James Mangold recupera el pulso demostrado en Copland, la primera hora
de Identidad, la hagiográfica En
la cuerda floja o El tren de las 3:10. Le tiran un cabo Christian Bale y Matt Damon, después de sus discutibles coqueteos con el taquillazo cruisero y los
superhéroes solitarios (dos Lobeznos prescindibles, el inmortal y el agónico).
Mangold no ha tenido que recurrir
a una película pequeña ni a un remake. Sólo sentarse con un piloto de carreras
y un guionista de artesanías, para modelar materiales interesantes en lo
general (la hazaña de Ford en Le Mans) y en lo particular (la amistad entre los
dos hombres que la hicieron posible).
Con el libreto listo, sin grandes
novedades pero muy bien construido, faltaba contarlo con la cabeza fría,
sabiendo cuándo toca acelerar y cuándo frenar el bólido. Deduzco que teniendo a Matt y Christian de cómplices
entregados, porque cada vez es más difícil un papel hollywoodiense digno,
en esa franja de cachés que hoy sólo parece amortizar el croma.
No quiero imaginarme lo que habrá
sido para Mangold pelear contra los ejecutivos del Estudio, pero fijo que se
parece al pulso entre los de la Ford y sus dos genios de pista.
En resumen, una excelente muestra
de película bien hecha, sin ínfulas pero solvente, como espectáculo y como
pedazo de vida. En especial, cuando Carroll Shelby (Dammon) propone a Ken Miles (Bale) colaborar mientras
toman algo en una de esas cafeterías nocturnas, tan norteamericanas, cuando Enzo Ferrari se despacha contra el dólar y cuando Shelby le explica a Henry Ford II lo que han conseguido perdiendo el primer envite.
Se llevó un par de Oscars técnicos hace dos meses o tres (parecen años) y, viendo cómo se repartió la suerte, yo le hubiese dado alguno más. Pero no se puede llegar de la manita hasta la meta.
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