domingo, 28 de febrero de 2021

Loco por ella

El reparto idóneo, el logrado humor y un ritmo agilísimo mejoran significativamente esta comedia romántica cada vez que se pasa de rosca en los encadenados musicales de mucho quererse. Álvaro Cervantes y Susana Abaitua (la chica rebelde de 4 latas, esta vez morena pero igual de atractiva), tienen química de sobra y resuelven muy bien sus papeles, haciendo creíbles hasta los momentos más dudosos. 

Pero la función es del gallego Luis Zahera, uno de esos "característicos" que se contratan para dar cuerpo y verdad al personaje que la historia necesite con tal de apuntalarse. Esta vez Zahera tiene el papel más importante después de la pareja y el mejor, de largo. Desde su primera aparición, se adueña de lo más autentico de la película en comicidad y en emoción, demostrando cómo se puede pasar de una a la otra en una sola secuencia con la ayuda de unas sencillas batas blancas y talento actoral a borbotones.

En general, todos los personajes tienen momentos de lucimiento, aunque algunos caminos para conseguirlo estén más que transitados. Pero el director Dani de La Orden y sus guionistas se las arreglan para salpicar lo más convencional con detalles impagables, sean de Zahera, Eduardo Antuña, Clara Segura o los que están a cargo de Alberto San Juan en el último tramo. Su personaje, divertido a más no poder de tan detestable y bien ejecutado, se dosifica gracias al montaje con la precisión que requiere un previo a ese final que no inventa nada. 

Con San Juan como contrapunto, De La Orden consigue de nuevo su propósito: que el pasteleo casi dé igual, porque has llegado a los aplausitos con una sonrisa en los labios y en el "happy end" ya puedes hacerte el loco de buena gana.    

jueves, 18 de febrero de 2021

Nosotros y el algoritmo

 

Sale en un medio hispanohablante una noticia sobre la última crítica de Martin Scorsese al maldito algoritmo y a la plataforma líder que lo usa. El viejo Marty apela a los amantes del cine para que hablen y recomienden a los viejos maestros y que no se pierda el legado de Fellini, Bergman, Kurosawa y cía.

Acto seguido, comienza el copia y pega de la noticia y se monta en las redes el clásico rifirrafe para decir que el algoritmo es veneno y que la tal plataforma no pone más que chatarra, desprecia a los clásicos europeos, olvida todo lo que no sea producto industrial made in Hollywood,… En fin, supongo que os suena.

Yo mismo echo pestes aquí sobre productos Netflix, cuando lo que pretende colarnos como la última maravilla fílmica resulta ser una mediocridad o un bodrio (quiere amortizarlos igualmente puesto que le han costado su buen dinerito).

Sin embargo, entre tanta queja y reivindicación de lo que enarbolamos orgullosamente como nuestro (aunque tenga que venir Scorsese a recordárnoslo), debería asumirse esta realidad no exenta de lógica: ese gran cine europeo, o el japonés y, ya que nos ponemos, el hispanohablante y hasta el hindú, no son ni pueden ser punta de lanza para Netflix.

Netflix prioriza lo que produce por sí misma o sale de su industria de origen. Para darse cuenta, sólo hace falta ver las secciones que ofrece por géneros y categorías, una de ellas Extranjeras y otra Españolas, es decir, las invitadas residuales a una fiesta de barbies. El resto de lo que ofertan (y lo que más en valor ponen) son las novedades de un videoclub de títulos USA.

Y es que tenemos la manía de esperar de brazos cruzados a sus plataformas de producción, distribución y venta. Cuando las inventan, las traen, las montan y las hacen pujantes, entonces viene el quejarnos porque no venden y promocionan suficientemente lo nuestro en ellas. En fin, qué esperábamos.

Hay que apuntarse a otras opciones en línea que sean más afines a eso que consideramos nuestro (Filmin y FlixOlé, un suponer), clicando sobre la calidad que oferten, diversa en procedencias y épocas. El algoritmo se ve entonces obligado a cambiar sus orientaciones.

