Creo que el sello Netflix, salvo excepciones inesperadas, está empezando a condicionar mis valoraciones. Quiero decir que, cada vez más, me aporta un plus de prevención que la plataforma haya puesto la pasta. Aunque sea a un cineasta de la talla de David Fincher, un profesional muy brillante hasta cuando filma la nada (Benjamin Button, The Game o El club de la lucha son ejemplos diáfanos de naderías lujosamente resueltas).
Otro tanto me sucede con el blanco y negro, especialmente el que usa Hollywood de vez en cuando como declaración autoral o artística más que por necesidad de las historias. No me pasa tanto en las europeas (Cold War, Ida, The Artist), pero con las estadounidenses de la hornada más reciente sí. Parece que gritan su blanco y negro.
Claro que ya nadie tiene a un Gordon Willis (Manhattan de Allen), o glosa el horror de los campos nazis (Schlinder y Spielberg), pero algunos saben ingeniárselas, por ejemplo, en el cine "independiente" (Blue Jay). Lo más sangrante es que aquí la época tratada, los ambientes profesionales que aparecen y el mito cinéfilo protagonista parecían justificar ese blanco y negro atronador.
Vayamos ahora al meollo de la película. Herman Mankiewicz (encarnado en Gary Oldman), escribe el guión de Ciudadano Kane con escayola, enfermera y alcoholes difíciles que lo aliñan, junto a unos flash backs que remiten a la época en que conoció y trató a los personajes que inspiran su guión. Orson Welles revolotea un poco por ahí, porque es inevitable, pero Herman (Mank) es el rey indiscutible del festín.
Por cierto, Fincher le hace la última putadita hollywoodiense a Orson, aunque a efectos narrativos poco importe. Pues la cuestión es si la historia entendida como ficción se sostiene, o si la historia desde la cinefilia entendida se aguanta. Creo que suspende en las dos tareas. El cinéfilo completa los huecos, claro, pero echará en falta más detalles legendarios y le sobrará sub-trama política (que además es básica y predecible).
Los que apenas hayan oído hablar de Ciudadano Kane, que son legión como aquellos a los que del Quijote apenas les suena el loco y unos molinos, dudo que disfruten de la parte dedicada al proceso de escritura de la película que supuso la mayoría de edad para la Meca del Cine.
Ni los personajes que inspiran al guionista se conocen en profundidad, ni los clichés básicos bastan para entender el problema de que se les reconozca (el contenido de ese explosivo guión es un enigma en pantalla), o la dificultad de llevarlos a papel primero y a celuloide después. El alcoholismo cínico y kamikaze de Herman tampoco arrastra razones demasiado solventes: las cicatrices del pasado son más lúdicas que dramáticas (salvo una). Y, en fin, todo va un poco así.
Buenos diálogos, por descontado, actores precisos, ritmo interesante... todo lo que Fincher ofrece siempre, prácticamente de salida. La llegada en cambio... Lo más descorazonador es que Orson Welles, tachando aquí y añadiendo allá, hubiese convertido Mank en una maravilla, aún antes de decir ¡Accíón!
¡Ay, las cosas que hemos visto...!
Fincher tenía que haberse fijado en otra que comentaste aquí, El gordo y el flaco, para saber si el blanco y negro convienen, y cuándo.
ResponderEliminarTienes razón. Los no cinéfilos, ajenos a Orson Welles y todo aquel mundillo, encontrarán pocos atractivos en la película.
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