miércoles, 27 de marzo de 2019

NEW YORK, El mayor plató del mundo.


Antes incluso de poner el pie en ella, existen muchos modos distintos de vivir New York: imaginando, por ejemplo, una cita romántica en la terraza del Empire State, en la que Cary Grant esperó sin éxito a Deborah Kerr, o mirando aún más arriba, a la aguja del edificio de la que se agarró King Kong mientras espantaba avionetas como moscas cojoneras.

Chasqueando los dedos entre la calle 34 y la 57 y desde la 8ª avenida hasta el río Hudson, con el cuello de la cazadora levantado, como en los tiempos en que las disputas entre puertorriqueños e irlandeses podían convertir un drama de Shakespeare en un musical de Broadway, o mirando la Estatua de la Libertad desde el ferry, como hacen las secretarias de Staten Island que se dirigen hacia la zona financiera de Manhattan.

Regalando un libro de E. E. Cummings adquirido en la Pageant Book and Print Shop a un amor imposible, o rescatando el carrito de un recién nacido en las escalinatas de la Estación Gran Central. Buscando un banco con vistas al puente de Queensboro para ver salir el nuevo día al más puro estilo Allen,  o tomando un capuccino en el Caffe Reggio, como los tomaba Vito cuando solo hablaba en siciliano. 


Soñando con una “noche de la cresta” en el Soho o con una jukebox en la que tengan una canción de Peggy Lee; huyendo del edifico de las Naciones Unidas o llevando a una rubia con falda liviana hasta la rejilla del metro en la esquina noroeste de Lexinton Ave. con la calle 52.

Yendo a comprar tabaco a la Compañía Cigarrera en la calle tercera con la séptima avenida de Brooklyn, o abriendo una boca de riego en el caluroso Harlem. Fingiendo un orgasmo en Katz’s Delicatessen o dándole al masoquismo en el Chelsea Hotel. Travistiéndose de Tootsie para una cita laboral en The Russian Tea Room, del Midtown, o cogiendo una buena borrachera a Dry Martinis con aceituna del pub Emerald Inn, en pleno Upper West Side.

Invitándola a ver La Bohème al Metropolitan (fila de los mancos), o alquilando un pisazo demoníaco en el edifico Dakota, frente a Central Park. Patinando en el Rockefeller Center o tirando con escopetas de feria en Coney Island.


Una vez allí, sea cual sea tu plan, vayas a donde vayas, la sombra de Hollywood te animará o te aguará la fiesta. Subirás al metro en el que se han jugado la vida Bruce WillisAl Pacino y Superman. Entrarás en la juguetería F.A.O Schwartz buscando el piano que Tom Hanks tocaba con los pies. Te cruzarás con la elegante sombra de Gordon Gekko por los pasillos de Wall Street. Verás el reflejo de Audrey Hepburn en el escaparate de Tiffany´s. La imaginarás susurrando Moon River en cada escalera de incendios.

Pero al final te darás cuenta de que todas esas referencias se quedan cortas, pues no hay personaje más fascinante en Nueva York que la ciudad misma y cada imagen que captes en ella podría ser la película americana de tu propia vida.


(Artículo publicado en la revista MAS GALICIA, Nº20. Con fotos de Quique Guerrero).

martes, 26 de marzo de 2019

Ese es mi bistec, Valance. Artículo 1º


La dieta de James Bond

¿De qué se alimenta un hombre cuya única residencia conocida son los hoteles con casino y cuyo equipaje se limita al pasaporte y la pistola? Nadie lo sabe. Antes fumaba y dicen que eso resta apetito, pero hace tiempo que le suprimieron el vicio tabacalero en aras de la corrección política. Afortunadamente aún bebe, al menos da trabajo a esa disciplina de la restauración llamada coctelería, aunque se pase de listo a vueltas con el removido y el agitado, la temperatura del sake y la del Don Perignon.

Sin estrujarse demasiado la memoria, se diría que 007 nunca se sienta a la mesa y pide las cocochas, el roast beef o la sopa de tortuga, que ni siquiera escoge un vino de cosecha imposible. Pero esta impresión no es del todo exacta. A lo largo de estos más de 50 años largos se le ha visto desdoblar una servilleta para ponérsela sobre las piernas en el vagón restaurante del Orient Express (Desde Rusia con amor) y en una lujosa terraza de Corfú (Solo para tus ojos). En el tren pidió lenguado a la brasa (qué británico) y un blanc du bois tinto, dato chocante si tenemos en cuenta que se trata de vino blanco, como su propio nombre indica. En la terraza griega, gambas Préveza (un enclave que no por costero destaca por sus gambas), ensalada Kavala (suponemos que la de berenjena) y Bourdetto, éste sí, el pescado con más reputación de Corfú.


