martes, 29 de octubre de 2019

Robert Evans



Este guapete con mal perder en el amor, afición al polvo blanco y  ojo para los proyectos explosivos, produjo para la Paramount o su propia compañía, en poco más de una década prodigiosa, La semilla del diablo, Valor de ley, Love Story, El padrino, Chinatown, El gran Gatsby, Marathon Man o Cotton Club, película ésta última que ahora adoramos, pero que por costes frente a beneficios, fue su tumba en los 80.

Luego se recuperó para una década de títulos resultones y menores y se despidió protagonizando al principio del actual milenio El chico que conquistó Hollywood, un documental estupendo que prácticamente cerró su ciclo profesional.

Pero con éxitos y fracasos, obras maestras y cine alimenticio, Evans fue sobre todo el último productor de leyenda y piscina. El tipo del Estudio que sabía diferenciar a Pacino de Hoffman cuando los dos eran jóvenes y se peinaban igual;  un playboy que no sólo seducía actrices, sino que se casaba con ellas; ese alto ejecutivo de la industria que se leía los guiones antes de decidir.

Ahora nadie sabe quién produce los mierdos made in Hollywood que nos sirven como película evento del verano o de la Navidad. Lo que sí sabemos es que, sea quien sea, no se lee los guiones, para eso está por lo visto el ayudante de dirección.

Hasta ahora, Hollywood siempre ha conseguido reinventarse. Cuando lo haga otra vez, será mejor que fiche para hacerlo a gente con la casta de Evans.  

Yo soy Dolemite


Eddie Murphy es un cómico estupendo que hizo buenas películas en los años 80. Luego tiró de carisma y encadenó películas reguleras o directamente malas, que fiaban su resultado a la vis cómica de él, olvidándose de que un guión es el punto de partida, hasta para un monólogo (no digamos ya un largometraje).

A pesar de los vaivenes artísticos, el talento de Murphy para la composición nunca se ha discutido. No sólo es gracioso, sabe actuar. Y lo demuestra cada vez que se cuela en un proyecto con algo de calado, como lo hizo para Dreamgirls en 2005.

Ahora, camino de la sesentena, ha vuelto a aprovechar una buena ocasión y lo ha hecho en una película de Netflix, de las que no parecen de Netflix. Encarna en ella al fronterizo y originalísimo humorista Rudy Ray Moore, una leyenda del self made man afroamericano. 

Conocido como el padrino del rap, Rudy Ray Moore triunfó tarde, después de intentarlo todo. Hasta se metió en el cine de bajo presupuesto (el suyo), con su primer rol de éxito: el chulo Dolemite. La película cuenta este proceso de ascensión, ni más ni menos, incluyendo clubs de mala muerte, grabaciones caseras y rodajes cochambrosos. Con respeto por el espectador y por la historia, de forma bienhumorada, a veces patética, a veces cómica, triste, canalla o casposa. Pero todo debidamente engrasado y resuelto.

No es una obra maestra, como de un tiempo a esta parte se califica a cualquier estreno de la semana, pero Dolemite is my name es una buena película. En la que Murphy, de paso, está que se sale.


miércoles, 23 de octubre de 2019

Dinero sucio


Steven Soderbergh no nos explica nada que no sepamos, aunque lo que dice del asunto tiene sus chistes metafóricos y un reparto llamativo. Pero la película, impecable en factura, sólo transmite tinta de calamar financiera, mientras va saltando de una historia a otra, con interés limitado en varias de ellas y conexiones a veces levísimas que subrayan la falta de enjundia.

Salvo por Meryl Streep, que está ahí para dar empaque moral a la denuncia, Dinero sucio, como cine, poco aporta a los titulares de prensa sobre las marañas legales que permiten ocultar el dinero de quienes lo tienen.

Esto debería ser una película ante todo, y evaluarse según los parámetros que una película demanda: guión, interpretaciones, puesta en escena… Con el guión ya no llega al aprobado.


lunes, 21 de octubre de 2019

Diecisiete



Dos hermanos a la deriva, una abuela que lo dice todo con una sola palabra (como Groot), una caravana, un perro de tres patas y Cantabria.

Daniel Sánchez Arévalo no ha necesitado más para sacarse de la manga una de las películas con más encanto del año, que no hará caja en taquilla porque Netflix sólo hace estrenos en sala cuasi-técnicos y se vuelca de inmediato en su plataforma.

De vez en cuando, hasta acierta con la producción y éste es un caso. Diecisiete tiene un ritmo excelente, unos paisajes que enamoran, un pequeño elenco que tiene guión para trabajar, un clima de amor y frustración muy logrado. Biel Montoro y Nacho Sánchez encarnando a los hermanos tienen gran parte del mérito. 

Aunque para frustración, el hecho mismo de que estas películas tenga que producirlas Netflix y que apenas se descubran después, bajo montañas de chatarra relucientes como el oro, pero de un calado muy relativo.

