jueves, 28 de febrero de 2019

El fotógrafo de Mauthausen


Se ha rodado tanto sobre las crueldades del nazismo que durante mucho tiempo (desde la posguerra mundial hasta los skin-heads de estadio), pareció que en Alemania, tras aquel horror, no existían ni delincuentes comunes.

De este subgénero de la barbarie nazi, la variante campos de exterminio-concentración-prisioneros es la más recurrente del Cine. Y aquí se sitúa la aportación española que tanto se ha demorado en llegar.  Nada menos que en Mathausen, uno de los campos más tristemente célebres de aquella guerra total.

Allí hubo unos cuantos miles de españoles, entre ellos Francesc Boix, que por su trabajo en el laboratorio fotográfico del campo pudo organizar la sustracción de negativos que contribuirían a no pocas condenas en los juicios de Nuremberg, posteriores a la derrota alemana.

Es una lástima que la originalidad del personaje y el elemento clave de la historia (la película fotográfica a preservar como prueba de lo que allí pasó) no cobren un empaque mayor. Siendo interesante lo que se cuenta y resultando veraz y terrible, le falta sin embargo a la película ese inaprensible ritmo emotivo, situaciones no vistas antes, momentos de intensidad propios. El clan de españoles sin papeles, que se sabe era en las trincheras y en los campos un piña irreductible, graciosa y brava, podía haber generado ese sello distintivo.

Mario Casas está muy bien en su papel, eso no se pude negar. 


miércoles, 27 de febrero de 2019

Malos tiempos en El Royale


Malos tiempos en El Royale tiene referentes notables y notorios: Tarantino y los Coen. Afortunadamente, se queda con lo mejor de ambos estilos, porque la estética, la música, el reparto de campanillas en el que todos pueden morir, las explosiones de violencia en la que algún huésped se recrea, el escenario único y vintage, los interesantes desdoblamientos de puesta en escena (el espectador como mirón puro o mirón de otro mirón),… todo se aprovecha con inteligencia en El Royale, salvo la anécdota referida a su carácter de establecimiento bi-estatal (mitad en California mitad en Reno), que parece crucial al inicio y rápidamente se desdibuja hasta dedicarle en los momentos finales un mero guiño.


Si no fuera por ese olvido de guión fácilmente subsanable, Malos tiempos en El Royale vendría a recordarle a Quentin lo que casi tuvo y perdió en aras de la divertida –para él- crueldad y a los Coen que las puestas en escena de sangre fácil tienen que conducir siempre a alguna parte, que no se puede ir de listo haciendo que el espectador piense que eres demasiado listo para él.


A título personal, me hace gracia que una filmación olvidada y escandalosa tenga su espacio en la trama, aunque dudo que Goddard se haya leído Gilda en los Andes, mi novela editada en 2017 y cocinada en años anteriores. En fin, una buena idea siempre está viajando por el aire.


 Para volver al Royale, esta película tiene alma por debajo de las maldades y afina en lo narrativo y lo  estrictamente visual. Como dijo alguien del Marlowe que sucedió a Spade, “el plagio debe ser con asesinato”. Creo que el director Drew Goddard lo ha evitado a su manera y con brillantez, para no matar a nadie. 


A quien no lo perciba así, le aconsejo esperar a las próximas de Tarantino y los hermanos Coen, que de un tiempo a esta parte, y artísticamente hablando, parecen con ganas de suicidarse.  


Stanley Donen


Descubrí el cine de Stanley Donen cuando yo tenía 16 y él había cumplido 60. En realidad, lo que hice fue asistir a un estreno de la penúltima suya (última para la gran pantalla), la descacharrante Lío en Río y descubrir el nombre del director y la cantidad de cine que había visto de Donen sin saber que estaba dirigido por Donen: Un día en Nueva York (que el tipo estrenó con 26 años), Cantando bajo la lluvia (el mejor musical de la historia), Siete novias para siete hermanos (primera banda sonora familiar en vinilo), Siempre hace buen tiempo, Bésalas por mí, Una cara con ángel, Indiscreta, Página en blanco, La escalera, Charada, Arabesco, Dos en la carretera,… No recuerdo si para entonces ya las había visto todas, pero es probable porque TVE se marcaba pases como estos y muchos más, sin competencia y con un espíritu de servicio público hoy agonizante.

