Este guapete con mal
perder en el amor, afición al polvo blanco y
ojo para los proyectos explosivos, produjo para la Paramount o su propia
compañía, en poco más de una década prodigiosa, La semilla del diablo, Valor de
ley, Love Story, El padrino, Chinatown, El gran Gatsby, Marathon Man o Cotton
Club, película ésta última que ahora adoramos, pero que por costes
frente a beneficios, fue su tumba en los 80.
Luego se recuperó para
una década de títulos resultones y menores y se despidió protagonizando al
principio del actual milenio El chico que conquistó Hollywood, un
documental estupendo que prácticamente cerró su ciclo profesional.
Pero con éxitos y
fracasos, obras maestras y cine alimenticio, Evans fue sobre todo el último
productor de leyenda y piscina. El tipo del Estudio que sabía diferenciar a Pacino de Hoffman cuando los dos eran jóvenes y se peinaban igual; un playboy que no sólo seducía actrices, sino
que se casaba con ellas; ese alto ejecutivo de la industria que se leía los guiones
antes de decidir.
Ahora nadie sabe quién
produce los mierdos made in Hollywood que nos sirven como película evento del
verano o de la Navidad. Lo que sí sabemos es que, sea quien sea, no se lee los
guiones, para eso está por lo visto el ayudante de dirección.
Hasta ahora, Hollywood
siempre ha conseguido reinventarse. Cuando lo haga otra vez, será mejor que
fiche para hacerlo a gente con la casta de Evans.
Cómo me fascinó ese documental, El chico que conquistó Hollywood. Robert Evans era todo un personaje de película, de esas películas que él produjo, ¿verdad?
ResponderEliminarBeso
Hildy
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