Agridulce, divertida, pequeña. Un "David" al que no le van a dejar cargar su honda. Para mí, ha ganado sin luchar. Bien por Netflix (que, paradójicamente, representa 23 horas al día a "Goliat")..


viernes, 18 de octubre de 2019

Joker



Algo va mal en la industria del Cine Goliat y entre los espectadores de este convulso y súper-expuesto y conectado mundo, si nos ponemos a hacerle la ola a una película como ésta, cuya principal virtud es que se demora sus más de dos horas largas contando los motivos de Joker para ser como es.

Aparte de que yo prefiera un loco "de plenos poderes", o sea, sin razones fundamentadas para comportarse locamente (me parece mucho más aterrador), lo de Joaquín Phoenix no deja de ser un tour de force interpretativo. 

Es fantástico, como siempre en este actor, pero tiene un material que permite el lucimiento, un hombro deforme que esta vez explota descaradamente, una palidez enfermiza con ojos claros y una mirada desolada y compadecible.

Gotham a la luz del día es otro de los puntos a favor: indeterminada, decadente, febril, viva. No se ha ido a ficciones neogóticas de Burton ni a lujos variados como El caballero oscuro. Ésta es de apartamentos de mierda, oficinas que parecen el cuarto de la limpieza, escalinatas tristes, ladrillo pintarrajeado... Bien por el jefe de localizaciones.

La música está muy bien elegida, por su calidad y por lo oportuno de sus letras, pero había catálogo sin bucear en rarezas exquisitas o frikies de Tarantino. El recurso final a Sinatra es una muestra de lo que os digo, que merecéis morir por vuestra ignorancia musical (quién no, vendría a decir este Joker).

Pero no he pasado por aquí a hacerle la ola a esta película que destaca, sobre todo, por cómo está el patio de Estudio hollywoodiense. 

¿Cuántas escenas magnéticas pueden transmitir la misma idea de guión sin que el montador se ponga de los nervios? Un director y un actor, enamorados de su criatura, parecen incapaces de seleccionar lo necesario y hasta lo molón que debe quedar en pantalla. El epílogo es un buen ejemplo, pero podríamos detenernos en las escenas domésticas, las de pasillo y las de calle, las de danza.


Tanto se desmenuza el personaje, que estás deseando ver esos estallidos de brutalidad que se demoran más y más. Aunque puede que esto sea intencionado, para despertar nuestro "lado perverso" o algo. Si es así, gran idea, Todd, nos falta veneno en la vida cotidiana del televisor y los tumultos.

Y ya que hablamos de tumultos. Un sólo hecho significativo, de los que crispa una ciudad, es por lo visto suficiente para generar la adhesión ciega de la masa desfavorecida y lanzarla al caos de gran voltaje.  Miles de motivos minuciosamente acumulados para la ofuscación del Joker, que no puede sufrir más putadas en unos pocos días de su vida, y tanta incapacidad para poner -con verosimilitud- a los ciudadanos al borde del hartazgo.

A los guionistas que quedan en Hollywood, si la película es de primera división DC o Marvel, y no se expande en secuelas, precuelas y spin offs, les pides desarrollar más de cuatro personajes y les da la risa nerviosa. 

Luego escriben Joker de tirón, mientras ríen aún sin motivo y sin poder evitarlo.

(8,5 en filmaffinity. Ni que fuera El padrino...!)

sábado, 5 de octubre de 2019

El Crack cero


Garci se ha convertido en el Dreyer del noir.

Quizá a la fuerza. Sin apenas presupuesto, con un puñado de bellas tomas de la Gran Vía, no sé si de su propio archivo (me parecería hasta románticamente lógico), sin Valcárcel, pero con Gluck, sólo puede contar además con su olfato para los repartos y su pluma maravillosa, que le permite encadenar frases perfectas en cuadros casi estáticos, fotografiados con mimo en ese blanco y negro que, además de hermoso, enmascara el tiempo. 

A pesar de una carrera descomunal, Garci está fuera de juego. Pero esa es su fortaleza. Qué más da que la intriga sea tan leve, que la violencia en pantalla desaparezca salvo en el prólogo y dos momentos instrumentales, que la Gran Vía haya cambiado tanto a pie de calle. Lo que importa es lo que se dice y cómo. En eso, Garci sigue siendo el puto amo. 


Alguna vez, creo que en la radio (dónde si no), comparé a Garci y a Almodóvar. Ambos sudan Madrid, son grandes en la dirección de actores y escriben muy bien, aparte de cinefilia, lecturas, viajes…cosas que dan fuste a las ideas. 

Ambos acabaron ensimismándose por falta de bar de abajo y lo resolvieron de distinto modo. Almodóvar quiso ser Douglas Sirk en pop (parece que se está dando cuenta de que no se puede) y Garci se volcó en los clásicos, acertando casi siempre, aunque el público desertara, película a película.

Así hasta llegar a Dreyer. No se puede pedir más. Olé sus huevos. 


viernes, 4 de octubre de 2019

Reparación a TVE

Me retracto de mi sarcasmo en el post anterior.

Esta noche en La 2 de TVE, especial a las 22:30, titulado Adictos al Crack, con pase de la 1 y la 2 y coloquio con Garci.

No os lo perdáis, adictos.