Le he visto morder una manzana en Nunca digas nunca jamás y tragar un canapé de beluga en Casino Royale, probar un higo en un mercadillo de Solo para tus ojos y comerse una uva en Diamantes para la eternidad. Lo demás es rechazar el desayuno tropical de Vive y deja morir, la cabeza de cordero de Octopussy o la ración de ostras de Solo se vive dos veces, ignorar la cesta del picnic, pasar directo al café-copa-y-puro en los almuerzos con jefatura o al tinto agitado de tren, sustitutivo del postre, para tantear a Vesper Lynd.

En Vive y deja morir Bond nos enseña excepcionalmente su apartamento entre misión y misión, mera antesala chapada en madera hacia un gran dormitorio de altura superior y cama King size (aunque ahora se está mudando). Allí, en una coqueta cocinita de soltero (o de viudo alegre), prepara café expresso a su jefe en un abrir y cerrar de ojos. Es quizá el único momento “amito de su casa” que nos depara 007 en toda la saga. Ahora anunciaría Nesspreso, pero solo si Clooney decide invitarle a hacerlo (al tiempo). 


La cocina de Bond apenas arroja pistas sobre sus cualidades culinarias. Mucho más bondiano (y definitorio) es el momento en el que descubre su pack alimenticio básico cuando le obligan a “desintoxicarse” en la clínica de Nunca digas nunca jamás. Para no ablandarse ante el tratamiento, James reserva una maleta con el beluga, el vodka, los huevos de codorniz y el foie grass de Estrasburgo. Pero es que ya lo decía Kevin Kline en Un pez llamado Wanda: “Contribución inglesa a la cocina mundial: la patata frita”. Y ésta no puede llevarse envasada en el equipaje.

En definitiva, Bond es más de picoteo que de almuerzo completo. Cuando toca comer, parece optar por el pescado con aderezo local o toque de distinción que lo eleven mínimamente sobre el fish and chips. En cualquier momento empiezan los tiros y tampoco es cosa de que te pillen con la servilleta enganchada sobre la pajarita del smoking. Queda mejor decir que el don Perignon del 53 no se puede beber a más de 4 grados y chuparle el lóbulo de la oreja a cualquier aficionada, a la temperatura que sea. 


Bond podría matar a cualquiera que perturbase su cena, con el cuchillo de la carne, el tenedor de ensalada y hasta la cucharilla del postre, aunque es tan estoico en la nutrición como generoso en la lujuria, algo paradójico a poco que se piense. En todo caso, no pierdo la esperanza de que en alguna entrega de la saga el villano internacional de turno ponga la zancadilla al camarero que trae un buen pedazo de carne al punto, como el perverso Lee Marvin al camarero Jimmy Stewart en aquel clásico de blanco y negro dirigido por John Ford.  Y que Bond se levante de su mesa del restaurante como lo hizo John Wayne para decir: "Ese es mi bistec, Valance".

Luego, que el autor de la zancadilla se llame Goldfinger, Tiburón o Scaramanga es secundario. No progresaremos mucho en lo gastronómico, pero seguro que habrá hostias como panes.


(LA DIETA DE JAMES BOND. Artículo publicado en KOBE MAGAZINE, Diciembre 2015)

lunes, 25 de marzo de 2019

Durante la tormenta

Oriol Paulo confeccionó previamente a esta película El cuerpo y Contratiempo. La primera fue un potente debut en la intriga, con José Coronado, Belén Rueda y Hugo Silva tirando del carro comercial y paladeando un inteligente guión con las sorpresas adecuadas. La segunda, Contratiempo, fue un bombazo (Mario Casas mediante) aquí y en China. Con un guión igualmente inteligente, pero más arriesgado en su pirueta principal.

Así las cosas, se puso con la tercera, Durante la tormenta.