Donen recogió un Oscar honorífico bailando en 1998, cuando aún estaba perfectamente sano para dirigir. Pero podía haber declarado lo que Norma Desmond: “yo no he dejado de ser grande, es el cine el que ha empequeñecido”. Y en eso sigue, mientras sus últimos genios en Hollywood se van silenciosamente, aunque los medios le ponen al adiós carácter de portazo para que los lectores/espectadores se remuevan en su butaca ante la pérdida. 

Yo sólo hacía unos meses que estuve viendo una película de Donen. Su muerte me ha pillado de viaje. Ahora, terminado el jet lag, voy a verme dos o tres del pequeño director bailarín.

Adiós, Stanley.


sábado, 16 de febrero de 2019

Adiós, Bruno

Ya no es sólo el cielo sobre Berlín. Ahora es todo tuyo.


martes, 12 de febrero de 2019

Old man and the gun


Robert Redford deja el cine. Ha tardado, aunque puede presumir de contarse entre los que llegan a la ancianidad siendo estrellas en sus películas. Quizá estén de más varias de las que ha hecho en la última década, pero nunca ha incomodado ver a Redford en pantalla.

Esa es la gran baza de esta pequeña película final: que Redford está y se despide de nosotros en ella. La premisa tiene bastante encanto, esa banda de atracadores demasiado viejos para ser tomados en serio. El desarrollo no va mucho más allá, aunque tampoco importa: Redford se sienta en su cafetería con Sissi Spacek (que también tiene ya una edad), y allí ambos juegan al despiste aunque se digan la verdad desnuda. Casey Affleck le pone un contrapunto simpático a la caza del delincuente más veterano del Estado. Tom Waits se marca uno de esos acompañantes que le salen tan bien. Y así sucesivamente.

El final queda un poco abrupto, pero ¿cómo va a sentarnos si no la noticia de que Redford ha terminado de rodar?

Quedémonos con que el viejo rubiales, al colgar ese auricular de cabina hoy casi extinguida y dirigirse hacia la puerta del banco más próximo, nos recuerda a todos lo que mueve a su personaje y a él mismo: mantenerte fiel a las pasiones para sentirte vivo, aunque hayas dejado de ser el actor guapo de Hollywood más carismático de tu generación.


lunes, 11 de febrero de 2019

Green Book


Es chocante que esta película tan educada esté dirigida por un Farrelly, experto en humor zafio aunque exitoso (Dos tontos muy tontos, Algo pasa con Mary, Yo, yo mismo e Irene, Amor ciego, Pegado a ti…). Claro que esas Peter las hizo con su hermano Bobby, que a lo mejor es el gamberrazo de la familia.

En cualquier caso, Geeen  Book es otra cosa, ya digo, elegante, fluida, sin pasarse de obvia (aunque tampoco de profunda). Tiene una historia sencilla que hay que contar bien y una dirección artística, intérpretes y guión más que aseados. En especial los actores, perfectos todos en sus roles, aunque nominen siempre como protagonista al que engorda para el papel (Ali está nominado como actor de reparto).


El racismo sobre el cual pivota todo lo que se cuenta aquí no requiere para la historia de esa gira por el Sur de artista negro con chófer blanco de momentos demasiado escabrosos o violentos. No juega en esa liga ni lo necesita, entre otras cosas porque bastante escabroso y violento resulta ya ver en pantalla que se impida orinar en el baño de dentro de la casa a quien va a dar un concierto allí mismo para todos los que sí pueden usar ese retrete. O ver como se niega el derecho a cenar en el comedor del hotel a quien tocará en ese mismo hotel para quienes están cenando en su restaurante vetado a los negros. 


Además, lo importante de la película no son los momentos de discriminación racial en los ambientes finos de Alabama o Mississippi. Lo que importa aquí es el descubrimiento del otro que se produce entre el chófer italoamericano que se sabe “basura blanca” y el negro triunfador pero terriblemente solitario por su excepcionalidad. Cómo extraen ambos enseñanzas de la persona con la que están obligados a compartir el viaje. Sus intereses, sus miedos, sus emociones, hasta llegar al respeto y el cariño.

En cuanto al libro verde (esa guía de alojamientos y hostelería para negros “si quieres hacer un viaje digno”), es meramente instrumental. Existe, y me imagino que ha salido de la realidad de la época, pero apenas tiene peso más allá de un par de consultas vejatorias y el título del film. Ésta se podría llamar Dos en la carretera y no cambiaría nada. Ah, no, espera, que esa es de Audrey y Finney. Entonces vuelve a ponerle Green Book.


viernes, 8 de febrero de 2019

Bye, Albert

Uno de esos ingleses precisos y versátiles que lo mismo se vestía de época, que enamoraba a Audrey Hepburn, dejaba para la historia el mejor Poirot, fracasaba a lo Lowry (pero con Jacqueline), competía en encanto y sin wonderbra con la Roberts, se marcaba un crepúsculo escopetero junto a Bond o resolvía un Churchill de Academia. 

