel Martín. En mi casa la llamábamos simplemente "La rubia".


 

viernes, 18 de diciembre de 2020

¡Ay, las memorias...!

 Hoy hace 35 años que se estrenó esta preciosidad.


jueves, 17 de diciembre de 2020

Mank


Creo que el sello Netflix, salvo excepciones inesperadas, está empezando a condicionar mis valoraciones. Quiero decir que, cada vez más, me aporta un plus de prevención que la plataforma haya puesto la pasta. Aunque sea a un cineasta de la talla de David Fincher, un profesional muy brillante hasta cuando filma la nada (Benjamin Button, The Game o El club de la lucha son ejemplos diáfanos de naderías lujosamente resueltas).

Otro tanto me sucede con el blanco y negro, especialmente el que usa Hollywood de vez en cuando como declaración autoral o artística más que por necesidad de las historias. No me pasa tanto en las europeas (Cold War, Ida, The Artist), pero con las estadounidenses de la hornada más reciente sí. Parece que gritan su blanco y negro.

Claro que ya nadie tiene a un Gordon Willis (Manhattan de Allen), o glosa el horror de los campos nazis (Schlinder y Spielberg), pero algunos saben ingeniárselas, por ejemplo, en el cine "independiente" (Blue Jay). Lo más sangrante es que aquí la época tratada, los ambientes profesionales que aparecen y el mito cinéfilo protagonista parecían justificar ese blanco y negro atronador.  


Vayamos ahora al meollo de la película. Herman Mankiewicz (encarnado en Gary Oldman), escribe el guión de Ciudadano Kane con escayola, enfermera y alcoholes difíciles que lo aliñan, junto a unos flash backs que remiten a la época en que conoció y trató a los personajes que inspiran su guión. Orson Welles revolotea un poco por ahí, porque es inevitable, pero Herman (Mank) es el rey indiscutible del festín.

Por cierto, Fincher le hace la última putadita hollywoodiense a Orson, aunque a efectos narrativos poco importe. Pues la cuestión es si la historia entendida como ficción se sostiene, o si la historia desde la cinefilia entendida se aguanta. Creo que suspende en las dos tareas. El cinéfilo completa los huecos, claro, pero echará en falta más detalles legendarios y le sobrará sub-trama política (que además es básica y predecible).  

Los que apenas hayan oído hablar de Ciudadano Kane, que son legión como aquellos a los que del Quijote apenas les suena el loco y unos molinos, dudo que disfruten de la parte dedicada al proceso de escritura de la película que supuso la mayoría de edad para la Meca del Cine.

Ni los personajes que inspiran al guionista se conocen en profundidad, ni los clichés básicos bastan para entender el problema de que se les reconozca (el contenido de ese explosivo guión es un enigma en pantalla), o la dificultad de llevarlos a papel primero y a celuloide después. El alcoholismo cínico y kamikaze de Herman tampoco arrastra razones demasiado solventes: las cicatrices del pasado son más lúdicas que dramáticas (salvo una). Y, en fin, todo va un poco así. 

Buenos diálogos, por descontado, actores precisos, ritmo interesante... todo lo que Fincher ofrece siempre, prácticamente de salida. La llegada en cambio... Lo más descorazonador es que Orson Welles, tachando aquí y añadiendo allá, hubiese convertido Mank en una maravilla, aún antes de decir ¡Accíón! 
¡Ay, las cosas que hemos visto...! 

 

miércoles, 16 de diciembre de 2020

Calderero, sastre, soldado, escritor


La primera novela que leí en mi vida sabiendo conscientemente que se trataba de literatura adulta fue El espía que surgió del frío, de John Le Carré, ese viejo lobo retirado del Foreing Office.

Aquello era toparse de frente con el desencanto en su versión inglesa más genuina: el imperio, las ideologías, el amor, los principios, la esperanza... todo en fuga, arrojándose desde el otro lado del muro, bajo ráfagas enemigas dispuestas a pulverizarlo.


Luego le hinqué el diente a El topo y a La gente de SmileyUna pequeña ciudad de AlemaniaEl honorable colegialLlamada para el muertoEl espejo de los espíasLa chica del tamborLa casa RusiaEl espía perfectoEl sastre de Panamá,... hasta el último trago de acíbar me bebí con Le Carré

Tenía una foto en la trasera de mi edición de La chica del tambor (regalo de una antigua novia que me conocía los vicios), en la que David Cornwell, nombre autentico del escritor, lucía una cara de espía elegante y curtido, muy lejos de Bond, cerca de la clarividencia más pesimista.


El cine y la televisión le trataron bien. Los mejores intérpretes de cada década y algunos de los directores más inspirados, la mayoría artesanos sin ínfulas pero muy solventes, hicieron grandes adaptaciones de su obra. Y con 89 años nos parecía que el tipo iba a escribir aún veinte obras menores capaces de dar cien mil vueltas a las de los supuestos chicos airados de las letras británicas que le sucedieron.



A veces, en la oscuridad de los insomnios que asaltan en los tiempos que corren, me da por pensar en cuándo tocará saltar el próximo muro sin posibilidades ciertas de escape. 

Adiós, Le Carré.