Su último largometraje sólo tiene un detalle abiertamente desacertado: el retrato al óleo que preside siempre la vida del personaje que interpreta Javier Gutiérrez, un retrato que parece contagiar al póster de la película, francamente horroroso.

Pero lo demás es Paulo que continúa su progresión. Lo consigue mediante un guión milimetrado y una puesta en escena envolvente, haciendo bien los deberes con ideas similares bastante anteriores y algún guiño de cinefilia ochentera (ese reloj herido por el rayo…)


Cuenta de nuevo con un reparto bien seleccionado (fantástica Adriana Ugarte), clima conseguido (en lo moral y en lo meteorológico), e interiores de auténtico lujo, pues aquí se trata de que las casas, las oficinas, las aulas, hospitales o pasillos molen en pantalla, no apegarse a la realidad y sus grietas. 

Todo eso agitado con un ritmo de tensión y romanticismo creciente que te pega a la butaca para seguir la historia como se sigue un número de magia, dispuesto para deslumbrarse aunque se sepa que no es verdad, que tiene truco.


La película apenas rozó el millón de euros en la taquilla nacional (yo mismo la dejé pasar inexplicablemente), pero  va a desquitarse en el streaming, donde mi opinión es que "lo va a petar", como suele decirse en este milenio. En China ya veremos lo que pasa.

Eso sí, para atraer al espectador a las salas no vale cualquier póster.


lunes, 18 de marzo de 2019

70 binladens


Apenas quedan pases de 70 binladens y lleva dos semanas escasas en cartel. Es el destino de muchos estrenos cinematográficos que no suenan "de relumbrón" desde mucho antes de salir (con relumbrón estoy pensando en Almodóvar o en Los Vengadores, por poner dos casos opuestos).


Esta pequeña película de Koldo Serra contiene dentro dos versiones:

La completa, desafortunada por un prólogo completamente innecesario y un epílogo confuso que busca añadir sorpresas vinculadas al prólogo y que no aportan mejoría al conjunto, incluso lo devalúan.

La segunda, que empieza donde importa, cuando aparece Emma Suárez, y tiene su desarrollo casi completo en la sucursal y la plaza que hay delante de ella. Terminaría en  la carta que un personaje deja en un hotel, centrándose en su contenido y, como mucho, con algún apoyo de imágenes y voz en off de su lectura. Eso hubiese bastado para redondear la historia y completado el puzzle mejor.


Así que me quedo con la sucursal, sus recovecos, las atribuciones de cada cual, el atraco, las complicaciones, el pulso entre las desesperaciones de los atracadores y la más avispada cliente, los policías de fuera con sus dudas, piques y protocolos,… en fin, me quedo con la batalla por los “binladens” en juego. Todo excelentemente rodado, con ritmo del bueno, con suficiente intriga por la suerte de cada cual y, con un par de personajes potentes a cargo de dos actrices fogueadas y magnéticas, Emma Suárez y Nathalie Poza.

Pero ninguna de las películas que contiene o pudo contener 70 binladens es un "evento", una experiencia de las que hay que vivir en sala para que en tu temporada de Cine no quede una joya pendiente. Vamos, que si la versión que yo propugno hubiese sido la ganadora en el guión y en la sala de montaje, dudo que la suerte de la película en taquilla hubiera variado a mejor.


El negocio del Cine se está poniendo cada vez más duro, hasta para conseguir una recaudación de 70 binladens.


jueves, 14 de marzo de 2019

Triple frontera


Hay un dicho para aquellos melones que tienen poco sabor, pero no llegan a considerarse “pepinos”,  y que califica una fruta que sin ser deliciosa tampoco se deshecha: “Por donde pasa moja”.

Eso le pasa a Triple Frontera, que se ve sin desagrado, aunque no aporte gran cosa al subgénero comando de élite en misión selvática que se tuerce. Tiene un reparto más joven e interesante que lo que se estila en este subgénero, sobre todo desde que Stallone se empeñó en reverdecerlo a estas alturas de su larga y musculosa vida. Tiene un director, J.C. Chandor, que no pretende estilizar la violencia, sino contar la justa ante la cámara y la peor fuera de campo. Tiene un guión común y corriente, que no innova pero tampoco se desmelena. Y le sobra Ben Affleck, que debería dedicarse ya a dirigir películas sin salir en ellas o hacer de actor con cineastas que le moldeen (que los hay).