Grande Finney, hasta el final. 
Bye, friend.








martes, 5 de febrero de 2019

Carmen y Lola



A veces pasa y siempre se agradece: Una película pequeña se vuelve inesperadamente apetecible. No arrasa, porque el sistema de comercialización no permite estos milagros y porque en realidad es una historia bastante humilde frente a lo que se estila ver desde el patio de butacas. Le dan el Goya de Ópera prima y a correr, que para eso gustó en Cannes.

Carmen y Lola son dos chavalas jóvenes, buenas hijas dentro de la comunidad gitana madrileña, que de pronto se enamoran la una de la otra. Tenemos a dos chicas en edad de casarse o tener novio formal convertidas en lesbianas, para una comunidad bastante miradita de sus tradiciones y poco permeable a estas diversidades.


Todo fluye con suavidad, gracias a dos debutantes maravillosas, la que lo sabe desde hace mucho, la que lo descubre sobre la marcha. La historia gira en torno al secreto, al descubrimiento, al horror de los que se horrorizan, a la complicidad de quien lo entiende, no se descubre nada entre gitanos que no se sepa por payos. Quizá aquí las manos a la cabeza son más escandalosas y desgarradas. Eso es todo.

El resultado para Carmen y Lola viene a ser el mismo: su primer amor, limpio y bonito, sabe a barro a su alrededor y sólo queda romper el romance o romper el resto. Tampoco la decisión en pantalla sorprende: ésta sólo es una película pequeña, aunque inesperadamente apetecible.


lunes, 4 de febrero de 2019

Todos lo saben


Todos lo saben es una película de grandes aciertos y grandes errores. En fin, con vocación de grande. Y vapuleada en los premios del pasado fin de semana.

Se alabó en su momento a Farhadi por captar tan bien el espíritu español, que siendo él extranjero su trabajo no lo parezca. Lo siento, lo que no parece la película es iraní ni francesa, hasta ahí su mérito, porque sucede en España, zona vitivinícola indeterminada, del interior, con un reparto que habla español y una boda con pachanga. 

Pero, bajo la superficie, no existe identidad nacional alguna, Farhadi se ha limitado a construir una "intriga apátrida", sin pisar charcos folclóricos o identidades autóctonas explícitas. Si esto mismo sucede en la campiña gala, con reparto e idioma a juego, la película pasa a ser francesa inmediatamente. Y si sucediera en Irán, interpretada por actores que tienen el persa por lengua nativa y laboral, Farhadi sólo hubiera tenido que revisar las localizaciones, las alusiones a Dios y el consumo de alcohol de los personajes. A efectos fílmicos, donde aquí plantamos viñas, allí se pueden plantar pistachos.



Más claramente: La intriga narrada podría suceder en cualquier lugar del mundo, no es una intriga que implique la españolidad de los convocados. Hasta se permite licencias de guión que no son fáciles de encajar en un escenario como éste, de boda casera en un pueblo en el que se conoce todo el mundo. Es una intriga instrumental, para sacar los viejos trapos sucios y restregárselos entre unos y otros, como le gusta a Farhadi, pero en esta ocasión el misterio hacia delante y las revelaciones hacia atrás no armonizan tan bien como otras veces. Aunque el final sea igual de demoledor que siempre, sobre todo para un Bardem inmenso.

De hecho, una de las incuestionables fortalezas es ese casting de auténtico lujo que la película se permite, hasta para papeles con tan poca sustancia como los de Inma Cuesta o Ricardo Darín. Bardem y Cruz están impecables, demuestran por qué se mantienen tan arriba, y él además, sin ninguna escena para el lucimiento extremo, como seguro que ambos pueden exigir ya por contrato.


De todos modos, guión con notables debilidades y reparto excesivo no se compensan entre sí tanto como deben. Son la fotografía y el montaje los que sostienen en alto la función, colocando este éxito en su lugar verdadero: como una película menor, pero no mala, de un cineasta mayor.

La última gran baza es la canción que debió llevarse el Goya. Esto seguro que todos los saben.