Sale en un medio hispanohablante una
noticia sobre la última crítica de Martin Scorsese al maldito algoritmo y a la
plataforma líder que lo usa. El viejo Marty apela a los amantes del cine para que
hablen y recomienden a los viejos maestros y que no se pierda el legado de Fellini,
Bergman, Kurosawa y cía.
Acto seguido, comienza el copia y
pega de la noticia y se monta en las redes el clásico rifirrafe para decir que
el algoritmo es veneno y que la tal plataforma no pone más que chatarra,
desprecia a los clásicos europeos, olvida todo lo que no sea producto industrial
made in Hollywood,… En fin, supongo que os suena.
Yo mismo echo pestes aquí sobre productos
Netflix, cuando lo que pretende colarnos como la última maravilla fílmica resulta
ser una mediocridad o un bodrio (quiere amortizarlos igualmente puesto que le
han costado su buen dinerito).
Sin embargo, entre tanta queja y
reivindicación de lo que enarbolamos orgullosamente como nuestro (aunque tenga
que venir Scorsese a recordárnoslo), debería asumirse esta realidad no exenta
de lógica: ese gran cine europeo, o el japonés y, ya que nos ponemos, el
hispanohablante y hasta el hindú, no son ni pueden ser punta de lanza para
Netflix.
Netflix prioriza lo que produce
por sí misma o sale de su industria de origen. Para darse cuenta, sólo hace
falta ver las secciones que ofrece por géneros y categorías, una de ellas
Extranjeras y otra Españolas, es decir, las invitadas residuales a una fiesta
de barbies. El resto de lo que ofertan (y lo que más en valor ponen) son las
novedades de un videoclub de títulos USA.
Y es que tenemos la manía de
esperar de brazos cruzados a sus plataformas de producción, distribución y
venta. Cuando las inventan, las traen, las montan y las hacen pujantes,
entonces viene el quejarnos porque no venden y promocionan suficientemente lo
nuestro en ellas. En fin, qué esperábamos.
Hay que apuntarse a otras opciones en línea que sean más afines a eso que consideramos nuestro (Filmin y FlixOlé, un
suponer), clicando sobre la calidad que oferten, diversa en procedencias y épocas. El algoritmo
se ve entonces obligado a cambiar sus orientaciones.
Esa es la diferencia entre
influir sobre el algoritmo o que el algoritmo influya sobre nosotros.
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