Netflix sigue su senda: hacer cosas de género que parezcan mejores que la media hollywoodiense del nuevo milenio, pero que luego se descubren, en el mejor de los casos, como dignas (aunque pálidas) sucesoras de lo que se hizo antes de Marvel. 

Hawks, Lean o Fuller rodaban mucho mejor. También sus guiones lo valían. En fin: por donde pasa moja.


miércoles, 13 de marzo de 2019

Nueve años sin don Miguel



Ayer hizo nueve años del fallecimiento de uno de los grandes narradores del siglo XX, Miguel Delibes, un señor de Valladolid afortunado como pocos en las adaptaciones cinematográficas de sus novelas: El camino versus El caminoMi idolatrado hijo Sisí versus Retrato de familiaEl príncipe destronado versus La guerra de papá, Cinco horas con Mario versus Función de noche, El disputado voto del señor Cayo versus El disputado voto del señor Cayo y, por supuesto, Los santos inocentes versus Los santos inocentes, ésta última una de las contadas obras maestras del cine mundial.

Que levante el ratón quien no haya oído nunca la expresión "Milana bonita"...

martes, 12 de marzo de 2019

Una cuestión de género


El viernes pasado hice los deberes: fui a ver Una cuestión de género, oportunamente estrenada en fecha propicia.

La cosa va de discriminación femenina y statu quo masculino vinculado a esa discriminación, que para la mayoría es ya inconsciente (aunque estamos en los años 70, las cosas son cómo siempre han sido, qué necesidad hay de cambiarlas).

Es lo mejor de esta propuesta, en mi opinión: que no está llena de hombres abyectos o ridículos. Sólo uno de ellos es intencionadamente como es, un tipo que cuando deja espacio a las mujeres no olvida restregarles por la cara que se trata de una merced que él les concede graciosamente.  Los demás, a  favor o en contra de las tesis de la protagonista, son coherentes y hacen lo que deben hacer desde sus posiciones: subir profesionalmente, intentarlo, luchar por los derechos civiles desde una institución comprometida en ello, defender la fortaleza de la institución aunque sea sacrificando peones, defender principios, intentarlo, ganar el caso, intentarlo… y así sucesivamente.

Es decir, que cada personaje esgrime sus razones y se atiene a ellas. No lo hace únicamente la terca protagonista.

La narración es clara, interesada e interesante. Los anglosajones son maestros en internarse en temas técnicos exponiéndolos de forma que el espectador no se pierda con los tecnicismos. La cámara no inventa ni pizca, todo luce académico, funcional y elegante (a veces un poco televisivo). El marido es guapo y entregado (se agradece que no metan una traición conyugal en el guiso), la hija evoluciona de forma adecuada, desde el enfrentamiento adolescente a la compresión y complicidad con esa madre tirando a severa que le ha tocado en suerte.

Y así llegamos al único punto discutible de la película, la actriz Felicity Jones, que es, según mi gusto particular, muy poco empática, no resulta inspiradora (salvo en un par de "zascas" realmente logrados).

Me queda la duda de si hubiera mejorado el conjunto con una actriz que no respire en todo momento “cáscara amarga”, aunque no le falten motivos.

Lo de "basada en un hecho real" y la aparición última de la mujer verdadera a la que encarna la actriz, es sólo para quien necesite de estos datos de “valor añadido”.


viernes, 8 de marzo de 2019

Mujeres de Cine



Hoy ocho de marzo toca mujerío militante, al que ya se arriman los políticos (y políticas) con un oportunismo esclavo de los próximos votos. Os harán lo mismo que a todos (y todas): cuando pase su fecha de renovar curro bien pagado, a otra cosa mariposa. Lo que no quita para que os revindiquéis como mejor os parezca y convenga, en la calle, en las redes, en los medios, en el cine. Y aquí es donde quería yo llegar. Las películas de mujeres, que no para mujeres. Las que demuestran vuestra importancia y valor en el mundo actual o pasado.

Esto de la igualdad de derechos hombre-mujer no debería ser un subgénero cinematográfico, sino un “tema transversal”, como diría algún (o alguna) imbécil a la moda. Así que yo voy a quedarme con unas pocas películas que a mi juicio cumplen sobradamente con las reivindicaciones que corresponden, incluso con las que han quedado antiguas, sin que las elegidas sean películas de tesis, que por regla general es lo peor que puede hacerse en artes narrativas como el Cine.