Esa es la diferencia entre influir sobre el algoritmo o que el algoritmo influya sobre nosotros.

sábado, 13 de febrero de 2021

Antonio Giménez Rico


Le conocí en el 94, cuando yo me dedicaba a la ilustración a tiempo completo. En la oficina en la que él tenía despacho (quizá Serva films), se estaba cocinando una película protagonizada por Paco Rabal, que se titulaba Felicidades, Tovarich

Querían ilustrar el cartel con una imagen de Rabal destrozando una tarta y a poco estuvieron de encargarme el asunto. Aproveché para dejarle unos tratamientos argumentales a Giménez Rico, que parecía el amo del corral y hasta me presentó al gran Teo Escamilla. Se los leyó uno por uno y elogió que no fueran historias en las que me mirase el propio ombligo, sino tramas de narrativa pura y dura, con su intriga, su humor y sus cositas.

Nada salió, ni guiones ni carteles. Pero guardo un recuerdo entrañable de Giménez Rico, que era un seductor nato en la actitud y la conversación, tuviese enfrente a quien tuviese, a un pelanas como yo, a un conversador como Garci, a un bellezón como la Verdú. Sabía decir y escuchar, interesarse y dar órdenes (le oí decir que su oficio era lo más parecido a ejercer una dictadura incruenta, sonriendo bajo el bigote).

He revisado esta noche su filmografía, en la que asoman tres correctas adaptaciones de la narrativa de Delibes: Retrato de familia, El disputado voto del señor Cayo, Las ratas. En conjunto, se aprecia un director solvente pero no genial, un artesano del cine que salía razonablemente bien parado de los encargos (Jarrapellejos, Catorce estaciones, Sombras y luces: cien años del cine español) y no tanto en las apuestas personales (Tres palabras, Hotel Danubio).  

Consiguió llegar, mantenerse, merecer la amistad profunda de Berlanga, Garci, Rabal, Azcona, Escamilla, Galiardo... Triunfó con Maribel a tiempo completo. Presidió con pericia la Academia del ramo. Aportó su agudeza a un programa mítico de la cinefilia patria (Qué grande es el cine). Fue simpático y acogedor con los desconocidos que intentaban colar tratamientos de guión o hacerle carteles a las películas de los amigos.... En fin, lo que se dice rentabilizar al máximo la profesionalidad y el talento.

Ha muerto con 82, por la maldita pandemia. Ya no iba a dirigir más, pero seguro que hubiera podido conversar y escuchar unos cuantos años aún, sonriendo bajo el bigote. 

Adiós, "Tovarich". 

Noticias del gran mundo

Acabo de terminar la última de Paul Greengrass, protagonizada por Tom Hanks. La he visto como tocaba, en pantalla de tamaño insuficiente, es decir, doméstica. 

Le sobran algunos minutos de texanos mugrientos, de paisajes a vista de dron y de miradas profundas. Pero, en conjunto, está muy bien. No sólo de dirección y casting, esas cualidades que arrastran consigo sólidas propuestas de ambientación y técnica. El "pack" casi básico, a estas alturas. 

Pero es que además, Noticias del gran mundo resulta lograda en su faceta narrativa. ¿Os acordáis de aquella frase halagüeña "no parece española"? Pues voy a acuñar otra para usar excepcionalmente: "no parece de Netflix".

Ésta pertenece a la nueva categoría.


martes, 9 de febrero de 2021

Jean-Claude Carrière


Hay encuentros afortunados que te sacan el máximo de talento y te acompañan hasta la tumba. En el cine pueden ser sociedades formadas por directores, intérpretes, guionistas… como las de Lemmon y Matthau, Ford y Wayne, Gulietta Masina y Federico Fellini, Berlanga y Azcona, Luis Buñuel y Jean-Claude Carrière.