Empezaré por Caravana de mujeres. Este clásico de William Wellman retrata una epopeya protagonizada por mujeres de toda clase y condición, aunque comandada por un hombre. Quizá en eso radique gran parte de su grandeza: en como este hombre (Robert Taylor en el mejor papel de su vida), un conductor de caravanas Far West cargado de prejuicios hacia el otro sexo, aprende a valorar el tesón, el talento, la sensibilidad, el arrojo y la determinación femeninas para cruzar el país e iniciar una nueva vida en un valle lleno de esposos potenciales.

Podrá alguien poco avispado reprocharle eso a la película: que todas van hacia un marido, que ese es su limitativo acicate. Sería una torpeza restarle mérito alguno a esta historia por semejante detalle, en un relato ambientado en el siglo XIX y en un país fundado bajo los principios clásicos Dios-Patria-Familia; pero además, uno tiene la certeza de que si alguno de los hombres que esperan en el valle tiene ganas de ejercer “dominación” de cualquier especie, no tendrá nada que hacer.

Por eso, puede que el momento más especial de esta película sea aquel en el que Robert Taylor irrumpe en el valle y les prohíbe a todos acercarse a las mujeres recién llegadas, so pena de que él mismo les pegue un tiro entre los ojos: “Nadie va a ir. Así es como ellas lo quieren y así será. No quieren que las veáis hasta que no se hayan arreglado y si alguno se acerca a 100 metros le meteré una bala aquí. Tú, tú fuiste de los primeros que vino al Oeste, estuviste con la gente de O´Donnell y sabes lo que es trabajar duro, pero ninguno ha pasado el infierno que han pasado ellas. Son verdaderas mujeres, buenas mujeres, grandes mujeres. Así que a ver si sois lo bastante hombres para ellas, a ver si sabéis tratarlas y que Dios os ayude si no lo hacéis”. Entonces, un viejo tipo se vuelve hacía el compañero más próximo y murmura: “¡Deben ser fantásticas!”. Y vaya si lo son. Quien ha visto la película bien puede jurarlo.

La costilla de Adán es otra de mis favoritas: Katharine Hepburn y Spencer Tracy en un mano a mano de enamorados con talento, en una sociedad que prioriza el talento del hombre, especialmente fuera del hogar, donde copa los puestos de toda especie de forma abrumadora. De hecho, el duelo entre abogados que va contaminando la armonía hogareña, no se ciñe únicamente a las distintas maneras de utilizar la ley en el caso de un homicidio fallido propiciado por un adulterio, sino también a la competición cada vez más sañuda entre los dos profesionales del litigio, Katharine y Spencer. El desfile por el estrado de mujeres capacitadas para cualquier cosa que imaginarse pueda no tiene desperdicio: es pura “visibilidad” a finales de los años 40.  Como sucede en todas las películas de esta pareja maravillosa, cada uno acaba ganando a su manera y el asunto termina en un acuerdo final, cerrando las cortinas de un dosel de cama: “vive la différence”.

La expresión francesa no es casual, porque en este momento ya no se habla de derechos en igualdad, sino de placeres compartidos.

Por no extendernos más de la cuenta, recomiendo igualmente La Kermesse heroica, en la que las mujeres de un pueblo de Flandes demuestran quién los tiene bien puestos ante la llegada de los temibles tercios españoles; Sola en la oscuridad, en la que Audrey Hepburn da una lección impagable de sagacidad y resistencia frente a unos piezas de cuidado; Eva al desnudo, en la que las mujeres son la película, como sucede en La ventana indiscreta, aunque Stewart esté allí para romperse las piernas. Y Mujeres al borde de un ataque de nervios, en la que los varones lucen al fondo como objeto de amor o desengaño, y más difíciles de entender que una buena moto.

Es curioso que sea en esta última donde una mujer pone de manifiesto la dificultad de entender al hombre, que presume de simple y de que, para complejas, vosotras. A mí todo eso me parece propio de naranjas por mitades, pero revueltas. 

Conclusión: vive la différence (la expresión francesa no es casual, porque en este momento ya no se habla de derechos en igualdad, sino de placeres compartidos).

martes, 5 de marzo de 2019

Tu hijo



Siguiendo con el repaso "goyesco", nos detendremos hoy en Tu hijo, la película de Miguel Ángel Vivas que le valió una nominación al Goya a José Coronado, aunque se lo llevaría Antonio de la Torre por El Reino, una película mucho mejor que ésta.

Tu hijo cuenta con un excelente trabajo de Coronado y una esmerada realización, pero el guión -más fino en sus silencios que en sus voces- se embadurna de un tremendismo creciente que llega a ser desaconsejable y se saca una par de conejos de la chistera que buscan descubrimientos de impacto a última hora, pero le restan coherencia al desarrollo de varios personajes y a la historia misma.

No es mala, es que pudo ser mucho mejor. Eso sí, desde que Coronado asume roles de pocas palabras, cada vez escucha mejor. Siendo ya un actor solidísimo, todavía gana en la voz con cada nuevo título, pero sus gestos silenciosos son en verdad de premio.


lunes, 4 de marzo de 2019

4 latas


Dos amigos, un tercero en ausencia, una chavala de armas tomar y los encuentros del camino africano hacia Tombuctú. Gerardo Olivares no ha necesitado más para poner en pie una película de trayecto físico y emotivo lograda, amena, bonita, grande en sus pocas pretensiones cumplidas con creces.

Los tres protagonistas, Jean Reno, Hovik Keuchkerian y Susana Abaitua son intérpretes sólidos adecuados a sus papeles y los más episódicos están en lo que tienen que estar. Lo demás lo ponen el desierto, la música y el buen humor general, que no va de gags sino de tono fílmico. A pesar de que todos los personajes chapotean en sus fracasos personales, pero sin regodeos.

Los vascos, el francés, el chico de Malí (Juan Dos Santos) y hasta el valenciano exagerado de Arturo Valls tienen encanto y se lo entregan a la película sin reservas. Quique San Francisco pone su retranca al off, pero tiene reservados unos minutos finales en los que aparece de cuerpo entero y demuestra cómo un actor de verdad es capaz de ponerte el nudo en la garganta sin apenas texto, con ojos, abrazos y dolor contenido.

El resultado es algo que merece verse en cine, aunque temo que será carne de plataforma y sofá. Si es así como piensas verla, al menos descálzate cuando lo hagas para que un poco de esa África te entre por los pies. 


viernes, 1 de marzo de 2019

Quién te cantará


Carlos Vermut tiene un problema, que posiblemente irá cada vez a más: Necesita que alguien le cante, pero no una nana para dormir la siesta en el sofá de su despacho, sino la célebre frase que le cantaba un siervo al general victorioso cuando desfilaba por Roma: “recuerda que eres mortal”.

Quizá con éste su tercer largo alguien le haya recordado que, si no mortal, tiene que ser un poco más comercial, y Vermut ha desmenuzado su guión para que todo se entienda y quede atadito (aunque el último giro, en lo que se refiere a Natalia de Molina, está claramente de más).

Eso sí, respecto al encuadre, a la puesta en escena, a la animación de sus criaturas, al montaje… en fin, al “tempo”, Vermut sigue recreándose en su problema, hasta las cachas, feliz como un perdiz.

Una vez me dijo el crítico Oti Rodríguez Marchante, sobre otro cineasta de los de autoría autoconsciente, que le molestaban esa clase de directores porque se interponían entre la película y él.


Al cine de Vermut le pasa eso, la vocación de estilo del director puede llegar a ser irritante. Es muy visible en esta película, cuya frialdad y belleza formal, plano a plano, va contra el planteamiento brillantísimo y el carácter volcánico de los personajes y sus secretos. Cuando llega el momento de rasgar la cortina y ver lo que hay al otro lado, no pueden contarse las cosas con la misma serenidad con la que se describe una premisa argumental que pone al espectador en situación de inicio, no de llegada.

De ahí que el momentazo de la cinta no sea tanto el de la fusión completa entre estrella y fan (bonito y coherente, por descontado), sino ese abrazo madre-hija previo, que en su inmisericorde verdad pone los pelos de punta.

Con todo, la película es interesantísima, valiente y esmerada. Vermut es un tipo a seguir (con siervo, mejor) y Nawja Nimri no hace una de esas interpretaciones susurrantes que en español cantan. Eva Llorach, como la fan absoluta, ganó el Goya merecidamente. En lugar de Nawja, claro, para cerrar el círculo.