El guionista francés Jean-Claude Carrière, que acaba de morir, colaboró con el de Calanda en Diario de una camarera, Belle de Jour, La Vía Láctea, El discreto encanto de la burguesía, El fantasma de la libertad, Ese oscuro objeto del deseo y en la redacción de las memorias buñuelescas Mi último suspiro. Además, hizo la contraparte de esas memorias con su biografía “española”, centrada en su relación con Buñuel y titulada Para matar el recuerdo, estupenda.

Por supuesto, trabajó como guionista para otro montón de directores y títulos notables, e hizo hasta de actor en varias, con esa solvencia para mentir que le ponen los franceses.

Pero nada puede compararse a su fructífera relación con don Luis. Mirad la foto más icónica de Hollywood. Sólo falta en ella John Ford, que asistió al almuerzo pero no estaba ya para sobremesas. Jean-Claude es el único que no posa para alguna de las cámaras, se sabe un invitado fortuito, como que no se cree el momento histórico en el que ha caído.

Así lo imagino desde que se cruzó con nuestro director más universal, creyendo en su suerte inmensa solo a ratos. Aunque su talento fue más permanente y se echará de menos.

Adiós, francés. Si le vieses en la eternidad, saluda al sordo de mi parte.

sábado, 6 de febrero de 2021

Christopher Plummer

Pareció que del joven y apuesto padre de familia austriaca de Sonrisas y lágrimas pasara a hacer de viejo científico, viejo gay, viejo multimillonario, viejo nazi, viejo avaro... vieja gloria. 

Es una percepción errónea, claro. La que nos dejan sus últimas prolíficas décadas de carrera  y una memoria de pez para todo lo anterior, en la que solo consigue descollar la cursilada con la Andrews.

Lo cierto es que fue una presencia solvente en cintas históricas, bíblicas, bélicas o de intriga. Hasta a la comedias disparatadas de la saga Pantera rosa o las odiseas espaciales de Star Trek fue capaz de contribuir con su inmaculada presencia. Era un señor, que se fue especializando en papeles de señor. Y que se ha ido como un señor. 

Buen viaje, viejo gentleman. 


miércoles, 3 de febrero de 2021

Bajo cero

El director tiene pulso y la película medios. El ritmo sólo se remansa unos minutos, aunque lo entiendes al final. El reparto es muy aseado, con tres infalibles al mando, incluso dándose el lujo de desaprovechar a alguno de ellos. En fin, todo muy Netflix.

Lo malo son los gazapos (esas llaves, esa trampilla), y caprichos narrativos con justificaciones ajenas a la historia misma (persecución al volante, lago helado… que aquí también sabemos ser gringos y tal).

Lo mejor, la parte inicial, hasta que empiezan las licencias. Y que el nervio de la realización permite pasar por todas esas licencias y decisiones dudosas sin dejar de disfrutar. ¡Pero coño,  el guión, el guión…!


martes, 2 de febrero de 2021

La excavación

Carey Mulligan y Ralph Fiennes, escoltados por hijo majete de ella y mujer majeta de él, son los ingredientes esenciales, lo que merece la contemplación de esta película, estirada en su peripecia con una historia amorosa metida a capón del reparto más joven (sale Lily James, estáis avisados).

La cosa podía haberse quedado en 90 minutos tranquilamente y hubiese mejorado mucho. Si el ritmo pierde fuelle a los tres cuartos de hora es por los añadidos a la moda sobre asuntos que no venían muy al caso, una intérprete comodín y resultona para aliñar, la banda sonora trilladita y machacona hasta la monotonía,... en fin, los recursos propios de despacho para asegurar clics-sigloXXI.

Lo interesante de veras, al menos según mi criterio, es la relación entre el excavador y la propietaria del terreno excavado, su pasión compartida por el hallazgo arqueológico, su mutuo cariño y respeto. Es lo que hace brillar la primera mitad del film, antes de que aparezca la “Cenicienta”. Incluso después, sigue siendo lo que eleva la narración. Algo que se consigue cada vez que ellos vuelven a primer plano.

Pero, por lo visto, también hay que excavar bajo las concesiones típicas de Netflix para encontrar tesoros debajo, cuando los hay.